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Espectro Taurino: ¡Hasta siempre, Pana!

Sábado, 04 Jun 2016    México, D.F.    Jorge Raúl Nacif | Opinión   
El espacio de cada sábado
Más allá de mi profesión de comunicador y mi actividad en los medios, he lamentado profundamente la muerte de Rodolfo Rodríguez "El Pana" y me pesa, sinceramente, aunque dadas las circunstancias y lo irreversible de su lesión, quizá que ya descansara el maestro haya sido lo mejor.

A lo largo de los últimos días se han agolpado en mi cabeza una serie de recuerdos y sensaciones muy personales que he querido compartir, de forma especial, en este espacio sabatino.

La primera vez que vi a El Pana fue en 1995, en aquella corrida de oportunidad dentro de un ciclo de octubre previo a la llamada Temporada de Oro de la Plaza México, chance que se le brindó tras haberse tirado con una manta el domingo anterior pidiendo se le tomara en cuenta.

Yo era pequeño, pues acababa de cumplir ocho años (aunque me vea mayor, nací en 1987) y recuerdo que, de inmediato, el otrora panadero captó mi atención. No sé si fue lo peculiar de su vestido (oro viejo y azabache, con un bordado mixto me parece recordar), su forma de caminar, el puro, sus poses... o todo el conjunto, pero causó en mi una sensación particular.

Una oreja le cortó a un nobilísimo toro de El Sauz que se llamaba "Chocolatero", ante el que desplegó su imaginativa variedad tanto de capote como de muleta, e incluso en banderillas intentó el par de calafia. Me acuerdo que el "niño Nacif" estaba sorprendido al ver varias suertes que jamás había conocido.

En lo personal creo que una de las principales aportaciones de El Pana es la frescura y variedad que interpretaba en medio de una época que comenzaba a ser más bien monótona, de estandarización en la ejecución de las suertes e incluso de estructuras en las faenas.

El correr la legua y sufrir a todo pulmón, fue dotando a Rodolfo, y a su personaje El Pana, de una manera muy particular de entender la vida, de ese romanticismo que solamente puede germinarse en medio de la dureza. Graduado en la universidad de la vida, el tlaxcalteca siempre tuvo un hondo bagaje para expresar en los ruedos.

Y esa personalidad y la bohemia de su vida, marcaron el camino de El Pana, que no siempre estaba en paz o en plena concordancia con un Rodolfo Rodríguez que caía, se levantaba, volvía a caer y volvía a levantarse, en el plano de su adicción al alcohol. Su vida fue marcada siempre por esta lucha, en la que brillaba o luego volvía a sus propios infiernos.

Por muchos años le cerraron las puertas. Debido a su forma de vida, y en no pocas ocasiones a lo que habló, él mismo también se las cerró. Su manera de ser no solamente era original, sino también altamente controvertida.

En realidad, la gitanería de El Pana, que podía en los ruedos alcanzar el cielo o sucumbir después, pasar de lo sublime a lo ridículo en un segundo, era otra de las características que desde siempre me llamaron la atención de este singular personaje, al que podías amar u odiar, inconstante como él solo.

Francamente vi poco al torero durante más de una década, pero sin duda la tarde del 7 de enero 2007, la de su supuesta "despedida", fue uno de los momentos más sublimes en mi vida como aficionado. Me parece nunca he sentido tanto una faena como aquella al bien recordado toro "Rey Mago", de Garfias; simplemente, el panadero me transportó a otros tiempos, a otras épocas, a otras dimensiones... a otros mundos.

Recuerdo también cuando lo traté por primera vez, yo ya en mi faceta de comunicador. Fue en enero de 2009, en un evento realizado en el Casino Español, de la Ciudad de México. Su fuerte personalidad marcaba diferencia, aunque se manifestaba amable con las personas que le saludaban.

De repente no era fácil entenderle al charlar con él por la terminología que utilizaba, generalmente impregnada del caló gitano. No hablé demasiado con El Pana, pero cuando hubo la oportunidad se convirtió en toda una experiencia.

La última vez que charlamos fue el año pasado en las oficinas de la Asociación Nacional de Matadores, en un evento con periodistas especializados convocado por los dirigentes Paco Dóddoli y Óscar San Román, en el que debatimos la situación actual de la Fiesta y después compartimos el pan y la sal, aderezado todo con las ocurrencias del "último romántico".

Y fue apenas el 6 de marzo de este año cuando, por última ocasión, lo vi torear. Fue su encerrona en Texcoco, primera de su carrera, y como escribí en la crónica publicada en este medio, era ya muy evidente el paso del tiempo y que el maestro no estaba ya para estos trotes.

Su muerte fue consecuencia de realizar lo que más amaba en la vida, que era torear. Finalmente, y aunque no de forma inmediata, un toro le arrebató la vida. Así lo había deseado desde siempre El Pana y, tal cual, lo había declarado en no pocas ocasiones ante los medios de comunicación.

¡Hasta siempre, Pana! No te olvidaré, y estoy seguro que más allá de los diversos matices y circunstancias de tu vida y de tu profesión, dejas un legado importante.


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