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Ruedo: Un buen muchacho

Miércoles, 06 Jun 2012    México, D.F.    Heriberto Murrieta | Récord   
La columna de este miércoles

Profunda huella dejará en nosotros Guillermo Loza Infante, el  entusiasta locutor de la estación Oye, que hizo su debut como entrevistador taurino durante  las transmisiones de Radio Mil de las corridas de la pasada Temporada Grande en la Plaza México.

Memo falleció el miércoles 30 de mayo en un accidente de motocicleta en esta capital. Tenía tan sólo 24 años de edad.

Era nieto del gran aficionado Guillermo Infante, destacado empresario de la industria discográfica que impulsó las carreras de artistas de la talla de José José, Armando Manzanero, Víctor Iturbe "El Pirulí", Juan Gabriel y Emmanuel. Desde hace muchos años, Guillermo posee cinco barreras de primera fila de sombra en la Plaza México, justo arriba del palco de transmisiones de la televisión.

Infante siempre dice que la Fiesta, a pesar de sus crisis, nunca será un disco rayado y que le basta con "olerla" para sentirse vivo. Su hermano Jaime se ha encargado de manejar la ganadería de Atenco, la más antigua del mundo.

El jueves pasado, detrás de las micas grisáceas de sus anteojos, Guillermo era la imagen de un hombre digno, fuerte, en el mar de lágrimas del velorio, atestado de dolientes. Don Edilberto Huesca, su querido amigo, le había dado la oportunidad a su nieto de soltar sus primeras frases ante los micrófonos del grupo radiofónico que preside. Y el animoso muchacho ya tenía turno de cabina.

Las entrevistas de Guillermo Loza tenían la frescura del principiante y se desprendía de ellas la importancia de hacer preguntas concretas, en estos tiempos donde algunos "entrevistadores" creen que cuestionar es lanzar planteamientos vagos esperando que el entrevistado los complete. El joven comunicador se escuchaba suelto y espontáneo.

Quiso el destino que hace un mes, Memo Loza y yo conviviéramos por primera y única ocasión. Al terminar la entrega del trofeo Minotauro 432 a los triunfadores de la Plaza México, coincidimos en una esquina del salón y nos pusimos a platicar. Junto con otros amigos decidimos dirigirnos a un restaurante cercano para prolongar la velada. No hizo falta que pasara mucho rato para darme cuenta de lo buen muchacho que era. Educado, correcto y mesurado. En su sitio. No arrebataba la palabra. Dejaba estar. Y su presencia era muy agradable. Hablamos de José Tomás, de Morante y de la crónica taurina. Ahora ubico esa noche como lo que fue: la gran oportunidad de conocerlo y al mismo tiempo, de despedirme de él.

No hay muertes tempranas ni tardías, sólo hay muertes a tiempo. "Nadie se muere antes del día que le toca", me dijo Joselito Huerta la última vez que lo vi durante un evento en la ciudad de Puebla. Pero si consideramos la juventud de un hombre al que le esperaba un brillante porvenir porque derrochaba calidad humana y talento profesional, porque le quedaba todo por hacer, los que nos quedamos sentimos que fue demasiado pronto su adiós. Guillermo estaba llamado a ser un locutor taurino de primera: reunía conocimientos, sensibilidad y criterio. Sabía dar un enfoque equilibrado a algo tan subjetivo como el arte del toreo.

Pesará la loza de su ausencia.

Guillermo, la promesa perdida de una crónica taurina limpia e independiente.


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