La invitación de Juan Antonio de Labra para colaborar en su portal ha sido motivo de gran satisfacción para mí, tanto por la estimación que le tengo, como porque lo admiro. Y estoy convencido, desde hace mucho tiempo, de que Juan Antonio es el comentarista taurino mexicano  con mayores conocimientos sobre el toro. Lleva muchos años demostrándolo.

He tenido oportunidad de transmitir junto con Juan Antonio entre 25 o 30 corridas a lo largo de los años, y desde la primera vez, inmediatamente me dí cuenta de lo bien y de lo pronto que sabe ver a los toros.

Agradeciendo su invitación, trataré de escribir sobre algo actualmente olvidado; de algunos años a la fecha nadie se ocupa del tema: las anécdotas. El anecdotario taurino es tan interesante como extenso.

Hay y siempre ha habido quienes confunden sucesos con anécdotas. Hay diferencia, no son lo mismo. Suceso es algo que pasa y puede tener mayor o menor importancia. Una anécdota debe reflejar el carácter de una persona, dibujar fielmente su personalidad.

De la mayor parte de las anécdotas que contaré me he enterado tanto a través de la lectura, como de distintos relatos.

En mi concepto la anécdota más impresionante de cuantas registra la historia del toreo, fue la última de la vida del inolvidable Manuel Rodríguez "Manolete". En una vida como de la Manolete la emoción dramática no podía faltar,… ¡ni en los últimos minutos de su existencia!

La cornada había sido muy grande, muy grave, y en cuanto a como le fue atendida, se aseguró   que faltó capacidad para resolver el problema. En la madrugada de aquel 29 de agosto de 1947, llegaron a Linares dos famosos cirujanos, Manuel Tamames y Luis Jiménez Guinea. Ya había muy poco que hacer.

A Manolete se le escapaba la vida; le quedaban pocos minutos. Se encontraba gravísimo y preguntó:

-¿Maté al toro de la estocada? ¿Me dieron la oreja?

-¡Admirable… ni en los últimos minutos de su vida dejó de ser Manolete!