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El comentario de Juan Antonio de Labra

Jueves, 08 Jul 2021    CDMX    Juan Antonio de Labra | Opinión     
"...se imponía una obligada suspensión que hubiese evitado..."
La accidentada novillada celebrada el domingo pasado en la plaza "Sebastián Medina" de Monterrey, ha dejado una serie de reflexiones en torno a la profesionalidad con la que deben organizarse los festejos, sobre todo en una ciudad de tanta importancia donde la afición ya cuenta con una referencia como lo es la plaza Monumental "Lorenzo Garza".

Una vez escuchadas las posturas de los involucrados, y al margen de su respetable argumentación, saltan a la vista una serie de consideraciones que merece la pena analizar con más detenimiento y, por qué no, también cuestionar y seguir exigiendo respuestas.

Por principio de cuentas, la responsabilidad de la autoridad municipal en la supervisión de un evento taurino, que nunca deja de ser de alto riesgo, así como la representatividad del juez de plaza en lo referente a la observación y cumplimiento del reglamento. Y más allá de ello, la aplicación del sentido común que ahí brilló por su ausencia.

Si nos atenemos a los hechos y circunstancias previas a la realización de dicha novillada, ésta debió haber sido suspendida al no contar la empresa con una cuadra de picar. Pero la insistencia de subalternos y toreros para llevar adelante el festejo, no obstante que el caballo que había disponible no estaba apto para salir al ruedo, debió alertar a todos acerca del atrevimiento –o la imprudencia– en la que estaban incurriendo.

Y más aún después de haber visto que ese caballo comenzó a tirar coces sin parar, lo que no sólo ponía en riesgo al picador de turno, en este caso Eduardo Reyna, sino a los demás que intentaban ayudarlo en la encomienda de realizar el primer tercio de la lidia del novillo que abrió plaza, y que desembocó en el grave percance sufrido por su hijo Lalo, al recibir una desafortunada y violenta patada en la cara.

Por otra parte, si Diego Garmendia estaba calado hasta el intestino, fue una inconsciencia haberlo alentado a dar muerte al novillo cuando apenas podía sostenerse en pie. Y por si esto fuera poco, la decisión de que se deshiciera de la asistencia de los monosabios para ir a recoger la oreja que la habían concedido, fue otra torpeza que invadió el terreno de la negligencia.

Aunque el empresario ha dado la cara en lo referente al pago de la atención médica de los heridos, ese hecho se queda lejos de lo que se imponía: una obligada suspensión que hubiese evitado exponer a los actuantes a lidiar al resto de los novillos sin un buen caballo de pica y, lo más grave, que el juez de plaza consintiera que los ejemplares de Golondrinas fueran picados dentro de los cajones. Esta es una aberración inadmisible.

"¡Hagamos las cosas bien!", rezaba el titular de aquel artículo publicado en este medio por Carlos Castañeda hace algunas semanas. Hoy queda claro que, en este caso de Monterrey, no se hicieron del todo bien… y ahí están las lamentables consecuencias. Ojalá que este sainete deje una valiosa enseñanza


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