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El toreo, sin adjetivos (video)

Domingo, 15 Nov 2015    México, D.F.    Juan Antonio de Labra | Foto: Sergio Hidalgo            
Diego Urdiales cuajó una faena antológica en La México
Ahora que los ríos de "tinta" cibernética de los portales y los caracteres frenéticos que invaden las redes sociales se desviven cantando los triunfos de los toreros utilizando la hipérbole a destajo, la ausencia de adjetivos sería la mejor manera de elogiar la faena de Diego Urdiales en la Plaza México.

Porque es precisamente el toreo de Diego –y la expresión que lo habita– la antítesis de toda esa banal faramalla que de pronto asalta la esencia de un sentimiento, el del toreo, que sólo adquiere carácter de arte mayor cuando se hace con pureza. Y eso, la verdad de las cosas, no ocurre a menudo. Así que cuando sucede se convierte en una sacudida tremenda de emoción que raya en lo milagroso, y nos obliga a volver siempre a los toros.

La esencia del arte del toreo se sustenta en una compleja premisa, consistente en que hacer lo más difícil es lo más fácil… y viceversa. Cuesta trabajo entenderlo, y ejecutarlo todavía más, pues la muerte acecha. Pero en ese arrebato que nace del miedo, la inteligencia torera transforma la violencia en caricia y el muletazo en latido.

El latir de un corazón torero, como el de Diego, cosido a cornadas como la injusticia, el desprecio o la desesperanza, está acostumbrado a latir a un tempo más lento, y ya desde las verónicas de recibo la magia de esta forma de sentir creó la atmósfera propicia para que la gente captara el misterio que el riojano venía a decir.

El noble toro de Bernaldo de Quirós comenzó a embestir con celo a partir de que Diego le dejó la muleta muerta por debajo del hocico, esperándolo mucho para engancharlo suavemente y crear belleza. Por su trazo y calidad, los muletazos fluyeron con una cadencia armoniosa, y el ceñimiento perfecto –ni más lejos, ni más cerca– que fue la clave para fundirse con el toro.

El público paladeó uno a uno, lentamente, los trazos de esta faena redonda, tanto por su fuerza interpretativa, como por su sólida concepción, y eso que hizo Diego es simplemente el toreo. Sin adjetivos.

Después de esta primera faena, que dejó a la gente extasiada, Fermín Rivera se vio obligado a arrear en el quinto, un toro dócil con el que el potosino sacó la casta para cortar una merecida oreja. Y si traicionó su ortodoxo estilo, fue en aras de "enfadarse"; de demostrarse a sí mismo que es necesario romper con ese talante académico en el que muchas veces se ahoga su expresión.

La gente agradeció la entrega del nieto del maestro de San Luis, y no tanto la del nieto del otro Fermín, inexplicablemente, pues Armillita IV procuró remontar la tarde delante de sendos toros sin fondo, con los que estuvo por encima de sus condiciones. Y vaya si les buscó las vueltas con profesionalismo y ganas de seguir con la racha triunfal de provincia, con salidas a hombros que avalan su progreso en plazas importantes, como fueron Tijuana y Monterrey, recientemente. Pero hoy no pudo ser. Ya vendrán tardes mejores.

Y si los Fermines se esforzaron, cada cual con su experiencia, el rejoneador Alejandro Zendejas tuvo una entonada actuación a la que le faltó el remate del rejón de muerte. Más allá del trofeo que pudo haber cortado al toro que abrió plaza, el queretano dejó una sensación de buen jinete, de tener una cuadra completa y bien domada, y de ejecutar las suertes dando el pecho de sus caballos, que es lo más importante. No hay que perderlo de vista.

La cariñosa ovación final con la que Diego Urdiales fue despedido, tras haber estado digno con el quinto, un toro que se rajó pronto, fue la muestra de que hoy dio un golpe de impacto como pocas veces ha dado un torero español debutante en esta plaza.

Por ello su felicidad era mayúscula, sabedor de que la autenticidad de su toreo sólo atiende a esa máxima que nos legó Belmonte: "Se torea como se es". Y Diego Urdiales es pureza.

Ficha
México, D.F.- Plaza México. Cuarta corrida de la Temporada Grande. Un tercio de entrada (unas 14 mil personas) en tarde agradable. Un toro de Fernando de la Mora para rejones, con transmisión, y seis de Bernaldo de Quirós, correctos en presentación y poco juego en su conjunto, salvo el 1o., que tuvo clase y duración. Pesos: 512, 505, 507, 490, 530 y 498 kilos. El rejoneador Alejandro Zendejas: Ovación. Diego Urdiales (corinto y oro): Vuelta y palmas. Fermín Rivera (negro y oro): Silencio tras aviso y oreja. Fermín Espinosa "Armillita IV" (azul pavo y oro): Silencio tras aviso y silencio. Incidencias: Urdiales confirmó con el toro "Personaje", número 645, negro jirón, con 505 kilos. Destacaron en banderillas Héctor García y Ángel Alberto González, que saludaron en el 4o., y bregó con temple Fernando García.

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