Tauromaquia: Novillos, novilleros y novilladas (III)
Lunes, 10 Ago 2015
Puebla, Pue.
Horacio Reiba | Opinión
La columna de este lunes en La Jornada de Oriente
La prematura muerte de esa estrella fugaz que fue Valente Arellano coincide con la década en que menos corridas dio la Plaza México. Empero, a las temporadas chicas, en principio, esa merma no las afectó. La de 1981, por ejemplo, había desembocado en las alternativas de los triunfadores Antonio Urrutia y Pepe Alonso. Y cuando, desaparecido Valente, volvieron a sonar los nombres de famosas dinastías, la atención del aficionado se centró en las buenas maneras de Curro Calesero, por un lado, y José Lorenzo y José Roberto Garza. por otro. Tres promesas que tuvieron su instante de gloria antes de desvanecerse en la nada.
Otras esperanzas, como Javier Bernaldo y Sergio González –actual subalterno–, apenas llegarían un poco más allá. Mayor alboroto, hacia 1986-87, causó la atrevida y desenfadada tauromaquia de El Glison, en contraste con la ortodoxia de los regiomontanos Hernán Ondarza y Alfredo Ferriño, sobrino carnal de Manolo Martínez. Y en ésas estábamos cuando los Cosío-Peralta se deshicieron por fin de un Alfonso Gaona cada vez más extraviado y cerraron La México. Y entonces sí, la atonía taurina en la capital cobró forma de eclipse total, que iba a durar un año largo.
Reapertura y Jueves Taurinos
En pleno auge del populismo salinista, Manuel Camacho Solís, a la sazón regente del Distrito Federal, se subió al carro del clamor de una afición a las corridas que todavía caracterizaba a los capitalinos de la época para anunciar, con bombo y platillos, la reapertura del coso máximo. Bajo intensa campaña mediática vio la luz un Patronato –presidido por Joselito Huerta y el restaurantero Chucho Arroyo, que a la postre quedó al mando– que haría las veces de empresa.
Y que tras la llamada corrida de reinauguración (Manolo Martínez, David Silveti y Miguel Espinosa "Armillita Chico" con Tequisquiapan, 29-05-89), dio curso a una Temporada Chica de más de 30 festejos, en la que incluso se revivió la añeja modalidad de los Jueves Taurinos, con festejos nocturnos que concitaban verdaderas multitudes: quienes destacaban en jueves, se ganaban una oportunidad el domingo.
En medio de tal abundancia no dejaron de florecer prospectos interesantes, dos de los cuales, Enrique Garza y Alfredo Lomelí, terminarían por rivalizar mano a mano y ganarse la alternativa. El regiomontano Garza con un toreo dinámico, que incluía eléctricos tercios de banderillas que sorprendieron a la afición –especialmente a los novatos que, arrastrados por el ruido de la reapertura, hacían sus pininos en la Monumental–; bases muy distintas a las del tapatío Lomelí, que tendía a muletero de temple largo, un poco sobre el molde de su paisano Manuel Capetillo. O de los más recientes Ricardo y Luis Fernando Sánchez, los dos hermanos hidrocálidos que tanto gustaran de novilleros.
Los 90 y la ola hispana
Ya bajo la égida de Televisa –Aurelio Pérez de asesor y Curro Leal como operador, en un primer momento– hizo eclosión la quizás última pareja de novilleros verdaderamente interesante, descubierta por la México. De nuevo, el contraste de estilos la animaba, pues mientras Arturo Gilio, de Torreón, ofrecía su tauromaquia de tres tercios, tan alegre y personal como entregada y valerosa, el capitalino Mario del Olmo encandilaba con una versión más académica, basada en el clasicismo y el temple. A Gilio, en quien se adivinaba gran potencial, desde el principio lo castigaron mucho los toros –una fractura expuesta de tibia y peroné lo sacó de la circulación casi un año cuando redondeaba su faena más lograda en la Monumental, con el novillo "Chinelo", de Garfias (28-10-90). Dos sólidas promesas, Arturo y Mario, al calor de las cuales la Monumental se colmaba, pero cuyas trayectorias posteriores no cumplieron del todo los buenos augurios. Y eso que Gilio tuvo uno de los poquísimos doctorados en el Distrito Federal coronados con corte de un rabo en tarde de tanta trascendencia, en su caso el de "Genovés" de De Santiago (05-02-92). Los otros fueron para Fermín Espinosa "Armillita" (de "Coludo" de San Diego de los Padres, 23-10-27) y, ya en La México, Rafael Rodríguez (de "Collarín" de Coaxamalucan, 19-12-48).
En la serie chica de 1993 sobresalieron y alcanzaron el doctorado Federico Pizarro, Rogelio Treviño y el pequeño y valeroso Adrián Flores –los dos últimos indultaron sendos novillos en La México, mientras Pizarro mantenía una línea de elegante sobriedad–. Al año siguiente crearon expectativas en torno a sus excelentes maneras dos muchachos de Aguascalientes, José María Luévano y Miguel Lahoz, un tanto frío éste y más arrebatado aquél. Tardes y faenas excelentes se les vieron. Aunque, para llenos absolutos, los que suscitó, en 1995, la novillera madrileña Cristina Sánchez, cuya llamativa belleza y sorprendente fondo torero calaron hondo en la afición.
Mientras que Fernando Ochoa, que había tenido el año anterior una presentación muy por debajo de las expectativas despertadas –todavía, las temporadas novilleriles de Guadalajara, Puebla, Morelia, Arroyo y Puerto Vallarta creaban prestigios con eco en la capital–, dio a su lado el estirón y se proyectó con fuerza hacia el doctorado. En 1994 había sorprendido, en apenas tres o cuatro presentaciones, un muy joven José Tomás, nacido en Galapagar, cerca de Madrid, pues aunaba a su incipiente finura y decidida autenticidad un insólito estoicismo. Sería, al cabo, uno de los dos españoles que han tomado la alternativa directamente en la Plaza México (con "Mariachi", de Xajay, 10-12-95: su segundo le pegó fuerte cornada). El otro fue el también madrileño Ángel Majano (11-03-79). Por cierto, una tarde de agosto empapada por la lluvia, José Tomás coincidió en la Monumental con Manuel Martínez hijo, cuyos alcances taurinos no emulaban en absoluto los del padre.
El Juli y Jerónimo
Pero la mayor sensación de la década vino representada por otro joven originario de Madrid al que la ley española impedía torear en su país debido a su corta edad. Nada más presentarse, Julián López "El Juli" se convirtió en un desbordante fenómeno popular, pues era como una clarividente máquina de triunfar sobre los fundamentos de una tauromaquia de libro, tan completa y precisa como alegremente juvenil. Entre clamores, indultó al novillo "Feligrés" de La Venta del Refugio (03-08-97) y siguió cosechando victorias hasta culminar en la disputa de la Oreja de Plata, que se llevaría, en decisión muy dividida y con los dos a hombros, Fermín Spínola. No obstante, la contrapartida ideal de El Juli estaba representada por el poblano adoptivo Jerónimo, torero de sentimiento y temple muy mexicanos, que marcaría, al lado de Julián, la nota más alta de aquella recordada temporada veraniega cuando ambos bordaron el toreo con sendos novillos de Huichapan, para cortarles las orejas y ser paseados triunfalmente hasta bien entrada la noche por calles aledañas a la Monumental (21-09-97).
Pero tanta bonanza no sería duradera. Con Miguel Alemán Magnani como accionista principal de la empresa y Rafael Herrerías como su operador plenipotenciario, la Fiesta en México se internaba ya en una nueva etapa, presidida por una autorregulación de inspiración neoliberal que estigmatizaba las novilladas y, por ende, amenazó de ruina el futuro del espectáculo.
Siglo plomizo
Ni siquiera la disposición reglamentaria de 12 novilladas obligatorias para la empresa de la Monumental ha sido seguida de buen grado por la administración actual, que lleva ya 22 años funcionando. En permanente pugna con la autoridad, sin veedores en su equipo –el que quiera torear, que lleve un video de muestra– ni el respaldo de suficiente movimiento taurino de los estados, donde la sequía de toros está golpeando con más fuerza que nunca, la empresa capitalina, convertida en crítica permanente de novilleros y novilladas, ha limitado los veranos de este siglo XXI a unos cuantos carteles, armados de mala gana y sin un proyecto encaminado a promover nuevos valores e interesar mínimamente al público, cuyo ausentismo, sobradamente justificado, es cada año más notorio.
Por esa plaza vacía han desfilado docenas de jóvenes elegidos al azar, la mayoría sin formación, talento ni posibilidades. Ni siquiera motivó a la empresa comprobar que las cosas cambiaban de cariz cuando se hicieron bien, gracias a intervenciones ajenas a la gerencia titular, como ocurriera entre 1998 y 2003 con motivo de las finales de sendos Encuentros Mundiales de Novilleros organizados por Carlos Peralta –jóvenes como El Juli, Ignacio Garibay, Enrique "El Cuate" Espinosa, Arturo Macías, Sebastián Castella y Miguel Ángel Perera llegaron a actuar y triunfar entonces en La México. O más recientemente, cuando la escuela Tauromagia Mexicana, avecindada en Querétaro bajo subvención de Julio Esponda con asesoría del taurino español Enrique Martín Arranz, puso a sus mejores prospectos a disposición de la empresa capitalina, que usó de ellos sin casi publicidad, de modo que prácticamente en familia se sucedieron promisorias actuaciones de El Payo, Arturo Saldívar y Mario Aguilar, autor por cierto de una auténtica gran faena (01-10-05).
Entre 2005 y 2007, habían cortado convincentes orejas en la México Hilda Tenorio (tres orejas el 14-08-05) y el colombiano Ricardo Rivera. Y en 2009 lo haría, en un par de tardes verdaderamente triunfales, el tlaxcalteca Sergio Flores, ya con la gente desconectada del tema taurino, los tendidos desolados y la empresa y los propietarios del coso viendo para otro lado. Tal como lo habían hecho cuando la Comisión Taurina del Distrito Federal, allá por 1999, propuso que se nombrara a la plaza patrimonio histórico de la ciudad.
Invitación
Este columnista está emplazado a inaugurar el ciclo cultural anunciado en paralelo a la feria de Huamantla. Será mañana, martes 11, en punto de las 19:00 horas, en el Museo Taurino aledaño a la plaza de toros, con el tema "Los enemigos de la Fiesta"
Naturalmente, los lectores de esta columna, sean o no de Huamantla, están invitados muy cordialmente a compartir tamaño atrevimiento con el responsable de estas semanales "Tauromaquias".
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