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Desde el barrio: Detalles para el optimismo

Martes, 14 Ago 2012    Madrid, España    Paco Aguado | Opinión   
La columna de este martes
Mientras la temporada transcurre entre más penas que alegrías, con el toreo entero mirando con recelo a las desoladas taquillas y a los huecos del tendido; mientras el toro de la crisis (ese que ha comido poco o mal en este año de sequía en el campo y en las cuentas bancarias) apenas si tiene bríos para embestir con regularidad; mientras los números de los escalafones reflejan con cruda nitidez los efectos de la restricción; y mientras muchos de los mejores profesionales siguen sentados en casa por resistir con dignidad al oprobio taurino, aún hay atisbos en el toreo que incitan al optimismo.

Aunque desapercibidos para los medios, sobre todo para los más empeñados en revolcarse en el barro y en resaltar los manidos argumentos de su apocalíptico y sesgado mensaje, esos atisbos, esos brotes verdes que diría Zapatero, están a la vista de todo aquel que quiera reparar en ellos con una mirada limpia.

Pasó, por ejemplo, en Málaga la semana pasada, con motivo del certamen de escuelas taurinas celebrado durante cuatro días en el coso de La Malagueta. Y pasó que las cuatro tardes, de menos a más, los tendidos se cubrieron como mínimo con más de 7.000 espectadores, la mayoría niños y adolescentes que disfrutaron del espectáculo con la alegría y la frescura con que se asiste a un evento realmente popular.

Sí, ya se que la asistencia era gratuita, y que a la empresa Chopera el certamen le supuso un estimable desembolso sin respuesta inmediata (es lo que tienen las inversiones a medio o largo plazo). Pero esas treinta mil localidades ocupadas en cuatro días dejan un claro y nítido mensaje: que en Málaga todavía hay afición. Otra cosa es que no haya dinero, o interés, para ir a los toros cuando se exige pasar antes por taquilla, como se está viendo estos días en la primera parte de la feria.

Sea como sea, y por mucho acceso gratuito que las motivara, las cifras de asistencia a esas becerradas en las que debutó dignamente en España el mexicano Juan Pablo Llaguno son rotundamente significativas. Dicen los que conocen Málaga que ningún otro espectáculo, deportivo, musical o artístico, con entrada libre es capaz de concitar una asistencia similar durante cuatro días seguidos en la ciudad. Y que, ni de lejos, pueden imaginarse la mitad de público en un partido de cadetes o juveniles del Málaga C.F., por hacer un parangón de similares categorías.

Pero lo mejor de todo es que los chavales se divirtieron y disfrutaron con esos otros raros chavales que quieren ser toreros. Que jalearon sus faenas, que pidieron orejas y que, finalizado el festejo, se arrojaron al ruedo para sacarlos a hombros, para tocarlos, para mostrarles su admiración y demostrar que el toreo sigue enraizado en la capital de la Costa del Sol, donde, pese a todo, hay una afición latente que necesita atenciones y motivación.

Es decir, que no todo está perdido. Que estamos a tiempo de ponernos a trabajar para asegurar ese futuro que nosotros mismo negamos ocultándolo con un opaco velo de pesimismo y respondiendo a los problemas con una resignada dejadez. Y que haciendo las cosas bien, con organización, unión y sentido común, aún hay lugar a la esperanza.

Todavía se ve luz al final del túnel. Porque la historia nos dice que el toreo siempre salió reforzado de las grandes crisis. Y porque, aun en los peores momentos, o quizá por eso mismo, en España siguen saliendo toreros. Como ese José Garrido que, a plaza llena en la final del certamen, presentó en Málaga su instancia para las oposiciones al cargo de figura del toreo.
  


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