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Tauromaquia: ¿Renace la Fiesta en Puebla?

Lunes, 16 Mar 2015    Puebla, Pue.    Horacio Reiba | Opinión   
La columna de hoy en La Jornada de Oriente

La noticia se dio el pasado viernes, con todo detalle, en la propia capital poblana: en cosa de quince días empieza la construcción del Centro de Espectáculos Puebla, a iniciativa y por cuenta de un consorcio encabezado por el matador Arturo Gilio, el ganadero Pedro Vaca y el empresario gallego-tabasqueño Carlos Mouriño. En este proyecto, el arquitecto Jorge Guerrero volcará la amplia experiencia reunida a partir de las dos obras similares que lo antecedieron, en Torreón y Mérida, inaugurada la primera hace siete años y la segunda hace año y medio. 

El Centro de Espectáculos Puebla se asentará al norte de la ciudad, sobre una superficie de 2.1 hectáreas aledaña a los estadios Cuauhtémoc y Hermanos Serdán. El concepto es sumamente avanzado –tres niveles, dos hileras de palcos, comercios y restaurantes, servicio sanitario y elevadores de primera, estacionamiento para 2,300 automóviles y capacidad para 10 mil espectadores--. Esto en presentaciones como conciertos, ópera, recitales, obras teatrales y deportes como básquet, tenis y boxeo.

En cuanto a corridas de toros y novillos –que es lo que a efectos de esta nota interesa--, el aforo quedará reducido a 8 mil espectadores, cómodamente instalados en butacas anatómicas o palcos a todo lujo. El ruedo tendrá un diámetro de 38 metros, y entre las instalaciones se contarán cuatro corraletas y ocho toriles, además de capilla, camerinos, bodegas, destazadero, patio de caballos y patio de cuadrillas. La inauguración está previsto que ocurra entre junio y agosto de 2016.

Breve recapitulación

La historia de las corridas en Puebla es harto contradictoria. Los anales hablan de  un espectáculo de gran tirón popular desde mediados del siglo XVI –la fundación de la ciudad data de 1531--, y su primera plaza específicamente taurina, la de El Paseo Nuevo, erigida en 1840, alcanzaría casi una centuria de fructífera vida, que sólo clausuró el advenimiento de El Toreo de Puebla, la mayor por volumen y aforo (14 mil localidades, incluidos 24 palcos de contrabarrera), inaugurada el 29 de noviembre de 1936 con un encierro de San Mateo para Alberto Balderas y Jesús Solórzano, cuyo arte conquistó los primeros apéndices concedidos en el flamante coso.

Fue aquella primera una temporada inolvidable, cuya categoría no desmerecía en nada la de El Toreo capitalino, cerrado por esas fechas ante la incertidumbre creada por el boicot del miedo y el asesinato de Eduardo Margeli, hombre fuerte de la empresa metropolitana. Dentro de la serie inaugural figuró otro gran encierro sanmateíno, al que le cortaron sendos rabos Balderas y El Soldado; una novillada de Año Nuevo para la presentación de Silverio Pérez. Y un corridón de Zotoluca con el que Fermín Armilla rayó a gran altura, en cerrada competencia con Luis Castro y El Vizcaíno, que esa tarde tomaba la alternativa (13.12.36). Cuenta la leyenda que entre los 14 toros que don Antonio Llaguno había destinado a Puebla se encontraba “Pardito”, que al quedar como sobrero en la inauguración fue enviado a México, donde sería inmortalizado por Fermín Espinosa al convertirse en el único astado al que se le ha cortado una pata en cosos del Distrito Federal.

Decadencia y demolición

Luego de continuar como plaza importante –la segunda del país, según los reglamento taurinos en su primera época--, El Toreo poblano fue decayendo y los festejos espaciándose. Una cláusula impuesta a principios de los años 50 en sus contratos por la empresa de la capital, según la cual los espadas contratados no podrían torear a menos de 150 kilómetros del DF (Puebla está a 120 km), empezó a cavar la tumba del anchuroso coliseo, pasto de empresarios eventuales y poco respetuosos de la ciudad y su larga tradición táurica. Y cuando en 1960, Guillermo Carvajal pareció tomarse en serio la organización de una temporada de verdad, con gran éxito por cierto, Alfonso Gaona, alarmado, se arregló en México con Gabriel Alarcón, a la sazón propietario del coso, para arrendarlo y volverlo a la triste rutina de tres o cuatro festejos al año. Inercia que duraría hasta su silenciosa y rápida demolición, en abril de 1974.

El Relicario

La fiesta se sostuvo en Puebla a base de plazas portátiles, escenario de las ferias de mayo comprendidas entre 1975 y 1988, cuando la buena respuesta del público animó a José Ángel López Lima –un joven empresario con arrestos de buen tlaxcalteca y alma de poblano—a la construcción de El Relicario, cuyo pecado original fue el haber sido erigido en terrenos del gobierno del estado, a cuya propiedad pasó automáticamente.

Esto explica que, tras la gestión inicial de López Lima, decididamente brillante –como El Toreo, su temporada inaugural resultó ejemplar desde el primer día, con un cartel integrado por David Silveti, Jorge Gutiérrez, El Soro y toros de Reyes Huerta (18.11.88)--, los últimos dos gobiernos estatales hayan puesto la plaza en manos equivocadas, no se sabe si por desidia o con el ánimo nunca confesado de reducir a cenizas la entusiasta afición creada por el constructor en sus idas y vueltas al timón de su plaza --en 1994, López Lima organizó 23 festejos, entre corridas (11), novilladas (10), corridas de rejones (1) y festivales (1); y otras tantas en 2004, último año de su administración, con 11 festejos mayores y 12 más en temporada chica--. Comparar esa cifra con los 4 festejos de mayo de 2014 dará idea del “interés” de las actuales autoridades por atender a la afición y a la tradición taurina locales. 

La influencia de Gilio

¿Qué razones impulsan al consorcio que ha emprendido la tarea de dotar a Puebla de un nuevo coso taurino (aunque no exclusivamente)?. Por un lado, explicaban, el acelerado desarrollo de esta ciudad, destino de su inversión más ambiciosa (el cálculo inicial habla de unos 300 millones de pesos). Y por otro, dato de suma importancia, la agradecida memoria de Arturo Gilio, que fue ídolo en El Relicario, y de aquí salió lanzado a la conquista de la Plaza México y a una de las alternativas más exitosas que registra la Monumental (05.02.92), pues esa tarde cortó un rabo (a “Genovés”, de De Santiago), cosa que antes de Arturo solamente habían logrado en el DF, en fecha de tanta trascendencia, el Volcán de Aguascalientes Rafael Rodríguez (19.12.48) y, en El Toreo de la Condesa, el maestro de Saltillo Fermín Espinosa Armillita (23.10.27).

También recuerda Gilio, en breve pero jugosa charla con el firmante, su posterior trayectoria, ya matador, en el propio coso del Cerro, con su agridulce rastro de sangre y triunfos, y una despedida en que los poblanos volcaron su cariño de años hacia el espada lagunero. No en balde había obtenido, en sólo 7 apariciones novilleriles, 9 orejas y el trofeo al triunfador de la feria de 1990. Y como matador, entre 1992 y 1999, cortó 21 apéndices en 23 corridas, a cambio de tres cornadas, una de ellas, la de “Palomino” de Xajay (16.05.92), sumamente grave.  

Arturo Gilio ha sido tal vez el último torero mexicano con un sello personal inconfundiblemente alegre y comunicativo. A su variedad y largura en los tres tercios unía un entusiasmo no exento de calidad y rebosante siempre de valentía. Cuando sintió que estos elementos comenzaban a ceder ante los turbios manejos de nuestra fiesta, su decisión de dejarlo fue irrevocable. Hombre de variados talentos, terminó por transformarse, tal como se lo había propuesto, en el empresario imaginativo y agudo que actualmente es, para bien de la fiesta –también posee una ganadería-- y de los espectáculos de altura en nuestro país.


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