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Tauromaquia: Toreros colombianos en México (I)

Lunes, 04 Ago 2014    Puebla, Pue.    Horacio Reiba | Opinión   
La columna de este lunes en La Jornada de Oriente
Hace un par de semanas, esta columna se ocupó muy sucintamente de la tauromaquia colombiana, sus valores taurinos y humanos y su larga relación con toros y toreros de México. Tan abundante y halagüeña fue la respuesta que dicho texto encontró en lectores de aquel país –al que tantos lazos culturales, históricos y afectivos nos unen–, que hoy no puedo menos que referirme a las andanzas de sus diversos representantes que, vestidos de luces, comparecieron alguna vez en nuestros cosos.

Todo sea por combatir, desde la buena amistad  y con ánimo de reencuentro, un aislamiento de décadas, más pernicioso que nunca en estos tiempos de general y declarada taurofobia.

Un hombre de dos mundos

Miguel López (Manizales, 1907-México D.F., 1980) vivía en nuestro país, actuando de vez en cuando por los estados, cuando fue llamado a clausurar la histórica plaza de El Toreo en el marco de una función sumamente modesta, previa a la demolición del añorado escenario, tan impregnado como estaba de torería eterna. En realidad, y según los datos de que dispongo, fue esa la corrida de su alternativa, con "Marinero", de San Diego de los Padres, Andrés Blando por padrino y de testigo Edmundo Zepeda. También tocó al espada manizaleño despachar al último toro en la historia del Toreo, "Lince", sexto de un encierro con edad y leña que poco permitió a los esforzados alternantes de aquella melancólica función.

De Miguelito López, que nunca más actuó en plaza capitalina y era un valeroso estoqueador, se recuerda que, fuera ya de edad para dar la pelea vestido de luces, acostumbraba comprar un cuatreño para lidiarlo por su cuenta en la fecha precisa de su cumpleaños. Y que fue fiel al autoimpuesto ritual hasta el final de sus días de colombiano-mexicano honesto y cabal.

En La México

Son exactamente nueve los diestros colombianos que han confirmado alternativa en la actual Plaza México. Son los siguientes, de acuerdo con la cronología de sus respectivas presentaciones en la gran cazuela: José Zúñiga "Joselillo de Colombia" (08-05-60, con el toro "Coleto", de La Punta, apadrinado por Juan Silveti y con Joselito Huerta como segundo espada); Pepe Cáceres (08-01-61, con "Colibrí", de La Laguna, por el propio Silveti y ante "El Ranchero" Aguilar), Jaime González "El Puno" (21.01-73, con "Poeta" de Tequisquiapan en cartel de ocho toros; padrino Jesús Solórzano Pesado, testigos Francisco Ruiz Miguel y José Antonio Gaona), Enrique Calvo "El Cali" (02-03-75, con "Cazuelo", de De Haro, apadrinado por Antonio José Galán y alternando con Rafael Gil "Rafaelillo"), César Rincón (31-07-83, con "Cartujano" de Mariano Ramírez, por César Pastor y ante Ricardo Sánchez), Alberto Mesa Mendoza (01-03-92, con "Malafacha", de Yturbe Hermanos, por El Pana y ante Jorge de Jesús "El Glison"), Edgar García "El Dandy"(29-12-2002, con "Yerbero" de Montecristo, por Mariano Ramos y ante Jorge Mora), Luis Bolívar (07-03-10, "Madrilisto" de Barralva, por Humberto Flores y ante Víctor Mora) y Ricardo Rivera (29-12-13, con "Volcánico", de De Haro, por Federico Pizarro y ante Pepe López).

Como era de esperar, los que se limitaron a cumplir con el rito sin despertar mayor interés en el público no volverían a vestirse de toreros en la capital, pero quienes consiguieron dejar huella en su tarde de confirmación retornarían no una sino varias veces al coso de Insurgentes. Fueron los casos ustedes dirán qué tan previsibles de Joselillo de Colombia, Pepe Cáceres y César Rincón. Si bien éste último, luego de mostrarse tan valeroso como verde al confirmar, sólo lograría retornar a la México ocho años después, portador ya del aura de figura que le confirió su campaña española de 1991, la de las cuatro tardes consecutivas abriendo, entre clamores, la Puerta de Madrid.

Naturalmente, no sería esa del invierno de 1991-92 su última temporada en México, donde, a lo largo de los años, consiguió asimismo triunfos que confirmaron su cartel de figurísima.

Joselillo, dos puertas grandes

Sin demasiada suerte en su primera tarde, José Zúñiga iba a regresar a La México en mitad de una campaña triunfal por plazas de los estados. Fue para actuar en un festejo extraordinario, organizado a beneficio del matador mexicano Carlos Vera "Cañitas", a quien el cornadón de un toro de Ayala acababa de costarle la amputación de la pierna derecha. Aquel 16 de septiembre del año 1960, le tocó a José cerrar un  cartel de seis espadas. Le deparó la suerte un sobrero nada prometedor de Ajuluapan, con la gente deseando abandonar el coso cuanto antes –el festejo había sido largo e insulso , y todo ocurrió como por milagro: la porfía del diestro para ir metiendo poco a poco al manso en su muleta, la crecida emocional subiendo de tono conforme la laboriosa brega se tornaba en faena importante, y la explosión triunfal provocada por un estoconazo fulminante, al que siguió una petición unánime de trofeos, el otorgamiento de dos orejas y la salida en hombros.

Como era lógico, Joselillo de Colombia quedó contratado para la temporada grande siguiente, y su presentación en la misma (15-01-61, con Calesero y Silveti, torazos de La Punta) no pudo ser más auspiciosa; vuelta al ruedo en su primero y, por una faena redonda, las orejas de "Soleares", un gran sexto toro, con nueva salida en hombros. Sólo que el encanto se rompió con sus pobres desempeños del 5 de febrero, 19 de marzo (Oreja de Oro, ganada por Jorge Aguilar) y 9 de abril siguientes. Y el promisorio panorama que parecía abrirse ante el caleño decayó de tal manera que nunca más volvería a verse anunciado en la Monumental. Alejamiento en parte voluntario, porque si en 1961 fue el diestro con más actuaciones en nuestra república, en el futuro limitaría su radio de acción a cosos sudamericanos.

Tuvo Joselillo un hermano matador, Manolo Zúñiga, que al rebufo de los triunfos fraternos también se dejó anunciar a menudo en plazas mexicanas del interior en aquellos primeros años 60. Su caudal torero era inferior al de José y discreto su paso por nuestros cosos, que no llegó a incluir la confirmación en la capital.

¿Reciprocidad?

Dominado el tinglado en Sudamérica por las grandes casas españolas y roto el intercambio taurino hispanomexicano entre 1957 y 1961, la presencia azteca en ruedos de Colombia fue prácticamente inexistente por aquellos años. Tan férreo llegó a ser ese colonialismo que la torería colombiana, siguiendo el ejemplo de la nuestra, intentó suscribir un convenio de reciprocidad con sus colegas peninsulares, sólo para encontrarse con propuestas tan leoninas que casi tenían que pedirles permiso para poder actuar… ¡en su propia tierra!

A despecho de tales inconvenientes, ya veremos cómo fueron las andanzas por nuestras plazas de las dos principales figuras que ha dado Colombia a la fiesta.


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