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Tauromaquia: Los nombres de los toros

Lunes, 28 Dic 2015    Puebla, Pue.    Horacio Reiba | Opinión   
La última columna del año en La Jornada de Oriente

El domingo anterior, el sexto torete de La Punta saltó a la arena bajo un nombre distinto al consignado en la tarjeta de sorteo. No se debió a una confusión –de todos modos inadmisible– sino a deliberado deseo de ofender al juez Jorge Ramos, que acababa de negarle a Fabián Barba una oreja solicitada con cierta insistencia.

Como la responsabilidad de denominar "Juezpen" al inocente punteño sólo puede recaer en el ganadero, con la complicidad de la administración del coso, la autoridad no habría tenido ninguna dificultad en aclarar el punto y castigar tan inaceptable falta de respeto al rito taurino y al público en general, confundida su plaza de toros con arena de lucha libre, donde tal género de vulgaridades son muy celebradas.

Pero la delegación Benito Juárez pasó por alto el incidente, confirmando la nula estima que siente por la tradición taurina y sus aficionados, por no hablar del reglamento cuyo cumplimiento debiera tutelar.

Por lo demás, el zafio exabrupto podría haberse evitado si el tema de los nombres de los toros estuviera sometido a unos usos y costumbres menos informales y antojadizos que los que privan en nuestro país, donde el criador es el primero en mostrar un olímpico desprecio hacia su propio ganado, incapaz de aplicarles un nombre individual a cada una de sus reses y de respetarlo en lo sucesivo, como seguramente sí lo hace con los gatos, perros, caballos y hasta burros de su propiedad.

Divergencias

Hablando de las diferencias de la Fiesta en México y España, se ha criticado a nuestros taurinos la diligencia con que suelen adoptar las prácticas viciosas que de allá nos llegan pero nunca las virtuosas, ésas que realmente servirían para mejorar aspectos esenciales de nuestras devaluadas corridas de toros. Sin duda, esto incluye los nombres de los astados, que en el campo bravo de la península ibérica se asignan desde el nacimiento reproduciendo en masculino el nombre de la vaca madre tradición rigurosa, mientras por estas tierras se encuentran actualmente sujetos a una frivolidad y un oportunismo cada vez más deleznables. Reflejo de una falta de seriedad que amenaza con acabar con lo poco que del rito táurico va quedando en pie. 

Aclarando paradas

No siempre fue así. Antiguamente, en la mayoría de las ganaderías mexicanas, caporales y vaqueros solían dirigirse a los toros por su nombre, nada de "el 561" o "el 442", como ahora. Es verdad que no en todas existía la costumbre de asociar invariablemente el nombre del becerro al de su madre, como se hace en España, pero aun así, cada ganadería tenía sus propias reglas y siempre las seguía. En Zacatecas, digamos, se respetaba la letra inicial para, por ejemplo, al becerro parido por la "Cominita" denominarlo "Cominito", sin menoscabo de que un hermano de éste fuera llamado "Comisario" y otro más "Comensal".

En todo caso, los sustantivos o adjetivos empleados remitían a actividades relacionadas con el campo y su entorno natural o humano, y eventualmente a denominaciones de moda, no desprovistas de cierto toque humorístico. Heriberto Rodríguez hizo famosos los nombres compuestos "No te entumas", "Busco Suegras", "Miel en Penca", por ejemplo, mientras en Tlaxcala predominaban alusiones a oficios e instrumentos de trabajo –"Cilindrero", "Cobijero", "Joyero", "Tlachiquero”, "Garlopo", y de la fauna o la flora local –"Calao", "Oncito", "Tunero", "Conejo".

En la casa Llaguno eran inclinados a los diminutivos –"Pardito", "Tortolito", "Perlito", "Manzanito", "Rayito", "Zorrito"– y tampoco faltaban en nuestras corridas gentilicios como "Colombiano", "Italiano", "Andaluz", "Tapatío", "Judío", "Gitano", "Murciano", "Caribeño", o evocaciones al carácter u otros atributos del animal –"Garboso", "Buen Mozo", "Famoso", "Curioso", "Divertido", "Holgazán"

El campo y actividades aledañas estaban presentes –"Serrano", "Charrito", "Huapanguero", "Alcornoque", "Cuervo", "Cachorro", "Mascalagua". Como caso singular, la tlaxcalteca Tenexac se ha distinguido por adjudicar a sus morlacos denominaciones en lengua náhuatl.

En fin, si uno repasa los nombres de toros históricos, todos ellos exhalan un genuino sabor taurino –"Clarinero", "Revenido", "Tanguito", "Amapolo", "Pavo", "Cantaclaro", "Consentido", "Azucarero", "Mosquetero", "Tapabocas", "Amoroso", "Cascabel". Nada que ver con las cursilerías hoy tan en boga.

Cambios de nombre

Podía ocurrir, aunque sólo excepcionalmente, que el nombre original sufriera modificaciones de ocasión, atendiendo a compromisos o patrocinios emergentes. En corridas de la Prensa, por ejemplo, los toros se lidiaban con los sobrenombres de cronistas conocidos –"Monosabio", "Ojo", "Verduguillo", "Duque de Varagua"…, y en su sabrosísima obra "El color de la divisa", Paco Madrazo aclara que "Piterito", de La Punta, se corrió en El Toreo como "Palaia Royal" en la Covadonga de 1937 (tomó cinco puyazos y fue estoqueado por Armillita). Antes, en una corrida concurso de ganaderías, a "Faraón", del mismo hierro jalisciense, se le rebautizó "Vistoso" en atención a su hermoso trapío –ganó el premio al mejor presentado, en tanto se adjudicaba al zotoluqueño "Azabache" la presea al más bravo de los que despacharon Domingo Ortega y el propio Fermín, amplio vencedor de ese mano a mano (13-01-35). 

Ya en la Plaza México, los únicos cambios de nombre solían darse en corridas por la Oreja de Oro, aplicándose a las reses los de distintas cervezas de la embotelladora que donaba el trofeo, de ahí que el berrendo de Santo Domingo inmortalizado por El Ranchero Aguilar en 1961 se lidiara como "Sol", y como "Superior" el de Mimiahuápam con que triunfó José Huerta al año siguiente.

Fuera de esas eventualidades, los mismos carteles de mano donde se anunciaban las corridas –y no solamente en la capital– usualmente mostraban al reverso las fotografías de los toros a lidiar, con sus números y nombres correspondientes.

La nueva usanza

Lo dicho hasta aquí es perfectamente constatable y echa por tierra la conseja, difundida en tiempos recientes por ganaderos, empresarios y publicronistas, según la cual “en México siempre se bautizó a los toros el día de la corrida”. Este embuste no parece tener otro propósito que, precisamente, omitir darles un nombre propio desde su vacada de origen, y, por otro lado, hacer relaciones públicas mediante la pizarra que desde tiempo inmemorial se fija sobre la puerta de toriles –esto en México, porque en España y otros países tal costumbre no existía y se adoptó posteriormente.

De ahí las cada vez más frecuentes alusiones a nombres o apocarísticos de personas cercanas al ganadero –en el mejor de los casos--, o bien política o comercialmente convenientes: "Bobby", "Don Javi", "Piquis", "Presidente", "Ministro", "Ejecutivo", o esa barbaridad de nombrar a cada toro del encierro con una de las palabras que componen alguna frase almibarada y lambiscona del tipo "Mil Gracias por su apoyo y presencia, señor gobernador". Una variante de lo mismo hace alusión a comercios, marcas de automóviles o artefactos electrónicos con los que el propietario de la divisa o el empresario en turno tienen algún tipo de intercambio social o mercantil.

Una raya más al tigre

Esto de los apelativos apócrifos podrá parecer una nadería pero no lo es: en tauromaquia, forma y fondo integran una unidad indisoluble. Y tampoco debiera pasarse por alto la degradación y menoscabo del nombre, el hierro y la divisa prócer de La Punta, perpetrado a través de alimañas como las lidiadas el domingo 20 en la Plaza México, cuando precisamente La Punta –la original y parladeña– se caracterizó siempre por criar toros de gran trapío, hermosa estampa y notable bravura.


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