El mes de septiembre es el de los novilleros. Con el otoño a las puertas, los ayuntamientos de varias localidades españolas, no sin problemas en la actualidad, sostienen las esperanzas de los noveles organizando certámenes específicos en los que tienen la oportunidad de darse a conocer o lanzar sus carreras. Y que, por otra parte, son un buen reflejo de la situación del escalafón menor.
Ayer, por ejemplo, terminó el más importante y de más prestigio de todos ellos, el del "Zapato de Oro" de Arnedo. No ha sido esta de la feria riojana una edición brillante, tanto por el escaso juego del ganado como por el poco eco de las actuaciones de los noveles. Así que, cuando apenas acababan de arrastrar al último utrero, esos pobres resultados en un ciclo tan representativo obligaban a hacer a una profunda reflexión.
Desde luego que no son los mejores tiempos para los aspirantes. La profunda crisis económica que sufre España ha afectado al toreo sobre todo en su base, al reducir en más del cincuenta por ciento el número de novilladas con picadores. Con unos tremendos gastos de organización, incluida la última subida de impuestos (del 8 al 21 por ciento), las empresas privadas han desistido de organizar un tipo de espectáculo casi siempre deficitario.
Y como consecuencia de tal caída, cuando la temporada ya agoniza, apenas una decena de chavales ha superado este año la veintena de actuaciones, es decir, menos de la mitad de lo que sumaban los líderes hace apenas un lustro. Sin rodaje suficiente y sin apenas oportunidades, los aspirantes se ven obligados a acudir a las plazas más grandes –las pocas que aún siguen anunciándoles– para intentar resolver su futuro a cara o cruz y ante auténticas corridas de toros, si no por edad sí por volumen y pitones.
Contra la lógica de siempre, los novilleros necesitan ahora triunfar desesperadamente en la dureza insalvable de Madrid para poder torear en los pueblos. Y es así, ante tal sinrazón, como la cantera se va reduciendo, como las vocaciones toreras se estrellan domingo a domingo en una primera plaza del mundo convertida en despeñadero.
Y no tanto por falta de valor o de condiciones de los aspirantes sino de preparación y conocimientos. En ese sentido, es pasmoso escuchar cómo, desde los callejones y las troneras de los burladeros, cada vez se oye dictarles a los chavales consejos más extraños y absurdos, tanto de parte de sus acompañantes como de sus cuadrillas.
Hace ya mucho tiempo que se vienen echando en falta en las novilladas buenos profesionales que sepan preparar a los bachilleres del toreo, que les enseñen algo más que a pegar pases. Y más aún desde que también tienen que verse con más frecuencia ante esos encastes relegados de las ferias y que ahora llaman “minoritarios”. Esos encastes distintos que exigen unos planteamientos lidiadores muy concretos pero que, lamentablemente, parecen estar olvidándose en la rutina del toreo premeditado que domina los conceptos de quienes les enseñan las primeras letras y de las forzosas cuadrillas de "tuneleros" que torean con la mayoría.
Y es que desaparecieron ya aquellos taurinos, románticos o interesados, que sacaban chavales de las portátiles y las polvaredas, esos conocedores del paño que hacían el duro y fundamental trabajo con la cantera. Los aburrieron las grandes casas empresariales que, por avaricia y afán de control total del negocio, terminaron dejándoles sin su justa recompensa.
Abandonados a su suerte, en manos de especuladores o de gentes con mejor intención que conocimientos, y con muchos buenos profesionales de plata sentados de paisano en el tendido, ante los novilleros se presenta un muro prácticamente infranqueable para dar el salto a matadores de toros sin el tiempo necesario para asimilar un oficio que apenas se les sabe explicar. Con todo a la contra, es un milagro que en este siglo XXI algún novillero llegue a tomar la alternativa siquiera con un mínimo de proyección.
Conscientes o no de esta crítica situación, ¿se habrán parado a pensar las grandes empresas en los carteles de las ferias de la temporada del 2025?