Opinión: La verdad y la neta en Manolo Martínez
Martes, 16 Ago 2011
Tlaxcala, Tlax.
Manuel Camacho Higareda | Especial
El egocentrismo de Manolo, uno de sus rasgos de personalidad más profundos
Por ahí se dice que la verdad es relativa, pero que la neta es absoluta. Podemos definir a la neta como una porción indiscutible de la realidad, ese estado de cosas acerca de lo cual coinciden los contrarios, aún sin estar de acuerdo. En cuanto a la verdad, cualquiera se pone sus moños y la declara suya y de nadie más.
La neta es que Manolo Martínez fue un torero extraordinario. La verdad es que unos lo recuerdan con veneración fetichista y otros no pueden olvidarlo debido a una especie de neurosis rencorosa.
La neta es que el novillo "Charro", de la Viuda de Franco, al que le cortó dos orejas y por el que dio la vuelta al ruedo bajo el grito de "¡torero, torero!", en su presentación en la Plaza México en 1965, tenía una cornamenta de gran toro. La verdad es que el toro "Amoroso", de Mimiahuapan, que indultó allí mismo, en la Plaza México en 1979, lució rudimentarios pitones de novillo.
La neta es que sus chicuelinas conmovían desde la soberbia elegancia de un Manolo Martínez que todo tenía bajo control, absolutamente todo. La verdad es que las monumentales dimensiones de su capote daban mucho qué pensar acerca de su instinto de conservación.
La neta es que cuando toreaba con la izquierda podía provocar el paroxismo en los tendidos, era un artista de naturalezas vivas. La verdad es que el pico de la muleta era para él un recurso preferido, al grado de contestar, cuando se le increpaba al respecto: "¿Pues qué, el pico no es también parte de la muleta?"
La neta es que Manolo Martínez es el espada que más veces toreó en la Plaza México (91 actuaciones) y el que más apéndices cortó (10 rabos y 81 orejas). La verdad es que a partir de él, muchos novilleros vieron obstaculizada su carrera debido a razones extra taurinas, algunos de ellos rebosantes de taurinidad y de un arte apenas contenible, como el inconmensurable Rodolfo Rodríguez "El Pana".
La neta es que Manolo Martínez fue el último mandón de la fiesta brava en México: mandaba en el ruedo, mandaba en la empresa, mandaba en las ganaderías, mandaba en la vida de muchos y mandaba a la chingada a tantos otros -también la intolerancia era su sello. La verdad es que a él se le atribuyen las principales penurias de la torería actual: la disminución del toro en dimensiones, cornamenta y bravura; la incapacidad de los toreros actuales de triunfar con los toros españoles -se dice que están acostumbrados a la comodidad que les heredó Manolo Martínez; a él se le achaca la existencia empresarial del funesto Rafael Herrerías que, bajo el argumento de "al público hay que darle lo que pide", se redime a sí mismo del pecado de la ineficiencia y del cinismo frente a la ineficacia.
La neta es que la arrogancia, la vanidad y la dureza personal de Manolo Martínez eran tan temidas como amada era su soberbia artística: El fotógrafo Donaciano Botello relata que un día le dijo: "yo no soy aficionado a la Fiesta, yo hago la Fiesta". La verdad es que semejantes cualidades fueron malinterpretadas por el antedicho Herrerías, herencia 100% martinista, al grado de convertirlas en anti valores. Hoy por hoy, Herrerías decide sobre las cosas de la fiesta con disparatadas emulaciones de su creador, como diciendo: "La Fiesta soy yo".
La neta es que Manolo Martínez fue un torero extraordinario, para gusto y disgusto de muchos. La verdad es que después de él, lo ordinario se hizo costumbre. Hoy la fiesta brava está en capilla, a menos de que surja otra figura de su tamaño.
La neta es que el clásico grito de "¡Manolo, Manolo y ya!", no era el grito de un seguidor sino el coro profundo y algo fundamentalista de una ingente multitud. La verdad es que esa gran potencia artística resultó satánica para muchos otros y hasta la fecha se le acusa de haber casi agotado las reservas de fe en la integridad del toreo.
La neta es que Manolo Martínez llevaba millares de gente a la plaza y llenaba de pasión los tendidos. La verdad es que dicha pasión se ubica en dos polos opuestos: por un lado, la creencia de que él fue una variedad de mesías y, por otro, la certidumbre de que no dejó mucho para la salvación de nuestra especie taurina. Para él, las nociones de magnificencia y de gloria son un principio y un fin concentrados en su sola persona: después de él no había nada, no debería de haber nada.
No es exagerar si decimos que cuando se fue Manolo Martínez se acabó en gran medida la pasión; incluso, en su época, con regularidad, del grito de "¡Manolo, Manolo y ya!" se pasaba a las trompadas, mismas que sabían a románticos desencuentros.
En resumen, la vida de Manolo Martínez es una urdimbre de mitos y realidades, es decir, de verdades y netas. Por lo general resulta muy cómodo hablar de los que ya no están y por eso sus detractores señalan impunemente que Manolo Martínez hizo mucho daño a la fiesta; tal vez tengan suficiente facultad para hacerlo, tal vez tengan valiosos motivos y gran acierto, pero vale señalar que igualmente dio mucha satisfacción a sus miles de seguidores, les proveyó de sólidos puntales para sostener su afición.
Hoy, en tiempos de crisis socioeconómicas, de narcoterrorismo y otras incertidumbres, a los iguales y a los contrarios nos da benévolos pretextos para hablar de la fiesta brava y olvidarnos por un momento de lo demás… y eso se agradece.
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