El grito resbaló por el tendido mojado, y cayó como un balde de agua fría hasta el ruedo: "¡¿Y así quieren ser toreros?!". Aquella sentencia estaba cargada de verdad, porque la actitud de la terna –menos, quizá, la de David Aguilar, que se salvó de la quema–, fue indignante y una absoluta falta de respeto al público que aguantaba, estoico, aquel inesperado chubasco.
El toreo es un acto heroico, de hombres valientes, donde se pone a prueba la inteligencia y la destreza para vencer a la muerte con gallardía. La vergüenza torera no es otra cosa que el pundonor de estos seres únicos que arriesgan la vida en aras de sentirse vivos y expresar un sentimiento.
Y es que la tarde se puso cuesta arriba por las condiciones climáticas, es cierto, pero por eso los toreros tienen que estar preparados, mentalmente, para enfrentar cualquier adversidad, no sólo la que supone, en sí mismo, el comportamiento diferente de toro a toro, sino también del público.
¿Qué dirían de la actitud de Cristian Hernández las figuras del toreo, y hasta los modestos, que han pisado este magno escenario, derramado su sangre aquí, al ver tan grave falta de ética profesional?
Porque el queretano apenas y pasó de muleta al segundo novillo de De Haro, y al verse con el primer aviso encima, decidió que no lo iba a matar y así sucedió. Un pinchazo hondo y mucho vuelo de capotes de la peonería fue el prólogo de un fracaso que no tenía razón de ser.
¿Dónde quedó ese novillero decidido que vimos en la Plaza Arroyo el año anterior jugarse la vida con un fiero novillo de Autrique? ¿Acaso se le escapó el valor por el hoyo de dos cornadas recientes? No lo sé. Lo que sí me queda claro es que si llamas a la empresa de la Plaza México para que te ponga en una novillada, y te dicen que vas con la de De Haro que, dicho sea de paso, tuvo ejemplares de buen estilo, pues quítate de en medio antes de comprometerte. Pero no. Había que venir aquí a dar este desagradable sainete y tirarse de cabeza al callejón, antes de negarse a matar al toro.
El gesto de desprenderse el añadido no honra en este caso a Cristian, porque debió hacerlo después de dar muerte al novillo, y no antes. Qué pena que no tuvo, por lo menos, una pizquita de sentido común en este acto arrebatado, fuera de cacho, sobre todo tratándose de un novillero que hizo concebir esperanzas y que ahora defraudó a quienes en un momento dado –y lo confieso sin pudor– pensamos que en él había un muchacho con determinación y voluntad de ser torero.
A Alfonso Mateos había que exigirle por tratarse del novillero puntero de 2009; el que más festejos toreó en México. Y cuando íbamos a la plaza a ver si relanzaba su carrera de cara a una próxima alternativa –Guadalajara, sonaba, como posible escenario–, ná de ná. Más bien dicho, "pa´ tras, como los cangrejos".
Detallitos sueltos con el capote; algún chispazo de inspiración de efervescente estilo "panadero", por aquello de ser seguidor del famoso Pana, y poco más que contar a casa como fue el espejismo de la meritoria porta gayola con el cuarto o la excelente estocada que colocó al que abrió plaza.
El primero de su lote fue un novillo flojo, pero de buen estilo. Y Mateos no le encontró la distancia, ni el pulso, ni el sitio para poder estructurar una faena más enfibrada, la que corresponde a un torero con amplio rodaje y, además, que conoce muy bien este encaste. Pero no fue así.
Y si tuvo la oportunidad de enderezar el barco durante la lidia del cuarto, la nave se fue a pique en medio de un mar de dudas e indecisiones a lo largo de un trasteo plagado de desarmes, respingos y pinchazos. Así no se puede ser torero.
El dinamismo de David Aguilar es lo único rescatable de la tarde, sobre todo porque al tercer novillo, precioso de hechuras, lo toreó bien a la verónica; lo llevó al caballo por tapatías y le hizo un quite por vizcaínas, que son una especia de tapatías a pies juntos, y sin andar, obviamente.
Después, banderilleó con soltura y encontrando toro en todos los terrenos, hecho que causó una grata impresión en el público, con el que conectó con facilidad. Y la faena, ante el noble ejemplar, tuvo matices de temple al torear por el pitón izquierdo hasta que el de De Haro vino a menos. Varios pinchazos arriba, sin pasarse por el costillar, y dejando el brazo atrás, le impidieron cortar una oreja que había ganado a pulso.
Cuando parecía que se podía consagrar, tras el petardo gordo de Cristian Hernández, tomó la decisión –o vayan a saber ustedes si se lo ordenaron– de echar marcha atrás y suspender el festejo. Ahí tenía todo el poblano para sacar la casta, con el público y las circunstancias a su favor.
Y con un escueto anuncio del juez Roberto Andrade por la megafonía de la plaza nos enteramos que aquello se suspendía por las condiciones en las que se encontraba el ruedo. Calados por la lluvia, muchos aficionados salieron furiosos de la plaza, y algo tal vez peor que el enfado: indignados con estos novilleros pusilánimes que hoy le quitaron un puesto valioso a otros que sí quieren ser toreros. ¿Adónde vamos con esto? Ahora sí te doy la razón, Herrerías.