Desde el barrio: Lo excepcional
Martes, 16 Ago 2011
Madrid, España
Paco Aguado | Opinión
La columna de los martes
Andan estos días algunos periodistas taurinos españoles tirándose de los pelos a propósito de José Tomás. Entre los que le defienden apasionada y floridamente y entre los que le atacan con odio vitriólico, la batalla monopoliza, insultos y acusaciones como arma, los comentarios en los medios y en las redes sociales. Hasta el hastío.
Esta diaria polémica –iba a escribir debate, pero hasta tan noble categoría no llega el asunto– sólo viene a constatar, a veces de la manera más cómica, una clamorosa evidencia: que las actuaciones del de Galapagar, para bien o para mal, centran todo el interés del verano taurino en España.
José Tomás no está dejando a nadie indiferente. Sus delirantes detractores argumentan que la supuesta "campaña de marketing" organizada en torno al madrileño oculta y desdeña al resto de figuras que llevan el peso de la campaña, aunque sean ellos mismos, con su obsesión monotemática, quienes más contribuyan a mantener viva la llama.
Claro que también hay quien ensalza a diario al genio de la sierra madrileña, tanto por un afán meramente taurino como por el interés económico de los propios medios, para quien José Tomás, a rebufo de su monumental tirón popular, se ha convertido en el único referente de un espectáculo que vive de muchas otras figuras que no gozan de similar atención mediática.
Pero por encima de tan revuelta coyuntura está la realidad del toreo y del torero de Galapagar, algo que, por su trascendencia, habría que analizar con menos prisa y fiebre y con más calma y sensatez. Es cierto que torea poco, que su temporada no puede compararse con la de las figuras presentes en todas las citas de responsabilidad y que, de momento, no se ha cruzado con sus pares del escalafón. Es decir, que lo de José Tomás, en 2011, es otra cosa. Lo único comparable, dejando a un lado la competencia directa, es la forma de torear de unos y otros. Y ahí sí que hay mucha tela que cortar.
Hasta ahora, el madrileño sólo ha logrado triunfos menores numéricamente, de los de a oreja por tarde, sin que le haya embestido por derecho ninguno de los ocho toros a los que se ha enfrentado. Así que, sin faenas rotundas que contrastar, el análisis más superficial y urgente de su toreo se ha centrado en cuestiones más formales que de fondo. Sobre todo, machaconamente, en ese cite de compás abierto en gaoneras, chicuelinas y manoletinas, suertes secundarias a las sólo ha dado un acento distinto.
Pero José Tomás está obligado a más. Quién sabe si también a la cornada. Su propio contexto, su grandeza, el inmenso revuelo mediático que despiertan sus apariciones en los ruedos exigen de él lo excepcional cada tarde. No importa que haya reaparecido de una cornada que le tuvo al borde de la muerte, y que aún no se encuentre en plenitud de facultades. Los ídolos no tienen excusas, y menos aún para sus enemigos.
Lo peor es que, en mitad de este descalzaperros, de estas guerras de bajas pasiones, los árboles no nos dejan ver el bosque. Porque el toreo, el gran toreo de José Tomás, sigue estando ahí, más frágil de aspecto, con cierto aire "antoñetista", pero mejorado y aumentado si cabe en hondura y verdad.
Y lo vieron en Gijón, en esas tres inmensas series de naturales citando con sinceridad, dando sus centros vitales a la embestida, trayéndola con los vuelos desde el arranque para llevarla ajustada, obligada y mecida en un kilométrico trazo hasta el final de trayecto y rematarla y soltarla allí con precisión, y ligarla de nuevo en una suerte completa hasta cinco, seis, siete veces más…
En estos tiempos de ventajas comerciales, de cites y norias detrás de la pala del pitón, de series cortas y movidas, de monótono valor aparente, de vistosa superficialidad en vez de profunda intensidad, ese toreo eterno es realmente lo excepcional.
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