Tras el tópico la esencia. Erigió aquí una iglesia que pervive, la caminista. Fue desde que apareció en el ruedo, entre Gregorio Sánchez y Jaime Ostos el 29 de diciembre de 1960, recién cumplidos los veinte años, para enfrentar santacolomas de Ernesto González. Le vi. Luego siempre. Vino a once ferias, toreó 36 corridas, cortó 30 orejas, un rabo, y ganó tres veces consecutivas el trofeo Señor de los Cristales. Después no lo quiso más.
"Niño sabio" le llamaban, por ese innato entendimiento de los toros y la facilidad única con que sorprendió a todos, cuando iluminado desistió de ser aprendiz de panadero para torear. Ídolo insoslayable y tonante. Salpicó la estela de triunfos que dejó en Cañaveralejo con impías rechiflas y sacrílegas protestas, provocadas por él mismo como para poner a prueba la firmeza de su feligresía.
Con dos toros, que convirtió en leyendas locales, dejó imprimadas en la arena de Cali los extremos de su personalidad. El uno, "Sangre Azul" de Las Mercedes (santacoloma), número 39, cuarto, el 30 de diciembre de 1963. Declarado a la postre mejor de aquella temporada. Era un toro negro mulato, cornicorto, bravo, con el que creó la más bella de sus obras en esta plaza y quizá de todas las hasta hoy en ella. Glorificada con una estocada caminera. Le cortó las dos orejas y el rabo. Alternaba, "Corrida del toro", con Manolo Zúñiga, Diego Puerta, El Viti, El Cordobés y El Caracol.
El otro fue "Lobito", también santacolomeño, del ganadero español Félix Rodríguez Antón. Salió de regalo el primero de enero de 1971. Pretendiendo revertir una bronca de autor. Bravísimo en todos los tercios, también premiado después como mejor de la feria.
Corriendo hacia atrás, Paco cayó a merced del encelado toro, que le corneó fiero ante el desespero de su hermano Joaquín, quien en la pelea recibió un puntazo. La faena fue fragorosa, emocional y a más, hasta desembocar en petición generalizada de indulto, que fue concedido. Entonces, Camino, herido, desabrochado y soberbio, desoyendo a todos le mató de través antes de irse a cirugía, dejando al viejo ganadero lloroso y a la repleta plaza desolada en pleno Año Nuevo.
Muchas faenas de diferente sino dejó. Para la grandeza de su tauromaquia está la historia, para su arrogancia el perdón y para mi afición, esta visión...
En los medios, bajo el sol, recto, frontal, sereno, capote delantero, a dos manos, trayendo al costado la embestida. Templado, lento, abandonado; el codo de salida a la altura del hombro –como bailando sevillanas, que decía Chicuelo–, la cabeza leve al embroque, y la mano suave desplegando la tela tras el cuerpo, mientras la contraria retenía la otra mitad a media altura permitiendo que el tenue y lento giro vertical sobre los talones lo envolviera en percal y toro, dejándole de nuevo en suerte. Todo con una exquisitez, delicada, sutil. Sublimando el ataque bruto en espíritu de la estética torera. No siempre la hizo igual, pero así la conservo. Deleite, buqué, éxtasis del arte fugaz...
Le vi torear por última vez, con canas en sus sienes, treinta kilómetros más allá, en Palmira, Colombia, el 6 de enero de 1981, con su amigo Pepe Cáceres y El Bogotano, por cierto. Pero a ¿qué tanta exactitud ahora, si él ya, libre del tiempo y el espacio, es tan sólo una imagen discrecional, ubicua e inasible?