Después de varias jornadas de reflexión, aún retumba en el ambiente lo que hizo el otro día el maestro Capea en la plaza de Guijuelo, porque no sólo fue torear dos toros de su ganadería con una asombrosa solvencia a la edad de 69 años, sino exponer la conclusión de una vida equilibrada; una vocación profunda, y una congruencia con todo aquello que le ha conferido relevancia y carácter a su rica existencia.
Y de esa sencillez castellana tan propia de su idiosincrasia campirana, su toreo fluyó suavemente, de forma natural y relajada, que le permitió expresar sentimientos que cautivaron a un público sensible y nostálgico que vibró con cada uno de los pasajes de una corrida que quedará registrada como la de su despedida, pues fue ahí, sin premeditación, que el veterano torero salmantino decidió cortarse la coleta en medio de la atónita mirada de sus nietos.
Al día siguiente, Capea estaba exultante, henchido de felicidad en el salón de su finca de Espino Rapado, donde compartió con emoción los pormenores de un acontecimiento inolvidable que terminó por se noticia en distintos medios de comunicación generalista, un hecho que, sin duda, realza los valores de la tauromaquia en tiempos difíciles.
De todas las lecturas posibles de su paso por Guijuelo, destaca su enorme afición, ya que, de otra manera, no sería lógico pensar en el compromiso que se había echado a cuestas por el simple placer de torear, por el gusto de conmemorar sus 50 años como matador de toros, sin importar la exigencia que supone aventurarse en una empresa de tal magnitud, a una edad en que los años ya suelen pesar mucho.
Pero quizá él sabía perfectamente que era capaz de resolver la papeleta de manera favorable y sobreponerse al reto que se había impuesto varios meses atrás. Así fue como superó con creces las expectativas de lo que, de antemano, se esperaba que fuera una tarde muy especial, pero tal vez sin el impacto que provocó para quedar inscrita en los anales del toreo moderno.
La mayor enseñanza que nos dejó el maestro nacido en el barrio de Chamberí, fue su alegría por la vida: su desbordante pasión; su raza de figura del toreo y, en suma, la congruencia con su propia historia, en la que están inscritas más de mil 800 corridas toreadas a lo largo de una época maravillosa para la Fiesta.
Así fue como se ha marchado de los ruedos, con una última corrida en la que dictó cátedra sobre la arena del recoleto coso de Guijuelo, desafiando al toro y al tiempo, en una actividad tan compleja, riesgosa y comprometida, como es el toreo a través del que el diestro de Salamanca volvió a demostrar su grandeza como persona y como torero.