...hasta que sale ese pedazo de toro que galopa con tranco boyante...
La plaza de Las Ventas de Madrid cumple 90 años. Se dice pronto, pero son muchos. ¿Cuántas cosas han sucedido en todo este tiempo? La memoria colectiva de varias generaciones de aficionados está contenida en esas nueve décadas, el tiempo en que el coso de la calle de Alcalá ha configurado un carácter propio.
La efeméride que se cumple hoy representa infinidad de recuerdos para aquellos que han vivido tardes de toros en sus tendidos, y cada uno tendrá no sólo los referentes a lo acontecido sobre su combado redondel, sino los íntimos, los de la convivencia con amigos, compañeros, hijos y nietos, hermanos, o simplemente esos otros aficionados, vecinos de localidad, que están tocados por un mismo sentimiento: el de Tauro.
Y todos los rincones de la plaza tienen su encanto, ya que no es lo mismo mirar una corrida desde un tendido bajo del nueve o que desde una "lejana" andanada del cinco, ahí donde el sol te pega en la cara nada más en dos toros: en el primero y en el sexto.
Tampoco tiene nada que ver el tendido del 7 con una localidad alta del 2, o un asiento de banca de la grada del 9, junto al Palco Real, que un codiciado puesto en uno de los burladeros del callejón. Cada lugar tiene su relevancia, sobre todo si la plaza está llena, rebosante de expectación y júbilo. Es el coro que entra en comunión con los hechos que se van sucediendo unos a otros, al amparo de un cielo velazquiano que la cobija.
El agudo sonido del clarín, cortado por un rotundo golpe de timbal, es el preludio de algo fantástico, con ese multicolor telón de fondo que zumba como un gran panal, mientras los alguacilillos, en sus caballos tordos como dos bellas piezas de Lladró, cruzan el ruedo con la parsimonia propia de otra época.
Y en medio de esos siete minutos desde que los toreros parten plaza, hasta que aparece el primer toro en la arena, Las Ventas tiene un sabor muy especial. Luego ya es otro cantar, y a veces hay que sobreponerse anímicamente a varias tardes isidriles preñadas de tedio, de desilusión constante, de monotonía o desaliento. Y vuelta a empezar, así cada tarde.
Pero eso es Madrid muchos días… hasta que sale ese pedazo de toro que galopa con un tranco boyando; que acude presto a los cites de los subalternos, que permite un fugaz pero intenso saludo de capote, y luego embiste un par de veces al picador metiendo los riñones con entrega.
Después de un breve tercio de banderillas, en el que los de plata hacen gala de eficacia, viene un brindis que provoca una estruendosa ovación. Y si el toro todavía conserva esa condición de bravo y se arranca de largo, entonces Madrid es mucho Madrid cuando un torero se planta firme y le pone la muleta y el corazón por delante.
Las Ventas cumple 90 años, y de todo cuanto se ha visto ahí, cada uno tendrá un recuerdo único, y bien vale la pena guardarlo como un tesoro.