A propósito de otros dos toros en fuga

Jueves, 17 Jun 2021    CDMX    Martín Banda | Foto: Semana.com   
Gilio y Ferriño recuerdan anécdotas como la de Jesús María
A propósito del toro que se escapó el domingo pasado en el Lienzo Charro "Xonacatique", de Jesús María, Aguascalientes, y que Diego Emilio tuvo que lidiar en el estacionamiento, este no ha sido el único caso que ha ocurrido en nuestras plazas, donde se tiene referencia de algunos otros toros en fuga que hoy día se han convertido en simpáticas anécdotas y de las que vamos a referir sólo dos, pues hay muchas.

La tarde del 11 de abril de 1999, en la desaparecida plaza de toros Cuauhtémoc, de Ciudad Guadalupe, Nuevo León, un toro que le correspondía al diestro lagunero Arturo Gilio se escapó hasta el amplio estacionamiento de la Expo Guadalupe, donde fue lidiado por el propio torero.

"Recuerdo que ese día uno de mis alternantes era El Glison como primer espada, el otro no lo recuerdo y el toro pertenecía a la ganadería del Padre Sierra Ortega. Cuando termino de picar el toro me acerqué con mi apoderado, Marcelo Acosta, y le digo, antes de agarrar las banderillas: "a este toro le voy a cortar el rabo, es extraordinario".

Pero cuando volteó, veo que el toro ya se había salido por el patio de cuadrillas ya que los monosabios no le alcanzaron a cerrar la puerta y se había escapado. Mwe quedé mudo, no lo podía creer", comenta Gilio.

El torero salió corriendo tras él, en medio de los automóviles que había estacionados, y así sigue el relato:

"Ya lo había toreado de capote en el ruedo, por eso traté de meterlo, pero se fue entre los carros y ya me fue muy difícil regresarlo. En lo que estaba tratando de mantenerlo encelado para que no huyera a otro lado y pudiera ocasionar más daños, lo tuve que traer encelado mientras me traían la espada y la muleta para matarlo.

"Al momento que le di un capotazo y luego varios, empecé a escuchar los olés de la gente y me vine para arriba. El toro tenía mucha calidad, así que le hice un quite por chicuelinas, en eso me llegó la muleta, lo agarré y empecé a pegarle hasta cinco tandas y ¡el toro era cumbre! La gente empezó a bajarse de la plaza y a subirse a los carros a ver la faena completa. Mucha gente seguía arriba de pie, asomándose desde la última fila para tratar de ver la faena. Lo único que faltó que se bajara también la música", recuerda Arturo.

Cuando la policía llegó armada con rifles, el diestro les pidió que le dieran la oportunidad de matar al toro con la espada, como deben de morir los toros bravos.

"Afortunadamente le metí un espadazo, cayó sin puntilla y la gente eufórica le cortó las orejas y el rabo, me cargaron a hombros y me metieron de nuevo a la plaza donde estaba la mayoría de las personas. El juez de plaza al ver la escena inusual de un torero entrando y no saliendo a hombros con los máximos trofeos, los autorizó ahí mismo. Fue algo increíble!"

Alfredo Ferriño y otra hazaña... en un baldío

Otro suceso semejante sucedió años atrás en el Cortijo San Felipe y calles aledañas, en San Pedro Garza García, también en Nuevo León.

Este le correspondió al matador Alfredo Ferriño, quien con lujo de detalles cuenta lo ocurrido ese día con un novillo durante un festival en el que tomaba parte.

"Era un novillo de Santa Elena, mansote. Al entrar el picador al ruedo, el novillo vio luz y se fue, pasando de lado del picador. Pasó por el patio de cuadrillas y tomó hacia un corredor donde está un bar, quiso entrar, pero estaba cerrado, así que fue a estrellarse con una puerta de cristal que hizo pedazos y se enfureció más, saliéndose ahora sí por una puerta hacia el estacionamiento.

Ya en la calle cruzó la Avenida Vasconcelos y allá voy atrás de él. Me acuerdo de que la esposa de un amigo iba tarde al festival y cuando vio pasar al toro enfrente de ella y luego atrás yo, aquella escena le pareció más bien de una película cómica. Dijo mi amiga: ¿Qué pasó aquí, cambiaron de lugar el festival o qué?".

A las dos o tres cuadras ya iba con la lengua de fuera, no el toro, sino yo, que no lograba darle alcance. En eso ya se me emparejó una pickup en la que venía la cuadrilla y les pedí un raid. Al treparme me preguntaron que a dónde iba, y les dije que casualmente al mismo lugar, atrás del toro. 

El novillo dio la vuelta en una calle y tratamos de alcanzarlo. íbamos gritando a la gente que iba un toro bravo suelto. Recuerdo que un hombre vio al toro y quiso brincar una barda, pero resulta que del otro lado había un perro bravo que le empezó a ladrar y el cuate no sabía de qué lado estaba más peligroso el asunto".

Ferriño sigue contando la historia como si fuera ayer, aunque ya han pasado más de tres décadas de ocurrido.

"El toro se regresó y se metió a un lote baldío, se refugió debajo de un huizache. En eso empezó a llegar gente y más gente y más gente. Llegó un policía, se iba arrimar a matarlo y le dio miedo. El Pato Ochoa, que era subalterno, le pidió la pistola diciéndole que él había sido policía en Coahuila, pero en cuanto se quiso arrimar el toro empezó a rascar muy amenazante y me dijo: "Alfredo, tú eres el Matador, mátalo tu".

No te voy a echar mentiras, en la calle había dulceros, una señora con un niño en brazos, había mejor entrada que en el cortijo. El Pato había amartillado la pistola y no me dijo, eso es muy peligroso pues en ese punto tocas el gatillo y se va el tiro. Cuando me la da, justamente en ese momento se disparó. Alguien gritó. ‘aguas, aguas, este no sabe’ y todo mundo se echó pecho a tierra, les daba más miedo yo que el toro.  

Me arrimé y le vacié la carga, pero no cayó. Me dieron la muleta y la espada. Lo quise matar, pero como siempre, para no perder la costumbre, lo pinché. Al salir del embroque el toro agarró otra vez a la calle, iba correteando al carnicero que andaba ahí, pero había una zanja que estaba tapada con zacate y el carnicero cayó y el toro atrás del él le cayó encima, bufándole en las orejas. El pelado salió volando pero, afortunadamente, el toro ya estaba herido, ya no estaba tan fuerte y ahí le caímos todos y lo salvamos.

En ese tiempo yo vivía en la Ciudad de México, y al día siguiente, al estar en el aeropuerto muy temprano, una persona se me acercó y me dijo: "Enhorabuena, matador". Ingenuamente le pregunté: "¿A poco estuvo ayer usted en el Cortijo? Y me dijo: "No, para nada, pero ya vi el desmadre que se armó. Mire, aquí salió en la primera plana del periódico". En la foto que alguien tomó estaba yo, con la pistola todavía saliéndole humito. Ahí acabó la historia", narró el diestro regiomontano.


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