La corrida de rejones de hoy en la Plaza México tenía muchas connotaciones implícitas. Por principio de cuentas, el gesto caballeroso de Diego Ventura de aceptar torear una corrida de rejones, y más aún en un formato mano a mano con un rejoneador mexicano, noble deferencia de una figura consagrada que nunca había sucedido en este escenario.
Así que este espaldarazo era, de antemano, una manera especial de retribuir, en alguna medida, lo que México y su afición están haciendo por él en estos años. Y también tratar de ayudar a consolidar la corrida de rejones. En segundo lugar, brindar su decidido apoyo a Emiliano Gamero en esta oportunidad de medirse ante un maestro, con la generosidad que esta apuesta implicaba.
Y por un momento dado parecía que estas buenas intenciones se vendrían por tierra por el clima, pues pocos minutos antes de la hora anunciada del festejo comenzó a lloviznar con insistencia, lo que hizo peligrar seriamente la celebración de la corrida debido al deterioro del piso de la plaza.
Asimismo, ese clima frío y lluvioso "espantó" a la gente, y la entrada no correspondió, ni mucho menos, a la originalidad del cartel, que ya de suyo representaba un acontecimiento histórico en en los anales del coso de Insurgentes.
Pero los toreros decidieron afrontar el compromiso con una enorme entereza, sin saber a ciencia cierta si, al cabo de los siguientes minutos, el piso del redondel les iba a jugar una segunda mala pasada.
Porque era evidente que Ventura pudo haber tomado la decisión de cancelar la corrida y solicitar a la empresa su aplazamiento. Sin embargo, procedió con la misma nobleza empleada al hacer aceptado él ofrecimiento, y al primer toro de la tarde le hizo una faena redonda, que fue premiada con una oreja, cuando lo suyo hubiese sido entregarle dos, por lo que había hecho delante de un ejemplar que tuvo clase y al que toreó con cadencia.
En esta primera faena destacó sobre los lomos de "Bronce", con el que galopó templadamente a dos pistas y se dejó llegar mucho la embestida del toro al que más tarde fulminó de un rejón de muerte en lo alto.
Aunque no dejaba de lloviznar, el piso no se deterioró tanto y luego de lo hecho por su padrino de alternativa, Gamero salió a entregarse delante del primer toro de su lote, que no terminó de romper.
El rejoneador capitalino clavo banderillas con serenidad y exposición con "Hijo del Sol", un colorado de gran alzada, de raza española, en esa demostración de que avanza en su concepto del toreo, que casi siempre tiende a ser más heterodoxo y explosivo en aras de conectar con la gente que, dicho sea de paso, estuvo cariñosa y receptiva.
Una oreja de ley tenía ganada Emiliano tras colocar el rejón en todo lo alto, pero el juez se la negó de manera inexplicable, no obstante que la gente la pidió con fuerza. Al final tuvo que conformarse con una vuelta al ruedo, reconocimiento democrático y popular a lo que había realizado.
El tercer toro fue el que menos condiciones tuvo para el lucimiento, y Diego echó mano de recursos para torear en distintos terrenos primero con "Bombón", y más tarde con "Chalana" y "Gitano", lo que le valió clavar con precisión y dando siempre la lidia adecuada al de Los Encinos, al que mató de un metisaca que provocó derrame y vino a emborronar lo conseguido.
Motivado por la actitud del público y el compañerismo de Emiliano, Diego volvió a la carga en el quinto para intentar redondear una tarde cuesta arriba, y toreó muy bien con varios de sus caballos, siendo los quiebros invertidos al clavar al violín, y otros pasajes del final de la lidia montando a "Dólar" (con el que clavó un par a dos manos en los medios sin cabezada) y "Prestigio", los instantes más sobresalientes de su acompasada labor delante de un toro que fue manejable.
Cuando el sexto saltó a la arena, Emiliano estaba mentalizado a triunfar a costa de lo que fuera ante ese ejemplar castaño de Julio Delgado, cuyas hechuras prometían cosas muy buenas. Lo paró de salida toreando con la garrocha sobre "Mala Cara", y más tarde le clavó dos escalofriantes quiebros montando a "Adame", un valiente y aguerrido lusitano que se ha ganado un lugar en su renovada cuadra.
Después clavó un par a dos manos con "Padilla", sin cabezada, emulando lo hecho por Diego minutos antes en otro alarde de doma, y luego cortas sobre "Glamour" y trató de redondear su labor antes de dar muerte al toro mediante un pinchazo hondo, antes de echar pie a tierra y acertar al primer golpe con el descabello, lo que le valió el corte de una merecida oreja que paseó en compañía de sus hijos.
A pesar del frío que hubo en los tendidos, el ambiente nunca decreció, y el público reconoció la encomiable actitud de los toreros, dos amigos de los que hoy, el de mayor antigüedad, le tendió la mano en buena lid a su ahijado, haciendo gala del espíritu de esta estirpe de exponentes de un arte basado precisamente en eso: en ser un caballero en toda la extensión de la palabra, tal y como manda la tradición.