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Pepe Luis o el baluarte de la ética profesional

Martes, 14 Oct 2014    México, D.F.    Juan Antonio de Labra | Foto: JAL   
Un hombre que vivió apegado a la esencia del toreo
Pepe Luis Vázquez del Castillo (Matehuala, 29 de marzo de 1920)  forma parte de la añorada época de plata del toreo mexicano, rica en diversidad de estilos y pundonor; años en los cuales los toreros trataban de emular a los grandes maestros de la generación anterior que tanto marcó a la tauromaquia mexicana. Y fue la alternativa de este espigado potosino la primera celebrada en la Plaza México, el 23 de noviembre de 1947, de manos de El Espartero, que le cedió la muerte del toro "Piel Roja", de la ganadería de Lorenzo Garza.

Su vida está repleta de vivencias y anécdotas. La reciedumbre de su porte, un trato serio –y a la vez afable– refleja el carácter de un ético y honrado. El brillo de sus ojos va de la mano de una gran lucidez mental, pues a sus 87 años disfruta hablar de toros y rememorar hazañas heroicas. Admirador de Simón Bolívar y Beethoven, Pepe Luis dice las cosas como las siente, con naturalidad y sin tapujos.

Durante su estancia en Estados Unidos, adonde le llevó a vivir su madre tras la muerte de su padre, su infancia transcurrió como la de cualquier chico norteamericano. Aprendió a hablar muy bien el inglés y desarrolló un gusto especial por la música.  Fue precisamente al volver de allá, al quedar huérfano de madre, cuando se topó, a la edad de 13 años, con el México que le habría de poner en su camino la profesión de torero.

Le bastó con escuchar los acordes de "Currito de la Cruz" a las afueras de la desaparecida plaza "La Constancia", de San Luis Potosí, para que se sumergiera en la magia del espectáculo. Y de ahí en adelante comenzó a torear en la popular cuadrilla de María Cobián "La Serranita", bajo la tutela de Ramón Hernández Córdoba, donde permaneció tres años como banderillero, toreando lo que saliera por toriles, lo mismo toros criollos que de casta. Se curtió en los pueblos polvorientos de Zacatecas y Jalisco; vio morir a algún compañero y la amputación de la pierna de otro. Palpó la crudeza de la profesión.

Este rodaje le permitió llegar a la capital con la experiencia suficiente para demostrar sus cualidades. Cortó dos rabos en El Toreo de la Condesa y triunfo con fuerza para llegar al doctorado. Sin embargo, la irrupción de los llamados "Tres Mosqueteros", en el verano de 1948, significó un parón en su carrera porque Jesús Córdoba, Manuel Capetillo y Rafael Rodríguez lo acapararon todo.

Los toros le castigaron sin piedad, sobre todo aquel novillo criollo de Barrancas, en el Nuevo Circo de Caracas. La gravedad de esta cornada, así como otra en Tijuana, no fueron impedimento para que desistiera. Doce cornadas –tres de ellas graves– le sirvieron para forjar su carácter. Su filosofía al estar herido siempre fue la de permanecer en el ruedo hasta dar muerte al toro, independientemente de la gravedad del percance. Y así dejó constancia de su acreditado valor y una gran pureza estoqueadora en la suerte de recibir.

Cuando los contratos escasearon en México, no dudó en labrarse un futuro en cosos de Suramérica. Toreó en Venezuela, Colombia y Ecuador. También cruzó el charco por segunda vez –en 1957– para presentarse en varias plazas de España como Zaragoza, Logroño o Talavera. Hizo paseíllos en Las Azores y otras plazas de Portugal. Y se marchó a Filipinas para torear cuatro corridas en Manila. Ahí le ofrecieron un contrato para quedarse a jugar frontón con pala, otra de sus grandes pasiones.

Entre corrida y corrida, Pepe Luis se refugiaba en las enseñanzas del campo bravo y se convirtió en un excelente tentador, a pie a y caballo. En 1972 dejó de torear. Pero sigue viviendo en torero, con la vocación cosida al alma y la dignidad a flor de piel.


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