Luego de que culminara el evento taurino más importante del año, como es sin lugar a dudas la Feria de San Isidro en Madrid y su apéndice, denominado desde hace poco como la Feria del Arte y la Cultura Taurina, entre los aficionados surgen válidas esperanzas respecto al curso que tendrá lo grueso de la temporada europea, considerando el resultado artístico de los treinta espectáculos agrupados en los dos ciclos.
Larga agenda de funciones taurinas en la que las tardes de pobre rentabilidad artística fueron compensadas por aquellas en las que la emoción alcanzó cotas importantes para marcar el rumbo del abono y encumbrar a una decena de toreros que obtuvieron un total de 22 orejas, 17 en la larga isidrada y cinco en el tramo del arte y la cultura.

Un dato sobresaliente es que a lo largo del mes taurino madrileño se produjeron siete llenos absolutos y el promedio de entradas fue el esperado por los gestores de la plaza de toros Las Ventas, no obstante que, según se informó hace varias semanas, la venta de abonos se vio reducida pero no así la de entradas sueltas.

En materia ganadera resulta complejo formular una valoración rápida del comportamiento de la muy larga lista de ejemplares que se lidiaron; más si consideramos que ningún encierro de las divisas anunciadas logró trascender en conjunto. Una docena de toros de diferente procedencia brillaron por su comportamiento en la arena, apuntamos a reses de Victoriano del Río, Escolar, Alcurrucén, Parladé y González Sánchez Dalph.

Los claros vencedores de la justa taurómaca fueros Alejandro Talavante, Joselito Adame y el rejoneador Diego Ventura. El primero por conseguir abrir la puerta grande; Adame por graduarse de figura del toreo en la primera plaza del mundo y, Ventura por su imparable temporada que incluyó en la escala capitalina, otra salida a hombros a su larga lista de lauros en dicho coso.

En el apartado de los protagonistas se incluye un catastro de lidiadores que supieron acrecentar su cartel o alcanzar el respeto popular, Antonio Ferrera, Iván Fandiño, Miguel Angel Perera y Juan Bautista, consolidaron su imagen de coletas de gran pundonor y notable capacidad técnica al dominar a complejos oponentes aún a costa de resultar heridos como en el caso de Fandiño. Agregamos a la nómina a los jóvenes Juan del Alamo y Albeto Aguilar, que verán potenciadas sus carreras por su acierto frente a los toros que lidiaron.

Descendiendo un escalón dejaron la arena venteña José María Manzanares, Sebastián Castella y Manuel Jesús "El Cid", de quienes se esperaban actuaciones de mayor impacto.

Más allá de lo descrito, el mes taurino madrileño entra en los registros de la historia por el extraordinario acto de reivindicación profesional a cargo de la torería mexicana, una arrolladora tropa de coletas de este lado del atlántico pasaron por la catedral del toreo con una rotundidad no registrada hace décadas, llevando a cabo un potente llamado de atención respecto a la valía y capacidad del torero azteca, vilipendiado hasta el año pasado por la falta de éxitos.

La armada mexicana capitaneada por el gran Joselito Adame supo triunfar tras saltar el charco  y salir al ruedo “con la mirada del tigre” para muletazo a muletazo gritar al  planeta de los toros que una nueva generación de espadas está lista, dispuesta y capacitada para superar en los redondeles a las más connotadas figuras europeas. Adame actuó en dos tardes y obtuvo dos orejas, Diego Silveti y Arturo Saldívar obtuvieron un trofeo cada uno producto de su solvencia y fondo para vencer a la adversidad; sin puntuar pero reclamando consideración a cambio de su sangre, Sergio Flores dejó una muy grata impresión y, en plan cumplidor saldó su comparecencia Juan Pablo Sánchez.

La tarde del 7 de junio se apuntó con mayúsculas en los registros, pues al cabo de medio siglo en un mismo cartel de terna, se incluyó el nombre de dos diestros mexicanos, el hispano Cid se las vio con el binomio Adame-Sánchez lidiando una corrida con el hierro de Alcurrucén. Tarde inolvidable en la que Joselito llegó al Olimpo del toreo.

Así las cosas, los madriles resultaron mexicanizados gracias a la hombría de sus toreros.