La mejor noticia del mano a mano entre El Juli y Diego Silveti fue el entradón que registró La México, ya que hacía mucho tiempo que no se veía así, con los tendidos generales casi llenos hasta el reloj. Si acaso, faltarían unos tres mil boletos por venderse. Así que desde un principio la expectación estaba servida, y también el ambientazo de las grandes tardes.
Fue una lástima que al final los toros de las dos ganaderías que se lidiaron (sobre todo más los de Fernando de la Mora) no contribuyeran del todo a redondear las faenas de ambos espadas, que tuvieron que esforzarse para cosechar sendos triunfos, con los toros corridos en tercero y sexto lugares, respectivamente.
De esta singular confrontación, a todas luces con la balanza más cargada hacia el lado del madrileño, que en cada una de sus intervenciones se le notan las casi mil 400 corridas que tiene en el cuerpo, cabe destacar la pasión que siente la afición capitalina por su toreo. Y también la forma en que Julián tiene en un puño a la gente, pues conoce sus reacciones y gustos a la perfección.
Porque resulta innegable la capacidad del maestro para resolver el comportamiento de sus toros, a los que toreó con distinto acento, escuchando ese olé sonoro con la certeza de que podía hacerlo estallar otra vez en cualquier momento, como de hecho ocurrió delante del tercer ejemplar, un toro acaballado y basto, de Fernando de la Mora, que regateó mucho las embestidas y con el que El Juli se pegó un tremendo arrimón que levantó al público de sus asientos.
Y si la faena no prometía demasiado ante la nula colaboración del toro, El Juli no escatimó nada en aras de cosechar el ansiado triunfo, ese que le devuelve el ánimo de seguir sumando fechas en México, sobre todo ahora que hará una extensa campaña en cosos de provincia.
El toro se paró pronto y El Juli se metió entre los pitones, dejándose acariciar los alamares de la chaquetilla por los pitones, levantando gritos de espanto en el tendido, y prolongando cada uno de los muletazos en una faena que tuvo un deliberado tinte ojedista, ese recurso tan importante que llevó a cotas insospechadas su inventor, el gran Paco Ojeda, uno de los pocos revolucionarios -y más recientes- que ha tenido la tauromaquia.
Porque aunque el toro no aparente tener peligro, nunca deja de ser riesgoso pisar los terrenos que pisó el madrileño, y más aún con un ejemplar alto de agujas, que en cualquier descuido, como de hecho casi ocurrió, puede empitonar al torero. Pero había que justificarse y sacar la casta, algo que Julián está acostumbrado a hacer, más aún en esta plaza que le ha dado todo.
Una estocada entera, algo perpendicular y trasera, fue el colofón de esta valiente faena julista que despertó tanta pasión en los tendidos. Y la gente lo aclamó de manera muy cariñosa en la vuelta al ruedo, cuando paseó, feliz de la vida, las dos orejas que le concedieron.
El maestro madrileño hizo otros dos trasteos muy distintos, tanto como el comportamiento de los toros primero y quinto requirieron. El que abrió plaza, de Montecristo, un toro bajo y reunido, de preciosas hechuras, tuvo calidad pero no le alcanzó la bravura y cuando El Juli le dejó media muleta muerta en la arena y tiró de él con mucha enjundia en largos naturales y profundos redondos, el toro pareció decir: "¡ya basta!" y terminó rajándose.
Minutos antes, con el capote había toreado por nota en los lances de recibo, así como en el estrujante quite por saltilleras que supuso una clara demostración de intenciones.
El trasteo al quinto, un toro castaño albardado, fue de trámite debido a la falta de casta del ejemplar, que llegó a la muleta de Julián cabeceando y sin entrega alguna, motivo por el que el madrileño se vio obligado a abreviar.
En contraparte al rotundo despliegue de experiencia de El Juli, Diego Silveti salió a entregarse con mucha autenticidad, y sin que el paquetazo que le había dejado su compañero de cartel, al cortar las orejas del tercer toro, hubiera hecho mella en su ánimo.
Por el contrario, el torero de dinastía trató de sobreponerse a la falta de casta de sus dos primeros toros, en los que sólo pudo bosquejar detalles interesantes, como fueron los despaciosos naturales que le dio a "Mar de Nubes", el toro de Fernando de la Mora que salió en cuarto lugar, y con el que hizo un sentido brindis al cielo, quizá el segundo de su carrera, como aquel que dedicó a la memoria de su padre el día de su doctorado.
En el sexto buscó el triunfo con la misma actitud que había manifestado toda la tarde, y aunque quizá no terminó de redondear la faena, sí alcanzó a embraguetarse en un par de series con la mano derecha, mismas que hicieron reaccionar al público a su favor.
Ese toro de Montecristo se movió con transmisión, aunque también con un puntito de genio, lo que no fue impedimento para que Silveti tratara de someterlo por ambos pitones en una faena que contó con sus mejores momentos hacia el final. A la hora de perfilarse para entrar a matar no lo dudó y se fue derecho detrás de la espada para colocar una estocada entera, un poco trasero, que hizo doblar pronto al toro.
Y la gente le pidió una oreja, premio de consolación en una tarde de mucha responsabilidad, la que implica torear a plaza llena en un escenario y con un alternante tan incómodo como El Juli.