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Opinión: Ser o no ser; ahora o nunca

Lunes, 20 Ago 2012    Puebla, Pue.    Horacio Reiba | Opinión   
El gobernador de Puebla, Rafael Moreno Valle, pretende demoler El Relicario
El ominoso compás de espera en que tiene sumida a la afición poblana la probable demolición de El Relicario exige tomar uno de dos caminos: cruzarnos de brazos en resignada espera del derrumbe, o pensar –y por supuesto aplicar sin demora– alguna estrategia tendiente a minimizar daños y relanzar la fiesta en Puebla.  No es la primera vez que algo semejante sucede en el devenir de esta capital. Pero habría que remontarse a décadas atrás para topar con una arbitrariedad parecida.

Las cuatro columnas

Aletargada por sucesivos reveses, la afición poblana no parece hoy contar con la misma fuerza vital de hace unos años, cuando el coso del Cerro gozaba de cabal salud y la fiesta florecía. No sobra recordar, sin embargo, que aquel auge que va de finales de los años 80 a primeros del siglo actual descansó sobre cuatro pilares firmemente asentados:

1) Empresarios con iniciativa, casta e imaginación, dispuestos a fortalecer su negocio a partir de una oferta de calidad; a veces, ésta podía flaquear, pero como preocupación primordial estuvo siempre presente.

2) Un público receptivo y progresivamente competente, integrado por un pie veterano de aficionados curtidos y conocedores, a los que se fue sumando con creciente interés el indispensable y heterogéneo conjunto de recién llegados, jóvenes en su mayoría. Como aglutinante y revulsivo en tareas de promoción y difusión constantes, la participación de los medios fue elemento fundamental.

3) El adecuado balance entre el beneficio empresarial y la participación colectiva que lo hiciera posible descansó en una política de precios democráticamente asumida por sucesivas administraciones; cuando ese equilibrio se rompió –alimentado por la codicia o la pérdida de calidad de los carteles– los poblanos lo acusaron de inmediato mediante el sencillo gesto de no asistir a su plaza (no olvidemos que los espacios tradicionales de esparcimiento pertenecen, antes que a gobiernos o particulares, a la ciudad y sus pobladores).

4) La constante presencia de la fiesta en la escena pública, expresada en exposiciones, conferencias, coloquios, premiaciones, festivales de aficionados, homenajes a figuras retiradas, conciertos y recitales taurinos, programas de radio y televisión y toda esa gama de actividades que hicieron de Puebla, en los años de referencia, una de los enclaves taurinos más vitales del centro del país. Imposible omitir el liderazgo de grupos y peñas de aficionados, sobresaliendo por su buena organización y ejemplar constancia la Asociación Taurina de Puebla  –¿qué será de ella?–, fundada en 1964.

Todos esos logros, enlazados y armonizados entre sí, respondían a un afán y una voluntad colectivos, con la participación de innumerables personas que ahora mismo estarán añorando la fiesta perdida.

Pero toda esa energía sigue estando aquí, por ahora de un modo latente, y podría despertarse de nuevo si alguien decidiera encabezar uno o varios proyectos relacionados con el cuarto de los enunciados anteriores: para defender la plaza o, en última instancia, la permanencia de la fiesta de toros en Puebla, hace falta agitar conciencias y recordarle a la gente la importancia patrimonial y el valor cultural de las actividades taurinas. Y habría que partir, por lo pronto, de lo aparentemente más sencillo –exposiciones de arte y objetos taurinos, conciertos, ciclos de conferencias…– con la mira de revivir el interés de los poblanos y concitar la atención de gobernantes y gobernados para que, en un plazo necesariamente breve, puedan programarse de nuevo corridas y novilladas de postín, ya sea en El Relicario o en un coso que lo reemplace.

Se trataría, en cualquier caso, de hacer sentir a la ciudad que la tradición taurina continúa viva y vigente en Puebla y sus alrededores.

Solidaridad

La anterior extensión del tema no ha sido escrita al azar. El Relicario se nutrió con y nutrió a la afición de los poblanos pero también de mucha gente venida de fuera, procedente lo mismo de otros puntos del estado que del Distrito Federal, Tlaxcala y Veracruz, por no hacer la lista más larga. Sobre su arena tuvieron ocasión de ejercer el duro oficio lo mismo aspirantes que toreros hechos, de diversos rangos y con mayor o peor fortuna. Sería de esperar que en la situación presente, todo ese conglomerado –toreros, ganaderos y aficionados– sumaran esfuerzos e imaginación para echarle una mano a la Puebla taurina, tan necesitada de apoyos en las circunstancias que hoy se viven.

Este respaldo solidario no tiene forzosamente que traducirse en actividades onerosas para quien eventualmente decidiera colaborar –toreros, ganaderos, apoderados, afición, prensa especializada–; bienvenida sería cualquier buena idea al respecto, y desde luego gestiones y manifestaciones individuales de apoyo, aunque siempre será éste más efectivo si procede de grupos o instituciones debidamente organizados: la fuerza colectiva, tan desdeñada de ordinario por los taurinos, puede obrar milagros, y nunca es tarde para comprobarlo.

Jaime Rojas Palacios en el recuerdo

Más de una vez se le vio en El Relicario, pero su puesto de amorosa beligerancia estaba en la Plaza México, y antes de La México en El Toreo de la Condesa, que así de antigua era la devoción de Jaime por la fiesta. Su gesto de aficionado ceñudo y exigente, raudo denunciador de mistificaciones y trapicheos como los que desgraciadamente abundan entre taurinos y toreros de toda laya, escondía un humor que se movió con soberana soltura a través de todos los registros, del más ácido al puerilmente festivo. Y si por encima de todo privilegió la vida bien vivida, era incapaz de separarla del toreo, tanto en lo sustantivo como en lo accidental, fiel a su barrera de sol al mismo tiempo que organizador incansable de ciclos de conferencias y películas, entrevistas y coloquios, que ofrecía en foros culturales o, preferentemente, en El Taquito, uno de los pocos restaurantes con auténtico sabor taurino sobrevivientes.

La llama incombustible que lo animaba  –llamada, llamarada– le exigió además consagrarse a la escritura de libros y pasodobles taurinos, y entre sus más originales creaciones sobresale la del grupo "Las Corridas", que se sacó de la manga de mago que se gastaba en una época en que la plaza capitalina cerró sus puertas por culpa de alguna disputa política: su actividad consistía en programar corridas completas de toreo de salón en las afueras del coso, con intervención de público y músicos reales así como fingidas autoridades –infinitamente más competentes que las oficiales–, y donde hacían de toros y toreros los integrantes del grupo durante las seis lidias anunciadas, tal como manda la tradición.

Jaime Rojas Palacios, al que ni el avance de la enfermedad consiguió apartar de su pasión por los toros, dejó de existir, en la Ciudad de México, la mañana del sábado 11 de agosto. Se le extrañará como el enorme ser humano y el taurino entrañable, insustituible, que se empeñó día a día en construir.


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