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Tauromaquia: Las Ferias en El Toreo (I)

Lunes, 07 Abr 2014    Puebla, Pue.    Horacio Reiba | Opinión   
La columna de este lunes en La Jornada de Oriente
La capital mexicana siempre tuvo plazas de temporada, que difieren de las de feria por muchas razones, entre las cuales sobresale sin duda el modelado de un cierto tipo de aficionado, dado al saboreo largo de cada festejo dominical durante el transcurso de la siguiente semana, con los cálculos y expectativas consecuentes en torno al siguiente cartel, dependiente en buena parte del resultado de la corrida o novillada anterior.

Quien compare esta manera de acostumbrarse a ver, tener y gozar la fiesta entenderá perfectamente la distancia a que se encuentra de la larga vigilia y repentino atracón que supone la feria anual de tantas plazas españolas –y cada vez más cosos nacionales, a corrida diaria y sin tiempo para la digestión sosegada que por su propia naturaleza demanda el toreo.

De ahí, probablemente, que viajar de feria en feria se haya convertido en un hábito de aficionados hispanos –los que pueden permitirse semejante lujo, claro
  mientras al mexicano –capitalino, tapatío o norteño– ha cultivado su afición sin necesidad de moverse de su ciudad ni abandonar las labores cotidianas, aprovechando que las temporadas clásicas discurrieron siempre de domingo a domingo.

Plazas de temporada por antonomasia, El Toreo de la Condesa y la plaza México –los dos cosos que, con la antigua México de principios del siglo XX, han sido escenario de prácticamente todas las corridas y novilladas habidas en los últimos 114 años de toros en el Distrito Federal jamás acogieron feria taurina alguna; y cuando por rara eventualidad se empalmaban dos festejos en días consecutivos, a nadie se le ocurrió catalogar como "feria" a ese par de corridas de la temporada en curso.

Lo que sí hubo, durante la primera campaña de
Manolete (1945-46), fue alguna semana con hasta cuatro corridas en el Distrito Federal, entre la recién inaugurada Plaza México y el viejo Toreo, que ese año pondría fin a su fructífera historia. Alarmada, la autoridad capitalina se apresuró a prohibir semejante dispendio, atentatorio, según el jefe político en turno, contra la economía familiar. Mucho tiempo después, en 1976 y luego en el año 1988,  tendrían lugar un par de ferias en el habilitado Palacio de los Deportes, aprovechando que la México se encontraba cerrada. Pero fueron dos experimentos fallidos, y por tanto sin continuidad.

El Toreo de Cuatro Caminos

Cuando el Toreo de la Condesa fue demolido, un grupo encabezado por Antonio Algara se quedó con la estructura de hierro del viejo coso y acometió la difícil tarea de darle una segunda vida en Naucalpan, que a mediados de la década del cuarenta era un municipio no conurbado al Distrito Federal. Y en cuando el renovado coco estuvo en pie, anunció su primera temporada de corridas –cartel inaugural: Lorenzo Garza, El Soldado y la alternativa de Jorge Medina, con una corrida grande y dura de San Mateo (23-11-47), en abierta competencia con la recién estrenada plaza México: competencia ruinosa, como demuestra el abandono en que por varios años permaneció arrumbada la “nueva” estructura del antiguo y añorado Toreo.

Hasta que, a fines de 1953, Pablo B. Ochoa retomó la idea de dar temporada en Cuatro Caminos, retando a la Monumental, dirigida a la sazón por un muy experimentado Alfonso Gaona; de nuevo, tuvo la capital dos temporadas grandes simultáneas, por más que El Toreo, de acuerdo con la jurisdicción que ocupaba, estuviera regido  por el reglamento del estado de México. En los hechos, ambas empresas ofertaban sus carteles a una sola clientela, que podía elegir plaza de acuerdo con sus preferencias. Y no fueron pocas las ocasiones –tampoco muchas en que ambas se llenaron, aunque a la larga, ponerlas a competir no era redituable y sólo esporádicamente volvió a suceder.

La Feria Guadalupana

En vista de lo cual, al infatigable Algara se le ocurrió, en 1956, una solución alternativa: recurriendo a sus legendarias dotes de convencimiento consiguió el apoyo del arzobispo primado de México para la organización de lo que bautizó como Feria Guadalupana, cuyas utilidades servirían –ilusoriamente– para erigir una nueva basílica, proyecto abortado porque al fin y al cabo el veterano taurino les hizo a los clérigos las cuentas del gran capitán y se declaró en quiebra, a despecho de los notorios llenos que había registrado su plaza durante las seis fechas de la dichosa feria, primera de su tipo a la que asistía la afición de nuestra capital.

Si la respuesta del público fue tumultuosa, lo que salió por chiqueros sería un muestrario que osciló entre encierros harto respetables –La Punta, San Mateo, Matancillas  entreverados con otros de trapío muy menguado. Y otro tanto puede decirse de los espadas actuantes, una ensalada tropical que hermanaba a Fermín Rivera y Altonio Ordóñez con novicios de vuelo tan corto como Antonio Borrero "Chamaco" y José Ramón Tirado. Como sea, la cartelería interesó a la afición y activó con fuerza la taquilla, al amparo de una publicidad omnipresente y sumamente efectiva. Ya veremos, corrida por corrida, en qué medida la tal feria respondió a las expectativas creadas.

Viernes 7 de diciembre de 1956

El lujoso cartel inaugural lo malogró la sosería de un encierro de La Punta tan sobrado de peso como corto de energías. Tarde de trámite para Antonio Ordóñez, que una vez comprobado lo aplomado de su lote optó por abreviar, entre el desencanto de la nutrida concurrencia. Sus alternantes mexicanos, los jóvenes Joselito Huerta y José Ramón Tirado, de alternativas españolas todavía frescas, se esforzaron en vano. Y la gente salió lamentándose por el decepcionante juego de los punteños, tan prometedores en las fotos de la profusa publicidad previa.

Sábado 8

A favor de un encierro ligero pero embestidor de Jesús Cabrera alcanza un gran triunfo Fermín Rivera, que reaparecía luego de superar el infarto sufrido en la plaza de Monterrey un año atrás. El potosino, cumplidor con su primero, bordó al cuarto, "Los 21", un cárdeno de maleable nobleza al que se excusó de banderillear por razones de salud pero, en cambio, muleteó con palpable largueza, ligazón y temple por ambos pitones, luego de iniciar faena sentado en el estribo y de coronarla de formidable estoconazo. Paseó las dos orejas entre grandes aclamaciones.

Esa tarde, Fermín le concedió la alternativa a Fernando de los Reyes "El Callao", triunfador del verano novilleril en la México. El de Huamantla anduvo sin plan con el del doctorado pero se sublimó ante la boyante embestida del sexto, "Gordito", que acometía desde largo y hundía el belfo con enorme clase en la muleta del finísimo artista de Huamantla, que estropeó con la espada un auténtico faenón. En cambio, cobraría una oreja el onubense Chamaco, el tremendista de moda en España, doctorado tras sensacional campaña en Barcelona. Fue de "Abejorro", el cabrereño de su presentación en México.

Domingo 9

Corrida para la historia (y no sólo de El Toreo). Los de San Mateo, de galana presencia, no derrocharon fuerza pero sí nobleza. Y Antonio Ordóñez, a quien el público le había apretado fuerte en su primero, iba a cuajar un faenón de época con el quinto, "Cascabel", al que bordó desde las clásicas verónicas de recibo, pasando por dos quites –buenas a secas  las chicuelinas pero enormes sus gaoneras sacando el pecho y cargando la suerte, tras echarse el capote a la espalda de torerísima larga a una mano.

Dada la visible disposición del rondeño y las condiciones del sanmateíno la gran faena se palpaba, pero lo que Ordóñez fue trazando, con despacioso temple y elegancia suprema, superó todas las expectativas. Pocas veces se habrá visto deletrear el natural con mayor lentitud y redondez, en El Toreo o en cualquier otra plaza. Inspirado, el maestro de Ronda continuó su recital después incluso de un pinchazo en la suerte de recibir. Pastueño hasta la exageración, "Cascabel" era un toro que, por su debilidad de patas, exigía un temple superlativo para mantenerlo en pie y poderle ligar los pases. Todo lo hizo por nota el célebre espada andaluz, cuyas vueltas al ruedo con las orejas y el rabo no parecían ir a terminar nunca. Una página dorada en la historia del torerísimo coso de Naucalpan.

Para Miguel Báez "Litri" fue el mejor toro de la feria, "Barba Roja" de nombre, un colorado al que muleteo muy a gusto pero tardó en matar. Remiso, en cambio, fue el cuarto, "Coplero", que pronto se refugió en tablas, donde El Litri, encelado, le puso cerco y prodigó alardes de valor para, tras efectiva estocada, cobrar la oreja del bicho. Con el peor lote Joselito Huerta dio una lección de pundonor, poco apreciada por el juez, que desatendiendo una nutrida petición se marchó a casa en cuanto el de Tetela cuadró al cierraplaza "Llaverito", al que se había arrimado lo indecible. El público, por cuenta propia, impuso el corte del apéndice al puntillero y paseó en hombros al tercer triunfador del memorable festejo.

Lunes 10

Se lidió, entre protestas airadas, bichejos devueltos al corral y desconcierto general de la joven terna –Tirado, Chamaco y El Callao un sexteto chico, manso y flaco de Rancho Seco. La cosa terminó en cojiniza y con la gente, que una vez más había llenado la plaza, de pésimo humor.


Martes 11

Rafael Rodríguez, que no figuraba en la cartelería inicial, fue llamado a sustituir a Fermín Rivera, cuya salud seguía siendo precaria. Y el hidrocálido estuvo muy valiente con una bueyada de Matancillas que solamente tuvo fachada. Cumplió sin más Litri, y consiguió Ordóñez, merced al suave temple de su muleta, una interesante faena con el cierraplaza "Canciller", el único que medio embistió de los seis, para cobrar la única oreja de la tarde.

Miércoles 12

El día de la Guadalupana cerró feria el primer encierro de San Miguel de Mimiahuápam que se lidiaba en la capital. Con mal fario, porque ninguno salió propicio, malogrando los esfuerzos de Litri, Huerta, Tirado, Chamaco, El Callao y Rafael Rodríguez, que de nuevo encabezó cartel, esta vez en sustitución de Antonio Ordóñez, lesionado en un pie por el arpón de una banderilla en el festejo de la víspera. Fue tarde de muchos pinchazos y frustración general, y la Rosa Guadalupana en disputa se declaró desierta. Posteriormente, le sería entregada a Fermín Rivera por galantería de Ordóñez, designado inicialmente como máximo triunfador.

Puede decirse que la modalidad de una feria en la capital encontró buena aceptación entre el público. Pero entre la huida de Algara por la puerta de atrás y el apego de las empresas y la afición capitalina por sus tradicionales temporadas, casi iban a transcurrir dos décadas antes de que el experimento se reprodujera.


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