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Desde el barrio: La lección de El Fundi

Martes, 10 Abr 2012    Madrid, España    Paco Aguado | Opinión   
La columna de este martes
Veterano de mil batallas, de las más duras y cruentas, El Fundi se va este año de los ruedos. Embajador en el infierno de las corridas que secan la boca y queman el hígado, general en primera línea de fuego, guía de las arenas minadas, el maestro de Fuenlabrada mantiene pese a todo más afición que cicatrices y medallas de guerra.

Pero ni aun así, después de tantos años de maltrato, parece que el sistema empresarial le quiera brindar un final feliz a su carrera, después de que la caída de un caballo, hace tres años, pusiera un amargo paréntesis a los que iban camino de ser los momentos más dulces de su arriscada trayectoria.

Ni en Valencia ni en Castellón (y eso que en la segunda feria este año la cosa iba de "torismo") se dignaron a tener un detalle con él en este año de despedida, y si el domingo de resurrección hizo el paseíllo en Las Ventas se debió a la sustitución de Curro Díaz, herido la tarde anterior en Baeza.

Corrida extraña esta clásica madrileña en la que se anunciaban a un tiempo una alternativa y una confirmación, con todo lo que supuso de alteración de los órdenes de lidia y el sinfín de abrazos y cesiones y devoluciones de trastos. Pero entre tanto barullo protocolario, El Fundi supo imponer la razón y el orden del buen toreo y pasear una oreja que aún es poca justicia en la que siempre debió ser su plaza.

Aun reconociendo el valor del trofeo, que esperemos sea doble para que por fin pueda atravesar con todos los honores la puerta que da a la calle de Acalá, José Pedro Prados dejó en el ambiente venteño el regusto de lo bien hecho, el sabor de una lección de clasicismo frente a las perversiones técnicas en las que se debate una gran parte de la nueva generación de toreros.

Y así, mientras que los oficiantes Víctor Barrio y Juan del Álamo se prodigaban en un toreo plano, de muleta apantallada y sin matices, de figura rígida y trazo atrancado y corto, El Fundi dejó ver la sutileza de los vuelos del engaño, la naturalidad del buen oficio, la sinceridad de los cites, la lógica de la lidia...

Ajeno a los modos defensivos que podrían haberse enquistado en sus muñecas después de tumbar cientos de miuras, palhas y demás especies depredadoras, el maestro se dedicó el domingo a coger los trastos con suavidad, a dejar los flecos a la, en principio, incierta embestida del de Pereda y a tirar de ella al natural con el brazo suelto y la cintura flexible. Y los olés de Las Ventas tuvieron el tono que sólo provoca el mejor toreo.

No fue faena rotunda, porque no pudo serlo, pero sí elocuente. Y, por contraste, también clarificadora, porque puso en evidencia la preocupante deriva de los conceptos del toreo al paso de unas cuantas generaciones de toreros: de la apuesta y la sinceridad al conservadurismo de una técnica especulativa que anula la emoción de los embroques.

Los años de la masificación han dejado como herencia al grueso de los nuevos matadores un toreo productivista y átono, unos modos opacos y demasiado "seguros" que se alejan de la verdadera esencia de este arte, la de su hermosa incertidumbre. Así que lecciones y referencias como la de El Fundi y otros veteranos chapados "a la antigua" suponen la mejor brújula taurina para no perder el norte.


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