Banners
Banners

Tauromaquia: Saldívar emula a Silveti

Lunes, 03 Jun 2013    Puebla, Pue.    Horacio Reiba | Opinión   
La columna de este lunes en la Jornada de Oriente
Tantos años sin que la torería mexicana diera la nota en Madrid y he aquí que han bastado ocho días para que la oreja cortada por Diego Silveti encontrara réplica en la que Arturo Saldívar obtuvo el martes 28 del tercer toro de El Ventorrillo, "Afrentoso" de nombre y de pelo berrendo en negro de la índole de los burracos (es decir, manchado de lunares blancos, además de girón, gargantillo y engatillado de cuerna). Pesó, según la pizarra, 522 kilos.

Como Silveti, Saldívar era tercer espada de un cartel modesto –tanto que la monumental madrileña no se llenó, gran novedad en pleno San Isidro–. Y como Diego, para triunfar debió imponerse a factores adversos. Empezando por el toro, que siendo noble y repetidor nunca humilló de verdad. Y además, se quedó corto pronto, aunque no tanto como el bohórquez desorejado por Silveti en medio de aquella tupida granizada. El viento, que había soplado con fuerza en el primer tercio –hubo un puyazo muy trasero de Romualdo Almodóvar, para colmo–, por fortuna aminó en el último. Pero entre unas y otras, nadie tenía claras las posibilidades de la faena. Nadie excepto Arturo, que se fue al centro del anillo y desafió desde ahí de hinojos al burraco, provocando con su actitud la primera conmoción en los tendidos.

Como "Afrentoso" se vino de lejos, al muletazo inicial, redondo con la derecha, le ligó el de Teocaltiche media docena más, cambió la flámula de mano con giro inverso y agregó, siempre de rodillas, el de pecho zurdo, todo ligado y sin que los pitones tocaran el engaño, para incorporarse y, sin pérdida de terreno,  rematar la compacta serie con un desdén. La plaza, naturalmente, era un clamor. Y el torero volvió a dar distancia al burel para citarlo con la muleta en la diestra.

"Afrentoso" acudió, siempre con la cabeza alta, y el mexicano intentó corregir ese defecto manteniendo el engaño bajo y a salvo de enganchones. Esto último lo consiguió, no lo primero porque el animal acentuó el problema al irse agotando. Pero justo cuando parecía decaer el ritmo y la emotividad de la faena, en mitad de la tercera tanda, Arturo se lo sacó por la espalda y ligó a esa capetillina el cambio de mano por delante y un ajustadísimo de pecho zurdo.

Y ahí siguió, metido en el terreno del bicho, ahora por naturales que el astado aceptó a regañadientes, y cosiendo a una dosantina redonda nuevos adornos en corto, entre los pitones y sin embargo sereno y quieto como el que más, mientras el toro se iba quedando sin embestida. Aun asó no se libró "Afrentoso" de una tanda bernadinas con cambio del viaje en el último momento,  estrujantes. Y la estocada que lo mandó al destazadero fue un volapié neto, en lo alto, que arrancó los primeros pañuelos de una petición muy pronto generalizada, que no cesaría en su solicitud de la oreja hasta que el juez la concedió. Ni qué decir que al paseo triunfal de Arturo Saldívar –muy bien vestido de azul marino y plata– lo acompañó un clamoreo de sabor muy mexicano. Pues en estos días han acudido a Las Ventas innumerables paisanos.

Triunfo de la voluntad

La verdad es que ni Silveti ni Saldívar han podido ofrecer en la feria la mejor versión de sus respectivas tauromaquias. Ellos, sencillamente, se mostraron dispuestos a dejarse la vida entre los pitones con tal de justificar su inclusión en la cartelería isidril. Por eso, porque han estado en toreros –torero no es el que se viste de luces sino quien se sabe comprometer de verdad con los valores éticos del ancestral rito– el público pudo percibir la fuerza su mensaje y reaccionó en consecuencia.

Hasta los jueces que presidían los festejos se mostraron lo suficientemente sensibles para responder, pañuelo en mano, a esas peticiones de oreja tantas veces desatendidas en Las Ventas.
Generación 21. Decía Ortega y Gasset que quien quisiera conocer la historia de España bien podía recurrir a la de las corridas de toros, reflejo de los avatares y la cambiante sensibilidad del país. Arturo Saldívar y Diego Silveti crecieron en un México desgarrado y convulso.  Desde muy jóvenes debieron notar y sentir como la miseria –moral, económica, política– se apoderaba de su país como mancha en expansión. Y puestos ante la disyuntiva de crecer y madurar o despeñarse entre la evasión elitista o el desempleo generalizado, eligieron el camino del toreo, tan incierto o más que cualquier otro, oficio peligroso y extremo como ninguno. Pero que promete a sus elegidos una clase de autorrealización sin comparación con nada en el mundo.

El filósofo madrileño tenía razón

Como España, México llega a conocerse mejor si uno sigue las huellas de su tauromaquia. La generación del siglo XXI, formada por Saldívar, Diego Silveti y todos esos muchachos que, anunciados o no en Madrid, nos han hecho disfrutar y cavilar con sus arrestos y afanes de superación ante las astas, no tendría por qué parecerse a la de la Época de Oro u otras anteriores o posteriores a la de las décadas del 30 y el 40, años de una eclosión nacionalista tristemente difuminada con el paso del tiempo. Tampoco tienen nada que ver con el tercio final del siglo XX, dominado por una concepción de la tauromaquia –y de la vida del país– cuyo triunfalismo a ultranza estaba sostenido con alfileres.

La homogenización de los gustos, la tiranía de lo tecnológico, la consagración de las prácticas monopólicas también han transformado –uniformado, cambiando, devastado– al mundo taurino. Aquellas personalidades desconcertantes y llenas de gracia que hicieron del toreo un espacio por excelencia  para la más libre y genial inspiración –de Pepe Ortiz a Calesero, y de Rafael El Gallo a Curro Romero, pasando por Cagancho, Pepe Luis, Procuna o Paula– o, en otras vertientes, de tipos capaces de actos de heroicidad inexplicable o escuetos y eficaces oficiantes del rito pertenece a otro tiempo y otros valores individuales y sociales.

La tecnología, por ejemplo, se percibe en el ámbito de la tauromaquia actual como esa obsesión por el dominio del oficio que está detrás de la proliferación de escuelas taurinas, responsables de la suficiencia técnica de casi cualquier egresado por bisoño que parezca, pero también de la ausencia de sello propio que acusa la torería de esta época. De ahí, entre otras cosas, el culto, sin precedentes casi, que hoy se rinde a lo diferente, ya se trate de un artista genial –Morante–, un héroe místico –José Tomás– o un comunicador originalísimo –nuestro niguneado Pana. O en la conmoción que ha acompañado la tragedia y resurrección, a pura y primordial fuerza de voluntad, de Juan José Padilla, valeroso pero oscuro torero hasta que le ocurrió lo de Zaragoza.

Aunque se mantenga viva una antigua y honda relación de México con el temple, la generación 21 del toreo mexicano –diestros todos con alternativa en este siglo– no arroja aún figuras tan disonantes. Pertenece a un mundo competitivo y descarnado, donde para sobresalir en cualquier actividad hay que arriesgar sin medida y enfrentar los problemas con absoluta decisión. Es lo que han hecho en Madrid Diego Silveti y Arturo Saldívar. Capaces, desde luego, de torear mejor. Pero que, por lo pronto, saben que su destino es dejarse la piel con lo que salga por toriles.

Éste es su tiempo y ése su mérito. Lo otro, lo de bordar el toreo profundo que seguramente llevan dentro, ocurrirá una tarde cualquiera. Como ha sucedido ya con José Mauricio y Fermín Rivera, artísticamente los más dotados de esta joven generación, y aún sin presentarse en España.
86 espadas, 90 orejas. Aunque el primer tercio del siglo XX estuvo dominado por discrepancias informativas en lo que al otorgamiento de apéndices se refiere, mis cuentas dicen que los 86 matadores mexicanos que hasta la fecha han comparecido en la primera plaza de España han sumado, con las de Diego Silveti y Arturo Saldívar, 90 orejas y dos rabos.

Semana floja

Lo restante de la última semana de San Isidro estuvo dominado por la mansedumbre del ganado, que embistió con menos ímpetu aunque peores intenciones que un viento a ratos incontrolable. Hubo, no obstante, una corrida repleta de interés, y esa fue, el jueves 30, la enviada por la ganadería de Adolfo Martín, sobrino de Victorino, al que esta vez aplicó monumental repaso.

Con los adolfos –dos buenos, uno noble pero quedado, dos difíciles y el segundo definitivamente intratable– triunfó un Antonio Ferrera muy evolucionado hacia una tauromaquia recia al par que templada, de tanto espectáculo –ofreció dos segundos tercios memorables– como hondura, manifiesta ésta en dos faenas de mucho valor y valer, templadas y de gran aguante, ante el mejor lote de cárdenos adolfeños. Le dieron la oreja del cuarto, "Baratillo", y merecía también la del noble pero aplomado abreplaza. Aunque el mejor de los seis fue el que cerró el festejo, "Marinero", al que Javier Castaño –que lo muleteo con la montera calada y templada mano izquierda–, pudo desorejar también: sólo dio vuelta por culpa de un pinchazo y un descabello pero dejó excelente sabor de boca.

Segundo espada del cartel, Castaño mató al sexto porque estaba en la enfermería, atendiéndose de la cornada que en la palma de la mano derecha le infligió "Sevillanito", su primero, animal sin un pase, peligrosísimo. Luego, el sábado, ante los de Cuadri, él y su cuadrilla volverían a ser protagonistas (soberbios el banderillero David Adalid y el picador Tito Sandoval), pero su estoque insistió en traicionarlo y sólo saludo dos ovaciones desde las rayas.

Con dos adolfos poco asequibles, Alberto Aguilar estuvo más que digno –al tercio en su primero. Su gran día había sido el domingo 26, cuando pudo abrir la puerta grande tras desorejar a su primero de Montealto, sólo que el juez desatendió una considerable petición a la muerte del sexto. Es éste Aguilar un torero menudo pero con mucho temple en la muleta y el corazón.

Semana crucial para los mexicanos

El sábado terminó San Isidro y lo que sigue en Las Ventas es la denominada Feria del arte y la cultura. Están anunciados para torearla Joselito Adame (mañana día 4, con Antonio Ferrera, Serafín Marín y toros de El Montecillo), Sergio Flores (confirma alternativa el jueves 6, de manos de Uceda Leal, testigo Curro Díaz y toros de Juan Manuel Criado) y Juan Pablo Sánchez, que dispondrá al día siguiente de un lote de Alcurrucén, alternando con El Cid e Iván Fandiño. Suerte para todos, empezando por estos tres destacados jóvenes de nuestra Generación 21.


Noticias Relacionadas







Comparte la noticia