Como un río caudaloso, el arte de Morante inundó de emoción a los aficionados que tuvieron la suerte de estar esta tarde en la plaza Vista Alegre de Bilbao, donde el torero sevillano cuajó una actuación genial, sobre todo delante del cuarto toro del festejo, al que hizo una faena antológica; un trasteo de esos para la historia.

Porque si ya había enseñado destalles de su habitual torería con el toro que abrió plaza, un ejemplar noble al que faltó un punto más de fuerza y transmisión, la lidia del cuarto fue de un altísimo interés prácticamente desde que el toro de pelo melocotón apareció por los toriles.

En un principio, el de Núñez del Cuvillo dejó entrever cierta torpeza para desplazarse y un sector del público solicitó su devolución. Pero afortunadamente eso no ocurrió, ya que, minutos después, la bravura del toro –y su buen estilo– iban a encontrar el cauce perfecto en las muñecas del torero de La Puebla del Río, que dio cátedra de torería, conocimiento de la lidia y realizó una faena de una intensidad mayúscula.

Tal y como lo refiere nuestro compañero Paco Aguado en su libro "Porqué Morante", este artista de los ruedos aglutina todo un siglo de tauromaquia, y fue quizá por ello que comenzó la faena con unos doblones un tanto heterodoxos, más cercanos al toreo de la época de Joselito El Gallo que a los actuales.

Y a la gente no le gustó demasiado este comienzo de faena, tal vez porque parecía que Morante no iba a durar mucho tiempo delante del toro, y que esta forma de castigar obligaría a una faena más bien breve y de aliño. Pero la sorpresa de todo mundo fue que se puso en el sitio, y fue construyendo una obra de arte de gran calado, toreando en un palmo, reponiéndose lo justo, encajándose de riñones y sometiendo aquella brava embestida que fue desarrollando el toro.

A base de cadencia y ritmo, Morante consiguió acompasar las embestidas del toro que, sin terminar de entregarse, permitió al torero andaluz expresar con mucha fuerza de espíritu en redondos donde se rompió; naturales de largo trazo y muñeca rota; ayudados de profundo concepto rondeño o distintos adornos de un exquisito gusto.

Y así, Morante fue llevando el toreo a través de los años, evocando a varias figuras del famoso "hilo del toreo" de Pepe Alameda, hasta concluir que, con una técnica de vuelos por delante, temple a flor de piel, y sentimiento arrebatado, el arte del toreo pervive gracias a toros como éste de Núñez del Cuvillo. Fue la demostración fehaciente de que ¡hoy se torea mejor que nunca!

El torero se vació tanto que el esfuerzo supuso sudoración y respiración entrecortada; quizá ya ni aliento tenía a la hora en que se perfiló a matar. La serenidad en la mirada de Morante cuando se echó la espada reflejaba que aquello había sido como tocar a los duendes gitanos con los dedos; y realizó la suerte de matar con rotundidad para colocar una estocada casi entera en buen sitio.

El toro no tardó mucho en doblar, mientras el torero denotaba una satisfacción muy seria, y el público gritaba en el tendido. La emoción colectiva fue tan especial que hasta los profesionales, como El Juli, o el propio ganadero, Álvaro Núñez, irradiaban una tremenda felicidad; la felicidad que brota del alma cuando surge el arte del toreo a través de un artista genial, como lo es Morante de la Puebla.

La tarde tuvo muchos matices interesantísimos, como fue, en sí mismo, el juego de los toros de Núñez del Cuvillo que compusieron un encierro bien presentado y serio, en el que hubo toros de distintas capas y comportamientos, pero casi todos basados en la bravura.

A José Mari Manzanares le tocó un lote muy exigente, y el alicantino tuvo que emplearse a fondo, con mayor determinación en el quinto, al que hizo una faena de una enorme capacidad técnica y con momento de magnífico toreo.

El encastado segundo, que tenía una bravura seca difícil de domeñar, también le pidió entregarse al alicantino, que hizo una faena entre altibajos que rubricó de un pinchazo y una excelente estocada recibiendo.

En medio de este par de torerazos, el debutante, David Mora, que recientemente ofreció un recital de buen toreo en Las Ventas de Madrid, no se quedó a la zaga y dejó muy buenas sensaciones, prácticamente desde que se abrió de capa en el primer quite, una ajustada y torera intervención por chicuelinas.

El tercer toro, el más bonito de hechuras, vino un poco a menos, pero Mora consiguió darle varios redondos con calidad, mientras que en el sexto, que fue el único toro violento del encierro y con cierta guasa, apechugó en otro trasteo que mantuvo el interés de la gente. En ambos casos no estuvo fino con la espada y su presentación en Vista Alegre se quedó sin premio.

Al final de la corrida, las caras de felicidad eran recurrentes en los espectadores que ovacionaron la salida a hombros de Morante, que iba sonriente, complacido, en los hombros de distintos amigos que se turnaron para compartir este momento de gloria.

Y así salió de la plaza, dejando detrás de sí la estela de genio; de esos que se dan muy de vez en cuando y que nos recuerdan que el arte del toreo vivirá por siempre.

Resumen de video de la corrida de Bilbao (Canal Plus)