La tarde iba cuesta arriba, parecía que el público masivo saldría del Nuevo Progreso con la impotencia de no haber visto triunfar a ningún torero, mucho menos a Pablo Hermoso de Mendoza, a quien, sin duda, fueron a ver y a final, El Payo pudo ponerle la cereza al pastel al cortar una oreja del sexto de la función.

La corrida de Los Encinos, tuvo un juego inmejorable, que quizá con un público menos festivo pudo haberse apreciado mejor, porque para quien no entiende un poco más, resultaban inadvertidas las cualidades del encierro. Destacables hubo varios toros, como tercero, premiado con arrastre lento y el sexto que recibió la vuelta al ruedo, sin embargo, el primero quizá con un torero de a pie pudo haber mostrado mucho más de lo que fue. Así es la Fiesta.

Y fue justamente con el cierraplaza que la gente se metió de lleno en la faena, que como dijo alguien en el callejón, fue para todos los gustos. Octavio tuvo la virtud de entender no sólo las condiciones del astado, sino aprovechar la psicología de masas, saliéndose por momentos de la línea clásica para llegarle al público masivo. Finalmente el toreo también debe de hacerse para la masa y más cuando se tiene una entrada casi hasta el tope, quizá más de alguno regrese ya sin Pablo Hermoso.

El Payo inició con mucha suavidad a pies juntos, aprovechando la calidad de embestida del astado; cuido con mimo la lidia sabedor de tenía que dar el campanazo en una tarde tan significativa. Con la muleta comenzó con tiento, buscando la distancia justa para embraguetarse al astado y se fue ajustando poco a poco en derechazos de muchísima calidad.

Pero la faena cayó en un pequeño bache y algún sector, con razón o no, se inconformó. Ahí el queretano demostró que además de torear con verdad y calidad, sabe agradar a públicos poco habituales. La faena fue un mosaico de buen quehacer, con temple, profundidad y empaque, amén de recursos efectivos, que no efectivistas. Al final cobró la única estocada de la tarde y paseó ante el beneplácito general una oreja de peso.

Con su primero también logró momentos de mérito, con sabor, pero que no llegó a más al no estar fino con la espada.

El imán taquillero de Pablo Hermoso de Mendoza aún tiene fuerza, larguísimas colas de autos desfilaban a vuelta de rueda hacia el "Nuevo Progreso", que cumplió 44 años de inaugurada; sin embargo, no pudo corresponder a las expectativas que se habían generado.

Sí, el lugar del navarro es inamovible, lo que él ha logrado ahí queda, pero esta, en definitiva no fue su tarde. Aunque emocionó a la gente y mostró, una vez más, su excepcionalidad, no llegó a calentar al cotarro como en otras ocasiones y lo bien y bueno que hizo se fue por tierra al estar desatinado con el rejón de muerte en los dos toros de su lote.

La gente no se lo perdonó y aunque parece algo sintomático, le siguen viniendo a ver, pese a que en Guadalajara hace ya tiempo que no ha logrado un triunfo con los clamores de otras plazas.

José Mauricio es un torero artista en toda la extensión de la palabra, en su primero logró momentos sublimes, de detalles de filigrana, de ensimismamiento, tanto que al grueso del público le pasaron inadvertidos, sin embargo, calidad la tiene.

Con el quinto, un auténtico "prietito en el arroz", estuvo afanoso, pero la gente se mostró poco paciente con él. Al El Payo, quien finalmente se comió la última rebanada del pastel del 44 aniversario del Nuevo Progreso y del aniversario número 469 de la fundación de Guadalaja.