Dos de los antiguos alumnos de aquella escuela taurina sui géneris denominada "Tauromagia Mexicana" se vieron las caras hoy en Texcoco en un mano a mano que tenía su miga, sobre todo si se considera que son toreros de personalidades, estilos y hasta de aspecto físico bien diferenciado, precisamente el que corresponde a Octavio García "El Payo" y Sergio Flores, respectivamente.
Y si bien es cierto que a lo largo de la corrida hubo pasajes de interés, aquella confrontación no terminó de romper como el público hubiese deseado, pues no hubo ninguna rivalidad directa y, casi tampoco ninguna indirecta; es decir, el resultado numérico final se saldó con el corte de sendas orejas a las que les hizo falta más enjundia.
Porque cabe mencionar que la suerte favoreció a los dos espadas con un toro bueno a cada uno: el tercero, segundo del lote de El Payo; y tercero, también el segundo de los que se llevó Flores en el sorteo. Toros, a su misma vez, complementarios, pues uno fue noble y tuvo calidad, y el otro fue bravo y exigente.
Esos dos toros, en la parte medular de la corrida, debieron haberse ido sin las dos orejas al destazadero, y entonces sí estaríamos hablando de otra cosa si los toreros se hubieran esforzado más todavía en alcanzar un triunfo de mayor calado. Pero eso no ocurrió, y tal vez por ello, al final de la tarde, la gente salió medianamente complacida, pero sin la pasión que una corrida de esta naturaleza tendría que provocar en el público, entendida, pues, como una tarde para "ver quién es el mejor".
La faena más artística de la tarde corrió a cargo de El Payo, y mantuvo un mismo tono estilístico de principio a fin con ese tercer toro, que era guapo, por bajo, reunido y corto de manos, que tenía una testa bien armada y una gran nobleza en sus embestidas.
Y las tandas por ambas manos se sucedieron unas a otras con elegancia y sutileza de toques, pero tal vez sin ese punto mayor de fibra que permite a un torero cuajar a un toro con mayor autoridad. A favor del queretano habría que anotar esos procedimientos clásicos, naturales, así como la manera tan torera que anduvo por el ruedo, aunque sin llegar a apretar nunca más a fondo. Y si a ello sumamos que hoy no estuvo certero con la espada, el corte de esa oreja, bien merecida, por cierto, supo a poco.
La faena al que abrió plaza fue entonada, recia, en esa otra cuerda que El Payo tiene en sus registros, y aunque el de Xajay mostró una tendencia marcada a permanecer entre el tercio y las tablas, el queretano no quiso contradecirlo al ver que, en un par de ocasiones en que intentó sacarlo, el toro volvía a su querencia.
Así que ahí le dio muletazos mandones, ligados en un palmo, que conectaron rápidamente con el público porque el toro tenía un favorable punto de transmisión a la hora de embestir, aunque no terminara nunca de entregarse.
El quinto fue un ejemplar un tanto deslucido, y Octavio lo pasó de muleta sin demasiado afán, para rematar la faena sin la eficacia necesaria con una espada de punta roma, que acabó por desdibujar un tanto el buen sabor de boca que ya había dejado tras la lidia del tercero.
Sergio Flores abrevió ante un toro complicado, cuyas hechuras, por basto y paliabierto no prometían mucho. Y luego de bregarlo con mucho conocimiento de causa con el capote, cerca de la puerta de cuadrillas, le hizo una faena breve que terminó siendo de aliño. Lo malo fue que no estuvo certero con la espada y eso emborronó su labor.
La faena más emotiva de las tres que hizo fue con el cuarto, un toro fino de hechuras, descolgado de cuello y que tuvo una gran virtud: una enorme voluntad de humillar, inclusive cuando remataba la embestida, que casi siempre fue por abajo, además de que pedía una precisa suavidad de toque y llevarlo muy en la línea, lo que no siempre ocurrió.
Con este toro, el tlaxcaleta toreó sabrosamente en determinados ayudados, sometiendo la embestida, llevándola cosida a la tela, pues el toro, en cuanto perdía el engaño de vista, quería rebañar por abajo y sabía lo que dejaba atrás, con una actitud enrazada que tan fácilmente genera emoción entre el público y hace estar más espabilado al torero.
Si la faena no fue tan reposada, quizá se debió a que Sergio estaba un tanto crispado delante de aquellas embestidas, buscando más poderle al toro que recrearse en los muletazos. De cualquier manera, tuvo el tino de intercalar diversos adornos y supo mantener el entusiasmo de la gente, antes de volver a estar errático con el acero ante un toro de muy interesante comportamiento.
Al sexto Sergio le hizo una faena dinámica, alegre y por momentos un tanto eléctrica, ante un toro noble -y muy astifino, por cierto- que le permitió conectar con un público que, a esas alturas de la tarde, todavía estaba ávido de un triunfo más clamoroso.
Después de un pinchazo colocó una estocada desprendida que no fue impedimento para que la gente le pidiera la oreja que cortó in extremis para “igualar los cartones” con El Payo.
Y por su propio pie salieron los dos al terminar un mano a mano descafeinado similar a un "round de sombra" al que le faltó el picante de una auténtica rivalidad, como aquella que cada uno demostró, en distintas fases, cuando eran aquellos jóvenes rabiosos que buscaban comerse el mundo a bocados, siempre arreados por ese taurino vehemente y recio como es Enrique Martín Arranz que, en complicidad con Julio Esponda, les señaló el difícil y sinuoso camino del toreo.