Y más que lo hiciera al lado de dos figuras consagradas: un veterano de los ruedos, triunfador de todas las plazas del planeta de los toros, como es Julián López "El Juli" y de un torero que encarna a la América taurina: Andrés Roca Rey, que ya está convertido en un ídolo de masas.
Así que el paquete no era sencillo, pero en ningún momento se amilanó el lagunero, sino a contrario, ya que desde que se abrió de capote mostró una agradable frescura, dotada de variedad y entrega, que pronto le llegó al público limeño que llenaba la plaza en esta corrida con la que concluía la Feria del Señor de los Milagros.
Después del riesgoso recibo, con el capote a la espalda, y toreando por gaoneras en los medios, Gilio hizo un quite por caleserinas y a partir de entonces siguió fluyendo alentado por el cariño de un publico que quizá observaba en él lo mismo que, años atrás miró, en los dos toreros que lo acompañaban, ambos marcados por la ambición de llegar a la cumbre del toreo.
El comienzo de la faena puso a todos de acuerdo, pues toreó de rodillas, en los medios, y hasta se dio el gusto de intercalar una inverosímil arrucina en dicha posición, lo que se tradujo en una interesante tarjeta de presentación en una plaza donde ya había toreado como novillero en 2017.
Y de esa primera faena del mexicano, a la que le hizo falta un punto mayor de redondez, habría que destacar su afán de triunfo; su toreo de zapatillas encajadas en la arena, y unos naturales tersos y templados con los que acarició la embestida de un toro de Puerto de San Lorenzo que fue noble y tenía tendencia a salir un tanto suelto de las telas, pero cuya virtud era rebozarse al final de cada muletazo.
Con la gente volcada en el trasteo, Gilio abrochó su labor con unas ajustadas bernadinas, y cuando tenía el triunfo en la punta de la espada lo dejó escapar al haber colocado una primera estocada envainada que no correspondía a la calidad de lo que había realizado.
Sumada la presión de que sus alternantes ya habían sellado la Puerta Grande, Gilio volvió a dejar constancia de su férrea voluntad de triunfo y, aunque el toro de San Pedro que conformaba su lote no se prestaba al lucimiento, ya que vino a menos y transmitía poco, el de Torreón le plantó cara en la corta distancia para pasarlo de muleta sin miramientos, en medio de la expectación de un público que fue entrando a la faena conforme el mexicano se descaraba, aguantaba frenazos, y procuraba llevar larga la embestida, ceñida a la faja.
Así le robó muletazos de mérito antes de ejecutar unas heterodoxas manoletinas de compás abierto, dando el pecho, que antecedieron una magnífica estocada, la más clásica de la tarde, que le puso en las manos una oreja de ley, la primera que corta en su paso al escalafón mayor y lo reivindicó como un auténtico "Matador de Toros".
A partir de ahora, su nombre se viene a sumar a la quinteta de toreros mexicanos de nuevo cuño que encabezan un cambio generacional que esperemos de grandes satisfacciones a la afición en tiempos difíciles para la tauromaquia.
¡Qué gozo ver triunfar a Roca Rey en Acho! Al torero más importante que ha dado esta tierra, aquí donde la fiesta de los toros tiene un arraigo popular de hondas raíces, y de presenciar la adoración que la gente siente por un hombre que ya ha llevado el nombre del Perú a todos lados… gracias al toreo.
Pero no a un toreo ramplón, basado únicamente en su tremendo valor; sino a una forma expresiva que va encaminándose hacia nuevos derroteros, en esa senda natural de todo artista que se interioriza y busca el crecimiento, tal y como ya había apuntado este mismo año en la Plaza México.
Después de una temporada plagada de triunfos –y arrastre, que no hay que perder de vista–, Andrés retornó a casa como ese hijo pródigo cada vez más maduro, más sereno, que se queda quieto y torea con tersura, como lo hizo ante el primer toro de su lote, un ejemplar de Puerto de San Lorenzo que acudió humillado y con ritmo a su muleta, particularmente por el pitón derecho.
Y quieto como un posto, abriendo el compás, jugando al cintura con temple, Roca Rey lo metió en vereda en medio de la algarabía de un público rendido a un toreo que ha encontrado un agradable equilibrio entre técnico y expresión. Así cuajó muletazos en los que lo fino fue haber esperado mucho al toro a que metiera la cara en la muleta, y en ese preciso instante conducir la embestida con sutileza, sentir el momento y torear muy despacio, lo que provocó los olés más sonoros de la corrida.
Y como se fue detrás de la espada con mucha entrega, y dejó una estocada entera –hasta un tanto contraria– de efectos fulminantes, cortó dos orejas que paseó feliz, cobijado por la entrega de un público que hoy vivió el regreso de Andrés a Lima con mucha pasión.
El quinto, un toro del hierro de San Pedro, de menor trapío que el resto, era bajo, corto de manos y reunido, y sus buenas hechuras no correspondieron del todo, ya que se venía un poco por dentro y no permitía errores. Consciente Andrés de que le podían levantar las zapatillas de la arena, no escatimó nada para zumbárselo en un palmo de terreno y hacerle una faena recia, inteligente, que remató de otra estocada arriba que provocó una larga agonía, tiempo en que el propio torero le rindió el aplauso a una muerte digna, que acabó por aportarle la tercera oreja de la tarde.
El Juli ya no tiene nada que demostrar a nadie, pero él sabe porqué está en el sitio que ocupa, y ese simple hecho lo arrea para no dejarse ganar las palmas de nadie. Al margen de sus procedimientos, que hoy fueron distintos de una faena a otro, en todo momento buscó agradar al público.
De mayor compromiso y mejor acabado fue la faena al primero, que requería muchas cosas para estar bien con él, y que Julián se afanó en comprender para sacarle provecho en una faena de excelente nivel mediante la que terminó imponiendo su voluntad. Lástima de esos dos pinchazos traseros y caídos con los que terminó el trasteo, porque aquello era de oreja.
Con el cuarto, con el hierro de La Ventana del Puerto, Julián volvió a desplegar su oficio para ganarle la partida a un toro reservón que arrollaba y no terminaba de romper a embestir. Sin dejar de enseñar al público el valor de lo que hacía, llegó un momento en que el madrileño optó por ligar los muletazos con dinamismo, con una actitud que el público agradeció, sobre todo cuando –ahora sí–, ejecutó una estocada arriba que hizo rodar al toro sin puntilla, un hecho que favoreció la concesión de esa segunda oreja que le permitió acompañar a Roca Rey en la salida a hombros.
Al final de la corrida, que había tenido una larga duración, la gente permanecía en el tendido casi en su totalidad, comentando los hechos vividos en una tarde especial que había generado una enorme expectación que fue compensada gracias a la entrega de los tres toreros del cartel, en este marco incomparable que es Acho, una plaza cargada de historia y mística, donde ver toros es algo muy especial.