Tanto como un fiasco no fue. Pero tampoco hubo el éxito rotundo de otras ocasiones. José Tomás estuvo bien a secas en su esperada reaparición en Jaén, después de tres años sin enfundarse el traje de luces. Y se afana uno en hallar lo bueno. Sin embargo, llega un momento donde el inevitable desánimo invade al más optimista. Y entonces todo se desbarranca.
Mal va la cosa cuando el momento más emocionante de la tarde no es un quite o una tanda sino la aparición del ídolo por la puerta de cuadrillas, enjuto y demacrado, vestido de tabaco y oro, cobijado por una ovación ensordecedora.
Para el anecdotario, el cambio de "ruta" de los alguacilillos, que en el despeje hicieron girar a sus cabalgaduras hacia la derecha, en lugar de dirigirlas con dirección al palco del juez de plaza, viraje que desconcertó por un instante al canoso concertista. La función comenzaba en sentido contrario.
Los cinco minutos de la faena de muleta a "Brigadista" de Jaral de Peñas en aquella corrida guadalupana de La México en 2017 fueron más emocionantes que toda la encerrona en Jaén. Y con eso está dicho todo.
Un José Tomás falto de fibra, sin garra ni presencia de ánimo. Esto no quiere decir que haya estado mal, pero no hubo catarsis. Se echó en falta la emoción arrebatadora de tantas tardes de apoteosis y colmadura espiritual. Un fajo de naturales reunidos y de mano baja con el diestro enmonterado fue lo rescatable en aquel horno circular de 42 grados centígrados.
El ganado se eligió mal. Craso error. El de Galapagar requiere de un toro que venga con fuerza y pujanza para que luzca su tauromaquia, basada en el aguante y la honestidad. El cuarto, de Juan Pedro Domecq, salvó la corrida del desastre. Habrá que pensar muy bien la procedencia de la materia prima para su próxima encerrona en agosto en tierras alicantinas. Sería el colmo tropezar de nuevo con la misma piedra.
La devota multitud pedía a gritos el regalo de un quinto toro y José Tomás pareció considerar la posibilidad por unos segundos, pero prefirió abandonar el coso de La Alameda sin mirar atrás, dejando en los tendidos una sensación de desencanto.
El torero de época tiene la onza y en cualquier momento la puede cambiar, pero en el aire olivarero quedó flotando una pregunta: ¿Habrá José Tomás para rato o ha comenzado a declinar?