No hubo una faena redonda, ni tampoco un toro realmente bravo. No hubo sutileza y temple, pues el viento "descomponía" las telas. Y tampoco hubo ese clamor de otras tardes. Así fue la encerrona de José Tomás hoy en Jaén, donde sí hubo un llenazo a reventar y un público –quizá el más nuevo– un tanto escéptico ante lo que sus ojos iban a ver.
Al final, sin toro de regalo de por medio, y con las ganas de que aquella actuación del maestro de Galapagar fuera más rotunda, el entusiasmó inicial terminó en decepción, sobre todo de aquéllos que esperaban ver a un torero más impactante, más profundo, más artista, y hoy no pudo ser.
Porque no todas las tardes de toros tienen que ser bajo un guión preestablecido, y si de entrada José Tomás volvió a apostar por este extraño formato de encerrona, en la que se convierte en omnipresente de su propio espectáculo, todo el peso de la tarde cae sobre sus hombros. Y cuando los toros no embisten como se espera, no obstante que hayan sido elegidos por nota y por hechuras, entonces el desencanto encuentra un caldo de cultivo perfecto. Así ocurrió esta tarde en el coso de La Alameda.
El sofocante calor que se sentía en los tendidos, a 42 grados en el momento del paseíllo, no favorecía que la gente estuviera a gusto. Además, quizá muchos se gastaron un dineral en venir hasta acá, y eso siempre, en una tarde aciaga, llega a pasar la factura. Y si de pronto uno imagina todo eso metido en una misma mezcla y la faena de cante grande no llega, mejor "apaga y vámonos" con nuestra amargura a cuestas.
De esa maraña de sentimientos encontrados, cabe destacar que José Tomás acusó, como quizá nunca, la falta de torear delante del público, vestido de luces, y con la presión que, en determinados momentos de la corrida, le exigió sin reflexionar en el pobre juego que dieron los toros.
El primero fue noble y soso, perteneciente al hierro de Victoriano del Río, un burraco de bonitas hechuras que tendía a escupirse de los engaños y acudir hacia a las tablas, pero que dejaba andar muy a gusto al torero, que hizo una faena desigual, con ciertas series de naturales de trazo largo, ejecución ceñida, y las zapatillas enraizadas en la arena.
Un manejo desacertado de la espada le granjeó la primera antipatía de un sector del público, y provocó el aliento de sus partidarios más fervorosos, los que lo obligaron a saludar una ovación, tal vez menos intensa y gratificante que la que le tributaron al hacer el paseíllo o antes de que saltara a la arena ese primer toro del festejo.
El segundo tenía un trapío menor y fue protestado por un numeroso sector de la plaza, y eso, ya de entrada, puso las cosas un tanto a la contra. José Tomás se afanó en acallar las protestas toreando con calidad y temple, pero era tal la incomodidad de las embestidas del ejemplar de Álvaro Núñez, que su discurso taurino no tuvo demasiado eco en el tendido, por más que la gente pretendía infundirle ánimo al torero y darse ánimos, por consiguiente, a sí misma.
A este toro le hizo un quite por caleserinas en el que intercaló una saltillera, clara evocación del toreo de capote de Alfonso Ramírez "Calesero" y el maestro Armillita, uno de los detalles luminosos de su actuación con el percal.
El tercero era el toro con mejores hechuras de la corrida, por reunido y bien hecho, del hierro de Victoriano del Río. José Tomás lo atacó pronto, se quedó sembrado en el sitio, giró en los talones y le robó pases de mucho mérito en una faena que fue a más y acabó por convencer a la inmensa mayoría. Sin embargo, y no obstante que estuvo certero con la espada, a la hora en que la presidencia le concedió el trofeo tras una petición que no fue mayoritaria, José Tomás la tiró a la arena cuando arrecieron las protestas.
A lo largo de esa faena hubo un grito de dos palabras; sólo dos: "¡Me aburro!", y tal vez ese grito tan oportuno, reflejó lo que se estaba viviendo en una tarde que no terminaba de romper, porque tampoco ningún toro estaba embistiendo acorde a lo que ahí se requería.
El cuarto, del hierro de Juan Pedro Domecq, que este año está atravesando por un calvario de fracasos, como el Sevilla o el de Madrid, fue a la postre el que mejor se ajustó a las necesidades de que la emoción volviera a los tendidos. Y luego de un puyazo brevísimo y certero por parte de Francisco de Borja, que el público aplaudió con generosidad, parecía que el rumbo torcido de la corrida se podría enderezar.
Fue ésta la faena que tuvo mayor consistencia de las cuatro, pues hubo más ritmo y mejor acabado en los muletazos, ante un toro que tuvo una primera parte buena hasta que acabó echando la cara al piso y escarbando la arena. Las series de muletazos que le dio, por ambos pitones, tuvieron entrega y destellos de calidad, pues toreó con su habitual sutileza de toques y esa cadencia propia de tardes pasadas.
Otra estocada entera, de efectos rápidos le puso en las manos una segunda oreja, y el público lo ovacionó en la vuelta al ruedo, especulando con la posibilidad de ver un toro de regalo que se pidió pero que nunca llegó. Y ahí fue donde la decepción tocó fondo, pues, en una tarde como ésta, bien valía la pena haber hecho el esfuerzo con un sobrero y mostrar una actitud más positiva que recompensara lo sucedido.
Al terminar la corrida, José Tomás salió andando de la plaza en medio de una cierta división de opiniones, que reflejan el talante de una corrida sin la brillantez esperada por el juego de los toros y la falta de una faena que viniese a reivindicar esa poderosa y expresiva tauromaquia que ha marcado una época.
A ver ahora en Alicante, el 7 de agosto, cuál será el planteamiento en la elección de los toros, y cómo se ponen las cosas, que ahora están un tanto enrevesadas, para ver una nueva actuación de José Tomás, al que hoy en Jaén le hizo falta... algo más.