La calurosa tarde se encendió más con el corrido en el lugar de honor, un burel de sol y sombra que recibió algunos pitos ─quizás por la ausencia de trapío─ luego de pisar el albero; y no fue solamente su presencia la que parecía contradecir aquello de que "no hay quinto malo"; Saldívar no lo vio claro con el percal, lo pasó con un breve puyazo (aunque recargó en la cabalgadura) y siguieron las dificultades con las banderillas. Arturo lo recibió de hinojos, a sabiendas de que el de Teófilo Gómez pedía ser toreado con la muleta abajo; el desencanto creció tras un par de caídas… y llegó la magia: el jalisciense sacó el orgullo; y, el toro, el fondo de casta que parecía no existir. Arturo descifró lo que enfrentaba y, en verdad, logró que se mostraran toro y torero. Oreja, con medrosa petición de la segunda, luego de un pinchazo; arrastre lento para el astado.

El segundo que tocó en suerte a Saldívar arrastraba la manita izquierda, defecto que pasó inadvertido para la autoridad y para el público; salía con la cara arriba y poco transmitía. Arturo lo buscó ─y lo halló─ al grado de que los asistententes, tras estocada entera y desprendida, pidieron la oreja que Manolo Garrido soltó casi a regañadientes.

Los jóvenes respondieron, qué duda cabe; Juan Pablo Sánchez sudó hasta la camisa (literalmente) mientras intentaba lucir, con tenacidad; el de Bernaldo bajaba la cara y mostró la calidad de la casa ─y, también, cierta debilidad─ que ayudaron al aguascalentense a disfrutar y que conectara con el público. Una faena eminentemente por el pitón derecho, que culminó con certera estocada; llegó la primera oreja.

Con su segundo, de Teófilo Gómez, estuvo empeñoso pero no logró emocionar ─ni emocionarse─ como en el primero; a la postre, decidió sacar al primer reserva (de  Bernaldo de Quirós), un toro brusco y de embestidas descompuestas que entorpeció la esforzada labor de los subalternos. A base de correrle la mano, halló la distancia y la altura de la muleta para lograr una fanea que, din duda, disfrutó; le llegó su segundo trofeo.

El de la tierra, Juan Pedro Llaguno, estrenó su alternativa en el coso queretano; el tercero de la tarde recibió poco castigo en varas, el joven espada pidió los palos y adornó con solvencia a su enemigo. No era un toro fácil; además, se agarró a la arena y regateaba las embestidas: una faena de pases aislados pero con mérito… una oreja luego de trozar la espada en la primera reunión. Con el que cerraría plaza, poco pudo hacer con el capote; el de la dehesa queretana provocó un fuerte tumbo al del castoreño y Juan Pedro, otra vez, se hizo de las banderillas. El toro fue desarrollando sentido e hizo por él hasta en un par de ocasiones; por fortuna, sin consecuencias que lamentar; se fue tras el acero y vino una larga petición… finalmente, la oreja fue concedida.