Una tarde muy emotiva se vivió hoy en la Plaza México, con público nuevo, muchos jóvenes y niños en los tendidos, y también jolgorio de aquellos espectadores atraídos por las promociones o la curiosidad. Qué bueno. Y aunque los aficionados de cepa se quejen –algo nada nuevo en un medio con que contiene altas dosis de amargura– tener otra vez entradas que generen ilusión siempre será satisfactorio y exige la responsabilidad de encauzar este esfuerzo por el camino correcto.
Alrededor del caballo hoy hubo de todo en el ruedo del coso de Insurgentes, con un aperitivo de suertes de doma y charras, incluida una escaramuza, organizada por la gente de Pepe Garay hijo y sus caballos de la Casa Domecq, aquellos que con tanto esmero creó aquel educado caballero llamado don Antonio Ariza, como parte complementaria de la imagen de los productos vinícolas jerezanos.
Y en medio de toda esa algarabía previa, vino el toreo a caballo, la apasionada entrega de los forcados y hasta las lágrimas de aquellos que terminaron por sacar el sentimiento de lo que provocó esa maldita pandemia que estuvo a punto de fulminar a la Fiesta Brava.
Pero los hombres que habitan en el planeta de Tauro están forjados en la dureza, y así fue como Jorge Hernández Gárate, digno sustituto de Andy Cartagena, sentó las bases de lo que debe ser el toreo a caballo: buena doma, cadencia, temple y una comunión perfecta con su cuadra.
Clásico y torero estuvo el potosino con el deslucido toro que abrió plaza, al que hizo una faena medida en la que sólo faltó mayor rotundidad a la hora de matar para tumbarle una oreja. Lo demás fue lo que exigía el toro, andar ligero delante suyo, clavar con precisión y no dejar que le tocara los caballos.
Una vez hecha esa primera faena, vino la lidia del cuarto, un toro de buena condición que permitió al experimentado rejoneador de dinastía disfrutar a cada palmo de una obra estructurada y bien concebida, pues desde las primeras de cambio se percató de la calidad del toro de La Estancia, al que clavó rejones arriba antes de dejarlo con la fuerza justa para una faena plagada de suavidad y temple, con recortes torerísimos en banderillas y recursos para clavar banderillas de frente y al violín. Siempre con entrega.
Acto seguido apareció sobre el ruedo la menuda figura de ese grandioso forcado llamado René Tirado, artífice de un grupo sui géneris –también producto de la pandemia– que lleva por nombre "Forcados Amadores de México", una selección de forcados de distintos grupos de los que él y su hermano Carlos son los líderes.
Pero lo de René fue especial porque otra vez más demostró su capacidad de adaptación a las embestidas de los toros, la forma de citarlos, la alegría y el ritmo para ir hacia atrás antes de descolgar sus cortos brazos, y asirse con precisión a la cabeza del toro para cuajar una pega antológica que puso al público de pie.
A pesar de que René ya se había llevado la gloria, Jorge tuvo la inteligencia de clavar dos banderillas cortas en lo alto y, poco tiempo después, un magnífico par a dos manos que hubiera firmado el inolvidable Carlos Arruza. Este pasaje del final de la lidia le devolvió todo el crédito a una actuación redonda… salvo con el rejón de muerte. Y en la punta de esa delgada hoja se dejó el sueño de abrir la Puerta del Encierro.
Por eso se sentó en el estribo a llorar su tristeza, a lamentar la hora en que no estuvo fino en el colofón de una lidia brillante, y fue tal su emoción que también se la contagio a su amigo René, cuando éste le pedía saludar una ovación en los medios. Ahí se fundieron en un largo abrazo tocado por las lágrimas de ambos.
Cuando René recibió el tricornio de Jorge, se llevó también el símbolo de sus desvelos, las de un torero que, al cabo del tiempo, representa al toreo más serio y de mejor acabado de cuantos hoy día existen en México.
Después vino Emiliano Gamero con su personalidad a cuestas, su atuendo charro y su explosiva forma de torear y conectar con la gente. En todo momento buscó dar espectáculo a un público ávido de más emociones, conforme la tarde se iba para arriba en entusiasmo.
Y si sus dos faenas no tuvieron la redondez esperada, sí que cuajó algunos de los pasajes más emocionantes de la tarde, como aquellas ceñidas piruetas montando a "Jaque Mate", que constituyeron la parte medular de otra actuación destacada que no tuvo el final correcto para que a sus manos también cayeran los trofeos. También destacó toreando de salida al quinto, al que corrió por delante muy bien con la garrocha.
En medio de la veteranía del primero y el carisma del segundo, llegó Fauro Aloi que vino a redondear un cartel en el que se jugaba todo a una carta. Y la apuesta, que en principio era riesgosa, ya que quizá no contaba con el bagaje suficiente para venir todavía a esta plaza, se disipó en cuanto demostró que tiene una doma muy buena, le funciona la cabeza, y posee cualidades que, en un futuro no lejano, lo van a llevar a niveles más altos en el arte del toreo a caballo.
La forma de doblarse con los toros de salida, ir de frente a clavar las banderillas, su temple para torear de costado o su seria personalidad, con la que hasta se dio el lujo de tapar a los forcados para clavar una soberbia banderilla, hablan de un torero que sabe lo que quiere y así quedó de manifiesto en esa primera faena ante otro de los toros buenos del encierro. Pero esa misma falta de eficacia para matar, como la que ya habían dejado expuesta sus compañeros, echó por tierra sus aspiraciones de triunfo.
La lidia del sexto toro, un ejemplar de vistosa capa berrenda en cárdena, también sirvió para constatar las buenas maneras del hijo de Giovanni, y aunque aquello ya no tuvo tanta cohesión como su primera intervención, ahí quedaron muestras de lo mismo: verdad y entrega.
Al final de la corrida el espectáculo ecuestre de los caballos Domecq fue el cierre perfecto a un evento que vino a sentar un agradable antecedente, y a reafirmar lo que durante tantos años se ha venido insistiendo en la necesidad de posicionar la corrida de rejones en México como algo que gusta a mucha gente y atrae público nuevo a los tendidos.
Ficha Ciudad de México.- Segunda corrida de la temporada. De rejones. Un tercio de entrada (unas 14 mil personas), en tarde fresca, con algunas ráfagas de viento a partir del 4o. Toros de
La Estancia, bien presentados, de juego variado, de los que destacaron 3o. y 4o. por su calidad. Pesos: 550, 560, 485, 503, 565 y 520 kilos.
Jorge Hernández Gárate, que sustituía a
Andy Cartagena: Vuelta y silencio.
Emiliano Gamero: Vuelta en su lote..
Fauro Aloi: Vuelta en su lote. Incidencias: Los
Forcados Amadores de México realizaron varias buenas pegas, la mayoría al primer intento y dieron vueltas al ruedo. Antes del paseíllo salieron el ruedo los caballos Domecq para dar un espectáculo ecuestre que tuvo una duración de 25 minutos. Y al terminar el festejo se llevó acabo la segunda parte. Y después del paseíllo se rindió un minuto de aplausos a la memoria del banderillero
Beto Preciado Meléndez, y del ganadero
José Roberto Gómez, fallecidos el lunes pasado. Salieron como sobresalientes los matadores
Paulo Campero y
Pepe Medina, pero no intervinieron en quites.