La exitosa corrida de rejones celebrada en la Plaza México el domingo pasado, deja varias reflexiones dignas de ser tomadas en cuenta para un futuro inmediato. Por principio de cuentas, reconocer que los festejos de rejones sí interesan y atraen a otro tipo de público. Y resulta evidente que, conforme los rejoneadores mexicanos se han profesionalizado, los estándares de calidad del espectáculo cada vez son mayores.
Sólo hay que seguir promoviendo este mensaje con una publicidad adecuada, acorde a la importancia de estos eventos, así como su vínculo con el mundo del caballo, y programar un número más nutrido de corridas de rejones en el país, con o sin la presencia de rejoneadores extranjeros, para que la iniciativa se consolide.
El formato clásico de este tipo de festejos es en tercia, y no en un mano a mano de cuatro toros, como en un principio se pretendía organizar. Así que fue muy significativo que esta corrida se haya llevado a cabo con la categoría que exige la formalidad y también una plaza como La México.
El origen del toreo se remonta a su etapa caballeresca y esta modalidad de la tauromaquia es muy representativa, sobre todo en un territorio como México donde el caballo goza de prestigio entre un amplio sector de la población, en aquellas regiones rurales donde tener uno es sinónimo de prosperidad.
Otra de las lecturas que arrojó el evento de La México es que, cuando haya participación de forcados en una corrida de rejones, no todos los toros son susceptibles de ser pegados, ya que insistir en más de dos intentos de pega suele ir en detrimento del posible triunfo de los rejoneadores.
Hay que reconocer que el gran esfuerzo realizado por el toro en la última parte de su lidia, delante de los forcados, supone una merma de fuerza considerable que, posteriormente, muchas veces impide al caballista consumar la suerte de matar con una mayor colaboración por parte del toro.
Por otra parte, cabe recordar que se llaman corridas de rejones y no "de forcados" y que el papel de éstos debe estar supeditado a lo que manden los protagonistas directos del espectáculo, que en este caso son los matadores de toros a caballo.
En lo tocante a los rejoneadores, también sería prudente que eviten dar vueltas al ruedo que no sean merecidas, con la excusa de acompañar a un forcado aclamado por la gente, ya que eso no es ético y no habla bien de la autocrítica que siempre debe imperar en una profesión que suele hacer gala de dignidad y valores.
Al margen de estas consideraciones, lo verdaderamente trascendente es que ahí está la prueba de que la capital del país vive un grato momento de efervescencia taurina que la empresa no debería desaprovechar, además de la conveniencia de pensar, definitivamente, en la urgencia de cambiar el formato de las temporadas, tanto de corridas como de novilladas. Y el paso al frente ya está dado.