El compromiso que el colombiano Ricardo Rivera traía consigo era grande: regresar a la plaza que lo catapultó de un inminente retiro hasta una alternativa de tronío, además de cortar dos orejas de peso la temporada anterior. Parecía que no, pero logró salir avante.
Aunque sólo cortó la oreja de su segundo, bien pudo hablarse de un clamoroso triunfo, que no llegó por un cúmulo de situaciones tan intangibles como los sentimientos mismos.
Al bravo y emotivo tercero, de San Isidro, le hizo una faena que rompió más para los adentros del torero que para el público, aunque bien se percató del torbellino interior que envolvía al colombiano.
Con ese bravo astado, inició dubitativo, quizá falta de verle la cara al toro, tal vez algo íntimo que solo Ricardo pueda explicarse a sí mismo. Al segundo lance, pegado a tablas se cruzó en el viaje del toro y lo que pudo ser un dramático instante quedó en un estrellón contra la barrera; enrabietado, lanceó a la verónica con más determinación que parcimonia.
El toro llegó con motor a la muleta, había que poderle, aguantarle y llevarlo tan largo como el propio astado exigía. La faena tuvo un tenor que aunque alto, no llegó a tener el clímax que se hubiera esperado. Sin embargo, algo se desató en Rivera y tras una ajustada serie rompió en llanto.
Las series siguientes tuvieron ligazón, buen gusto, sentimiento, pero aún así el cuadro no tenía remate suficiente, sobre todo porque el de San Isidro iba a más. Se le veía a gusto, disfrutando lo que hacía, un toreo para sus adentros y nada más.
Malogró su labor con la espada y la gente le llamó a dar la vuelta con mucha fuerza, mientras que al de San Isidro le aplaudieron lo que fue o pudo haber sido, en el arrastre lento.
La oreja del sexto fue por una faena de otra textura, más de cabeza y fibra, aprovechando las embestidas con calidad que ofreció el pupilo de los ganaderos Guerra y que para ellos cerró una tarde por demás buena. Tuvo momentos de calidad y determinación que al final fueron suficientes para tocar pelo. Sin duda salvó su tarde.
Aldo Orozco no cortó orejas porque sencillamente no encontró el camino de la espada. La actuación del tapatío puede resumirse en dos cosas: actitud y sitio, que demostró en sus dos sólidas intervenciones.
Al primero, un voluntarioso, pero débil toro de Pablo Moreno le hizo una faena con mimo, temple para no violentar al astado, además de lograr una conexión inmediata con el público que más que celebrarle, le reconoció el esfuerzo.
Al segundo un toro que aunque bueno terminó yéndose a menos también le hizo una faena con buen gusto, variada y sobre todo con fiel reflejo de la vocación reencontrada. Pudo haber salido con un mejor resultado estadístico, pero su actuación en conjunto puede decir más que un par de orejas.
Al Pana lo fueron a ver; le vieron, se rieron y le reconocieron. El Brujo de Apizaco tuvo una tarde de detalles más vistosos entre pase y pase, con un diálogo abierto entre él y la galería.
A sus dos toros, buenos en términos generales, pero que tal vez no cumplieron los requisitos para que “El Pana” destapara el tarro, les pegó muletazos aislados, pero con el empaque que sólo él tiene. La gente le aplaudió y le increpó, pero todo con buen ánimo, sabedores que en este torero se agolpan los duendes de vez en vez y ahora, no llegaron.
En tarde agradable, ante poco menos de media plaza, se lidiaron 5 toros de San Isidro, bien presentados y buen estilo en la embestida, sobresaliendo el 3o., bravo y emotivo que recibió arrastre lento, mientras que el 4o. fue aplaudido en el arrastre. Y uno de Pablo Moreno (2o.), con clase, pero débil. Pesos: 475, 495, 470, 530, 515 y 510 kilos. El Pana (melocotón y plata): Ovación y pitos. Aldo Orozco (obispo y oro): Ovación tras aviso y palmas tras aviso. Ricardo Rivera (blanco y plata): Vuelta tras aviso y oreja. Saludaron en banderillas Fermín Quiroz y Raúl Aguilar "El Chiquis" tras parear al 5o., y con el capote destacó Diego Bricio.