A diferencia del eufórico triunfo de la corrida de ayer, hoy vivimos una emoción distinta… la del toreo con misticismo; la de la entrega a prueba de fuego y, también, la de la cadencia, la suavidad y el ritmo. Y todo ello fue protagonizado, en ese orden, por tres señores toreros: Antonio Ferrera, Fabián Barba y Sergio Flores, que dieron una tarde de toros muy torera por diversas razones.
Entre esta amalgama de torería brilló la faena que hizo Ferrera al cuarto toro, de nombre "Romántico", al que toreó con una espiritualidad que maravilló a la gente, y durante un par de veces le gritaron "¡torero, torero!", algo que, para alguien que nunca había toreado en Aguascalientes, debió saberle a gloria bendita.
Pero eso fue porque Antonio se abandonó a su creativa inspiración, y aprovechó la nobleza del toro de Begoña para cuajarlo a placer en una faena orgásmica, de las que dejan una profunda huella. Y fue a partir de que dejó clavado el ayudado en la arena formó un lío con la muleta en la mano derecha, antes de hacer el toreo sobrenatural, por su relajamiento de planta, por su desmayo. Todo un lujo.
Ya desde que mandó callar a la banda de música en los primeros minutos del trasteo, fue como una premonición de que la música se iba a escuchar más tarde; sí, pero la música callada del toreo -que decía José Bergamín-, la del olé rotundo y sonoro que nace de las entrañas. Ése fue el acompañamiento de esta obra de arte que caló muy hondo en el ánimo del público.
Porque la largueza y el temple de sus muletazos cimbraron la Monumental, y a cada palmo del trasteo la gente se entusiasmaba más y más, así que el final, cuando se perfiló a matar, el torero ya se había desfondado y pinchó. Y fue lo de menos. Lo que dejó Ferrera en el corazón del público fue su sinceridad y una forma de interpretar el toreo que le abrirá las puertas de México. Al tiempo.
Como siempre, Fabián Barba demostró que necesita que le den más oportunidades, y hoy no quedó mal; al contrario, dejó entrever su profesionalidad y una raza de torero macho.
La oreja que le tumbó al primer toro de su lote fue a base de inteligencia y madurez, pues construyó una faena muy sólida e interesante que, si acaso, tuvo la pequeña mácula de haber dejado desprendida la espada a la hora de entrar a matar.
Y después del alboroto que formó Ferrera, el torero de casa se puso de rodillas en los medios para dar un par de limpias largas cambiadas al quinto, que instantes después le echó mano de fea manera y le dio un golpazo tremendo en el pecho y la parte baja de la espalda.
Sin importar el dolor físico, Barba se creció ante esta adversa situación y dio la cara con hombría ante el único toro complicado de un encierro que tuvo un alto grado de toreablidad. Un tanto lívido y muy maltrecho, agudizó la vista frente a ese toro, que rebañaba con rapidez buscando las pantorrillas del torero, que por fortuna nunca encontró. Con un toreo por la cara, y varios adornos, abrochó su faena con la dignidad que le caracteriza y se marchó por su propio pie a la enfermería. El deber estaba cumplido.
En medio de la inspiración de Ferrera y la honradez de Barba, brilló especialmente la cadencia de Sergio Flores, que al primer toro de su lote le hizo una faena preciosa, repleta de suavidad y ritmo, con un pasmoso temple lento, ante un toro de mucha clase, que fue a más a cada tramo del sentido trasteo que le hizo el tlaxcalteca.
Así vinieron los redondos, señeros, por suaves y artísticos, con el olé de la gente en el graderío, disfrutando a un torero que va al alza, y no se ve quién pueda pararlo. La larga agonía del toro impidió que le concedieran dos orejas, pero una vez eso pasaba a un segundo plano. Porque lo que queda es el toreo, sin adjetivos.
El sexto no fue fácil, exigía poder en la muleta, y tuvo un momento que humilló y se desplazó con transmisión. Hubo pases recios y mandones a cargo de Flores, que no consiguió elevar el tono de la faena porque el toro no terminó de entregarse, mientras a Ferrera le seguían pidiendo que regalara un sobrero.
Al final, al extremeño lo despidieron con una cariñosa y fuerte ovación, que bien hubiese valido hasta para arrancarse a dar una postrera vuelta al ruedo, síntoma del magnífico impacto que provocó en la gente.
A la salida de la plaza, todo mundo comentaba los hechos, feliz, ávida de volver a vibrar con el toreo como el que hizo el extremeño. La feria de San Marcos se fue a las nubes, y así recibirá el día grande de su patrono con la siguiente corrida programada el próximo miércoles.