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Desde el barrio: La zorra en el gallinero

Martes, 01 Mar 2016    Madrid, España    Paco Aguado | Opinión   
La columna de este martes
Una vez que José Tomás ha decidido volver a torear al este del Atlántico, ya no falta nadie en la ilusionante temporada que se nos avecina en 2016. Y es que jóvenes y veteranos, figuras y aspirantes a serlo, parece que van a competir este año como hacía tiempo que no se veía entre tanta y tan perniciosa calma chicha como ha dominado la fiesta en España durante la última década.

Pero la inquietante situación política que atraviesa el país hace que la alegría del aficionado no pueda ser completa. La animadversión manifiesta de Podemos y sus sucursales, el desnortado cinismo del PSOE y la cobarde indefinición de Ciudadanos ante la tauromaquia, están contribuyendo a crear el peor panorama legal que ha vivido este espectáculo en España desde las prohibiciones del absolutista Carlos IV, hace ya más de dos siglos.

A falta aún de que unos inoperantes pactos parlamentarios decidan el nuevo gobierno –y lo que te rondaré morena- los partidos de la mal entendida izquierda están enseñando sus garras al toreo a medida que van cogiendo poder en ayuntamientos y comunidades autónomas. Y especialmente allí donde el PSOE se ha puesto en manos de los sectarios radicales para desalojar al Partido Popular, lo que le supone aceptar sin rechistar las medidas zoofascistas de estos nuevos políticos de la revancha y el guerracivilismo.

Poco a poco, sin que nadie haya intentado evitarlo, es así como hemos dejado entrar a la zorra antitaurina en el gallinero del toreo, que es exactamente lo que acaba de suceder en la mismísima Andalucía, el que siempre se ha creído, aunque los hechos y los números no lo acaben de confirmar, uno de los bastiones de la tauromaquia en España.

El caso es que, por aquello de que tiene que haber representación de todos los partidos del Parlamento regional, al Consejo de Asuntos Taurinos de la Junta de Andalucía que gobierna el PSOE ha llegado, en representación de Podemos, un tal Rafael Alonso Luna, miembro de la asociación de veterinarios antitaurinos AVATMA, que debe creer que la gente del toro, además de bárbaros y sádicos, somos también gilipollas.

Porque este "concienciado" ciudadano se ha permitido hacer unas cuantas propuestas al Consejo, dice que con la intención de "mejorar la fiesta de los toros", pero que no acaban de ocultar, bajo su piel de cordero, las sesgadas y torticeras intenciones del lobo fascista que estos partidos llevan dentro.

Al tiempo que su compañeros podemitas de Sevilla pretenden cargarse –ilusos ellos el desbordante despliegue cultural y económico de la Semana Santa en la ciudad del Betis, queriendo imponer erróneamente el laicismo oficial a una población que vive esas cosas con la fuerza de una secular pasión pagana, este otro demagogo tiene la poca vergüenza de asegurar que las medidas que propone al Consejo Taurino serían para lograr un “mayor bienestar” no ya para los toros sino también para los profesionales y el público.

Y como si viniera a descubrirnos el fuego, considera que, además de sustituir la puntilla por la pistola de émbolo, de limitar el número de entradas a matar y de eliminar los festejos de aficionados prácticos con becerros, hay que multar a los picadores que barrenen y hacer unos análisis de astas y unos controles "antidoping" aleatorios a las reses lidiadas en las plazas andaluzas, para evitar "un fraude que se ve con mucha frecuencia y que es admitido por el propio espectáculo".

Evidentemente, este "bienintencionado" veterinario, que debe desconocer -o no- que ya existe un reglamento que prevé todas esas cuestiones, acaba de infiltrarse hasta la cocina, cual terrorista suicida de la yihad antitaurina, para intentar volar el propio espectáculo desde dentro a base de sembrar la sospecha política sobre esos turbios e imaginarios manejos de los que los animalistas llevan acusando falazmente al toreo desde hace décadas.

A ese nivel ha llegado ya la persecución al toreo, ante el que se abre en estos días el peor panorama posible, en tanto que ya está definitivamente en manos de unos políticos que lo han convertido en un simple objeto de cambio en su trucada partida de cartas. Desdeñada, marginada y perseguida, el futuro de la tauromaquia depende únicamente del sectarismo de una irreconocible izquierda que busca su abolición y de la cobardía de una derecha acomplejada que no la defiende. 

Sólo una respuesta contundente del pueblo que la sostiene –ya que el sector profesional se está mostrando claramente incapaz de reaccionar– puede evitar una deriva que, entre la demencia política del momento, puede llevarla a su total desaparición, como es la obsesión de estos falsos rojos en su afán de allanarle el camino a la globalización del pensamiento único.


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