Tauromaquia: Se reactivó el eje México-Madrid
Lunes, 30 Dic 2013
Puebla, Pue.
Horacio Reiba | Opinión
La columna de este lunes en La Jornada de Oriente
Se aproxima el final de 2013, el siglo XXI avanza y el mundo taurino tirita. En lo global, las cosas están empeorado para la fiesta. Pero para nuestro país fue, sin duda, un año esperanzador. Y no precisamente gracias al empresariado más malinchista de su historia, ni al periodismo especializado menos crítico y más servil, ni a los medios más alérgicos a la tauromaquia que jamás hubo en México. La culpa –o el honor, la responsabilidad– corresponde toda a nuestros toreros. Y no sólo los que cortaron orejas en Madrid, o, como Sergio Flores, vendieron tan caro allí mismo el dolor de la cornada. Porque aquí y allá, cada cual ha puesto de su parte. Sería de desear que muy conscientes de que tampoco en el país soplan vientos favorables a las corridas de toros, con las redes sociales desatadas en contra y los políticos más oportunistas y abyectos que nunca.
Primero Joselito y después los que usted guste
Un nombre hay, sin embargo, colocado por encima de todos los demás. En Madrid, su garra, su entrega y su torerismo apabullaron. Fue en la feria del arte y la cultura –prolongación de la de San Isidro– y por dos veces bordeó la puerta grande, que sólo su espada le cerró. Luego, durante el abono de otoño, la codiciada puerta la cambió por Joselito Adame por la de la enfermería sin una mínima duda de su parte, y con el mismo gesto decidido y optimista de quien se sabe camino de la gloria. Y eso que no cabe peor trato que el que el empresariado español le dispensó en el ínterin –el triunfador de la isidrada no estuvo en ninguna feria más, ni siquiera las de mediana importancia. Pero Joselito ha demostrado carácter y torería y fe como para superar los obstáculos que en lo sucesivo vayan surgiendo. Y, de vuelta al país, las seis orejas cortadas en sus dos presentaciones en la actual temporada grande lo avalan. Especialmente las dos de "Curioso", el toro que le devolvió a la afición de la capital el sabor y la emoción del toreo verdadero. El toreo de Joselito Adame, que termina el año en el hospital –porque la tremenda voltereta sufrida ese día afectó seriamente la fractura de tobillo de Madrid, de la que convalecía– pero, también y sobre todo, en la cúspide de la baraja taurina nacional. Ésa donde resaltan otros nombres dignos de atención y crédito.
Triunfar dentro y fuera de México
En realidad, el gran suceso de nuestra torería hay que ubicarlo en Madrid y los meses de mayo y junio. Abrió el fuego Diego Silveti (19 de mayo) al desorejar a un toro de Bohórquez bajo una granizada infernal. Continuó con la racha Arturo Saldívar, con un burraco noblón de El Ventorrillo, cuyas escasas energías exprimió con decisión, poder y temple para cobrar asimismo una oreja. Y llegó, con junio, el doble aldabonazo de Joselito a la puerta grande de Las Ventas, que lo consagraría ante la cátedra aunque no conmoviese al rácano empresariado ibero, que iba a confinar al circuito pueblerino, lejos de las ferias de tronío, a los cuatro mexicanos que con tan buena nota habían pasado la aduana venteña, incluido el tlaxcalteca Sergio Flores, que herido de gravedad permaneció en la arena hasta despachar al pajarraco de su confirmación.
Como nota excepcional hay que señalar un cartel con dos mexicanos en Las Ventas, el del 7 de junio de 2013, toros de Alcurrucén para El Cid, Joselito Adame y Juan Pablo Sánchez, de Aguascalientes los dos últimos; algo así no ocurría desde 1953, cuando Rafael Rodríguez y El Ranchero Aguilar (Aguascalientes y Tlaxcala vestidas de luces) partieron plaza al lado de Antonio Bienvenida para despachar un bien servido encierro de Joaquín Buendía (17-05-53). Hay que mencionar también la presencia testimonial de El Pana en un cartel de la feria de Cuenca (26-08-13), saldado con una vuelta al ruedo bajo el aplauso de un público receptivo y afable.
En el país
Mientras esto sucedía extrafronteras, aquí se la rifaban tarde a tarde los Arturo Macías, Uriel Moreno "El Zapata", Fermín Spínola, Zotoluco, José Mauricio (que inexplicablemente toreó muy poco) o, entre otros, Fermín Rivera, revelación de la temporada grande anterior. El ganado no siempre reúne –ni en los estados ni en la capital –los requisitos reglamentarios mínimos. Pero ese es un mal endémico en nuestra fiesta, sin más excepción que Guadalajara –a plaza más seria del continente americano. Es una mancha y, al mismo tiempo, un reto a futuro, pues la estética taurina tiene que ir unida a la ética para que la verdad del toreo brille.
Y eso, tan necesario en el momento presente, debiera ser asumido a la voz de ya por la joven e impetuosa generación a que nos venimos refiriendo, que si por algo se distingue es por su hambre de ser y su pundonor profesional. Pero no deben olvidar que sin toro no hay fiesta, y si la gente remarca esa carencia con su ausencia –tendencia que lleva ya tiempo en marcha–, ni falta harán abolicionistas y detractores para darle puntilla a la tauromaquia en México, de antemano lastrada por una versión falseada y decadente de sí misma.
Ganadería
Las temporadas de los últimos lustros en la capital han puesto de relieve el otro punto negro de nuestra fiesta. O sea que en 2013, el post-toro de lidia mexicano no se movió de donde estaba: en la pasividad, la ausencia de poder, la falta de fiereza. Alguna excepción sólo confirma la regla. Y sin embargo persiste la duda sobre lo que podría pasar si se recurriera a ciertas ganaderías con años sin figurar en la agenda de las empresas y las figuras que mandan. Sobre todo después de ver a esos dos toros de Barralva –"Curioso" y "Farolero": correoso uno y alegremente noble el otro–, y de palpar el clima que impusieron en la gran cazuela durante sus emotivas lidias. Que hayan venido precisamente a la corrida de los tres mexicanos –Joselito, Saldívar y Silveti– es otro dato revelador. Porque son estos toreros –y su eventual demanda de hierros y toros comprometidos con la autenticidad– los depositarios de nuestra esperanza en el futuro.
Tendría, desde luego, que lucharse contra las inercias de comodidad heredadas y el malinchismo de las empresas, tan solícitas siempre con las figuras extranjeras, que por nada de este mundo aceptarían condicionar su anual cosecha de dólares a contingencias derivadas de tener que vérselas con la presencia, la esencia y la potencia del auténtico y añorado toro de lidia.
España, en su año más complicado
Lo que la temporada española 2013 fue queda ejemplificado por el pleito decembrino entre los cinco ases –Morante, El Juli, Manzanares, Perera y Talavante– y la inamovible empresa sevillana de los Canorea, que les había lanzado un fallido llamado al orden consistente en exigir que rebajasen sus emolumentos, desatando la furia de los mencionados.
Subyace al tema un desastre económico reflejado en la taquilla y en una drástica reducción de festejos a lo largo del año, reflejo de la ya larga crisis que vive España. Ni las ferias de mayor alcurnia se libraron de enormes claros en los tendidos, ni triunfos puntuales de cierta importancia sirvieron para aminorar el efecto de pérdida que la fiesta europea experimentó, salvo en Francia, cuya tauromaquia marcha viento en popa, pese a su dependencia de toros y toreros españoles.
Tan negativo fue 2013 en la península que la temporada llegó a su fin sin esas tardes y faenas de referencia que sirven para entibiar la vigilia invernal del aficionado y avivar el fuego de la temporada siguiente. Las figuras simplemente mantuvieron su status, con más sombras que luces. Y apenas hubo noticia de diestros de segunda fila invasores inesperados de la primera, algo que cada año le pone sal al guiso y que en 2013 se redujo a algunos éxitos aislados como el de Manuel Escribano con una gran corrida de Miura en Sevilla, Antonio Nazaré el día que cayó herido El Juli, en la propia Maestranza, o del salmantino Juan del Álamo en Madrid. Con decir que la mejor faena del año vino a realizarla, en la feria de otoño, el veterano El Cid está dicho todo. Fue con "Verbenero", de Victoriano del Río, al que bordó con la zurda y no le cortó las orejas porque se cansó de pinchar (04-10-13).
Admirable el esfuerzo el de Iván Fandiño, que no dudó en ofrendar su sangre con tal de mantener en alto su cartel de torero recio y cabal, y el de Antonio Ferrera, que por fin entró en Madrid gracias a la madurez de una tauromaquia pletórica, que no rehuye hierros ni compromisos duros.
Españoles en México
Se está viviendo en la república un fenómeno que parece nuevo pero no lo es: el de figuras españolas haciendo largas campañas invernales por plazas de los estados, adobadas, naturalmente, con declaraciones laudatorias al público y la tradición taurina de México. Es justamente lo que hacían sus paisanos hasta antes de la última década del siglo XX, cuando Enrique Ponce encabezó la moda de limitar sus presentaciones a la capital, e incluso, en el caso del valenciano, al puro 5 de febrero, el cartel más lucrativo del año mientras no se le declaró día laborable. Sus lazos con la empresa Alemán-Herrerías permitían al de Chiva compartir las pingües utilidades de tal fecha. Para los demás quedaba cuando mucho, Guadalajara, plaza difícil, y Aguascalientes, plaza marcadamente triunfalista, hasta el punto de banalizar, con lo bajo de su rasero, los triunfos más apoteósicos.
Pero esta vez ha sido distinto: El Juli presentó en rueda de prensa un proyecto de campaña que supera los 20 festejos; Morante hasta decidió que lo apodere Espectáculos Taurinos de México que controla los cosos más importantes del interior; Talavante torea incluso vestido de charro, y Padilla llena los tendidos de parches y banderas piratas y públicos entusiastas. Agreguemos, en tributo a la objetividad, que ni las taquillas se han movido lo que se esperaba ni los importados están dejando mucha huella: Morante va de desastre en desastre, El Juli se pasó ocho o diez fechas sin tocar pelo, y Talavante pasa por horas bajas, pese a algunos triunfos puntuales en el "Nuevo Progreso" y la "Lorenzo Garza" de Monterrey. También anduvo por aquí, sin tocar la capital, Iván Fandiño, cuyo serio concepto casa mal con el devaluado medio toro. A José Manzanares y Sebastián Castella simplemente no les interesó sumarse a la caravana, aunque sí al francés Juan Bautista, que indultó en Monterrey y estuvo muy bien con los de Coyotepec el día de Navidad, en Apizaco.
Queda por establecer si esta súbita urgencia de los ases hispanos por torear repetidamente en México responde a un repentino redescubrimiento de la importancia taurina de nuestro país, o más bien obedece a la reducción de sus ingresos en Europa –su campo natural de acción en las últimas décadas– y la paralela decadencia de las ferias sudamericanas, enclaves coloniales bajo control español y escenario ideal para hacer la América, hasta que los puso en jaque la actual avalancha combinada de sociedades animalistas y gobiernos “progresistas” en la región.
¿Y El Relicario…?
Para 2014 continúa abierta una interrogante que nadie sabe cuándo ni cómo se cerrará. Nos interesa y atañe porque el pequeño coso poblano nos hizo saborear buena tauromaquia, en cantidad y calidad, durante al menos 15 de sus 25 años de existencia. Era tradicional la corrida de Año Nuevo, y hoy sólo reinan allí la incertidumbre y el silencio.
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