Tauromaquia: Temporada Grande
Lunes, 28 Oct 2013
Puebla, Pue.
Horacio Reiba | Opinión
La columna de este lunes en La Jornada de Oriente
Para el aficionado mexicano, la temporada grande capitalina representa cada otoño nada menos que el renacer de sus ilusiones. Venida a menos la fiesta por los cuatro puntos cardinales de la república, la serie de corridas que, con todos los bemoles que se quiera, anuncia año con año la Plaza México sobrevive como el núcleo duro, la última trinchera. Menos rigurosa que Guadalajara pero más seria que Aguascalientes, los otros dos reductos nacionales a tomar en cuenta.
Son razones lo suficientemente fuertes para exigir que la temporada que empezó ayer sepa estar a la altura de las expectativas, lo cual depende tanto de los diestros que partan plaza como de que empresa, ganaderos y autoridades asuman el compromiso que asimismo les atañe. Sin eludirlo con triquiñuelas de baja ley, encierros aparentes pero inservibles ni condescendencias inadmisibles al margen de la legalidad.
Se trata, pues, de que cada quien cumpla responsablemente con el papel que le corresponde. No es mucho pedir, pero habrá que recordárselos a los aludidos con peras y manzanas, pues probado está que cumplir mínimamente sus compromisos, a algunos se les volvió tesis de postgrado.
Los toreros
Ser matador de toros no es cualquier cosa. Ser un subalterno cabal, tampoco. Se requiere vocación, ética, torería. Para entender y dominar al toro, seducir al público y mantener un compromiso genuino con el arte. Y no hablamos de valor, pues éste se sobreentiende: el que no lo tenga o sea incapaz de vencer la desidia, que busque actividades más acordes con su naturaleza. Una vez echadas las cartas, ni un paso atrás.
El elenco anunciado para los doce primeros carteles tiene de todo: primeras figuras, jóvenes promesas, rescates entre interrogaciones y algo de paja que pudo y debió evitarse. Lo de todos los años, vaya. Pero las esperanzas de la afición descansan, básicamente, en el arte maravilloso de Morante, la pletórica madurez de El Juli y Miguel Ángel Perera, la original tauromaquia de Alejandro Talavante, la veteranía de Zotoluco, la versatilidad de El Zapata, el espectáculo del valor que monta Juan José Padilla. Y, muy especialmente, el ímpetu que deben traer en su corazón y sus toreras espuertas Joselito Adame, Diego Silveti y Arturo Saldívar, triunfadores de la México el pasado invierno, triunfadores de España en este 2013 hasta donde las circunstancias y las empresas se los permitieron, y, por lo mismo, responsables directos de que la fiesta nacional mantenga vigor y vigencia a estas alturas de la globalización y el siglo que tan duro embisten, devoradores insaciables ambos de tradiciones y formas de vida que estamos obligados a defender en la medida en que las sentimos tan nuestras, valiosas y entrañables. Con un amor difícil de explicar y tal vez por eso más profundo.
En distintos planos pero con responsabilidades semejantes están muchachos como Juan Pablo Sánchez y Sergio Flores, que empiezan a destacarse y deben confirmarlo sin dejar sitio a la duda, u hombres ya hechos, urgidos de definir su ser o no ser –pienso en los Macías, Garibay, Spínola, Jerónimo y alguno más, apremiados ya por el tiempo que llevan en la profesión y en la vida. En distinta situación se encuentra Juan Luís Silis, que ha avivado el deseo de verlo, y a punto de caramelo los dos a mi entender mejor dotados para trazar un toreo hondo y bellamente personal. Pero aún éstos –José Mauricio y Fermín Rivera– están obligados a arrear, si no quieren quedarse a medio camino.
¿Compartirán este sentir todos los diestros que en los sucesivos domingos –e inclusive algún lunes– veremos desfilar por Insurgentes? Veremos y diremos.
Subalternos de a pie y de a caballo
Imposible concebir la lidia sin el apoyo de una cuadrilla competente. Que debe empezar por ser eso, una unidad funcional a las órdenes del matador, perfectamente capacitada para ejecutarlas. Hay actualmente en España una revaloración del subalterno como el engrane fundamental que nunca debió dejar de ser.
Cuadrillas como las de José María Manzanares o Javier Castaño son, en sí mismas, un espectáculo de arte, valor y coordinación de gran belleza y contenido. Aquí, en México, hemos tenido también magníficos subalternos en ambas categorías.
Hablando de peones y banderilleros, del pasado relativamente reciente brotan enseguida nombres como los de Beto Preciado, Alfredo Acosta, Felipe González, El Chatito de Acámbaro, y entre los plenamente vigentes Cristhian Sánchez. Y ni hablar de la gente de a caballo, un dominio en el que los picadores mexicanos han rebasado a menudo la excelencia, con ejemplos como Efrén Acosta Baray, Nacho Carmona, Sixto Vázquez, Graciano González "Chano" –y conste que me he limitado a nombrar a los que pusieron repetidamente en pie al público de Madrid–, por no hablar de dinastías tan extensas como ilustres: los González Carmona, los Martínez de la Flor, los Zacatecas, Baranas, Campos, Conejos, o lanceros tan formidables como Felipe Mota, El Güero Guadalupe, Abraham Juárez "Lindbegh", El Corto, Humberto San Vicente… interminable lista, como lo sería también la de la gente que hizo del toreo auxiliar con capa y banderillas un arte y un oficio dignos de saborear (Pepe López, Pascual Bueno, Gómez Blanco, Vicente Cárdenas, el Güero Merino, Fernando López, Rafael Osorno, El Flaco Valencia, la Gripa Pedroza, Pepe-Hillo, el talismán Felipe González, Jesús Meléndez y tantos más).
Una cosa es cierta: en el México actual resulta más difícil que nunca conjuntar en una cuadrilla a los herederos de esa historia de ancha y acreditada valía. La escasez de festejos hace que los mejores vayan “sueltos”, y los que tienen influencias en el sindicato sean los que más fechas logran sumar, independientemente de méritos, aptitudes y facultades. Si alguien piensa que la labor subalterna es asunto menor, y de importancia secundaria contar con una buena cuadrilla, que pregunte a quienes alcanzaron a integrar una propia –tal vez entre los últimos estén Zotoluco, Eloy Cavazos y Jorge Gutiérrez. Pero, sobre todo, que hurguen en el pasado: darán con equipos toreros tan asombrosos como aquellos en que basaron sus mejores campañas mexicanas y españolas Fermín Espinosa "Armillita" (sus hermanos Juan y Zenaido, que con Rolleri a pie y Barana a caballo hicieron historia aquí y allá) o Carlos Arruza (Javier Cerrillo y Ricardo "Chico Pollo" Aguilar a pie, y El Tarzán Alvírez sobre la silla de montar).
La cuadrilla: un tema tan eludido como fundamental.
Los toros
Asunto peliagudo si los hay. Porque las evidencias recientes ayudan poco y porque los antecedentes de criadores, veedores y autoridades durante la gestión de los Alemán-Herrerías lo terminan de embrollar. Si el toro debe empezar por serlo –edad e integridad reglamentarias–, parecerlo –el trapío, asignatura a menudo pendiente– y acreditarlo con su comportamiento –casta, poder, arboladura y, con ello, la inminente sensación de riesgo sin la cual la tauromaquia pierde sentido. Habrá, pues, que estar muy pendientes de todo esto, que tantas señales de agotamiento ha dado en los últimos tiempos. Hasta el punto de obligarme a hablar y escribir sobre un post-toro de lidía mexicano –bofo, débil y soso– y como consecuencia inevitable de la extraña modalidad del post toreo –interminablemente porfión e incompleto– a que semejante ganado da lugar. Independientemente de la calidad del ejercicio taurino que al encontrarse sobre la arena tales elementos propicien, tengo claro que por mucho que conciten a veces mi aplauso más rendido, no consiguen alterar el ritmo de mis pulsaciones. Alguien dirá que esto es pura subjetividad y por tanto no importa. Lo malo es la extendida indiferencia que propician cuando se le mide en términos del interés o desinterés público y por la fiesta, traducido en entradas tan pobres como las que vienen registrándose en los últimos años.
Evidentemente, por ese camino estamos llevando a la fiesta a barbear las tablas, lista para la puntilla representada por el vaciamiento de los tendidos y el abandono de los medios.
Como, en realidad, ambos fenómenos se han iniciado ya, queda invitar a los responsables para que hagan un examen de conciencia. O se resignen a lo que venga, que podría ser peor.
La suerte de varas
De siempre, fue la piedra de toque de la bravura. Este principio se ha malinterpretado últimamente en ciertas plazas españolas y francesas, donde está de moda solicitar que el matador ponga al toro lejos del caballo para comprobar y saborear su acometividad. Sólo que por ese camino están acortando también las posibilidades de faena en una especie de vuelta al pasado que podrá resultar atractiva para los muy aficionados, pero le dice poco al público emergente y no parece vaya a aumentar el gusto popular por la fiesta.
Más me preocupa el caso de México, donde viene sucediendo justamente lo contrario: puyazo único y al relance, y a veces ni eso: dada la debilidad del astado, al piquero le basta con señalar y levantar la puya. Tácita confirmación de que lo que está en el ruedo es un toro de pacotilla, y lo que se haga con él un simulacro de lidia, de mérito muy relativo. El post toreo.
Hay soluciones
Así las cosas, habrá que ponerse drásticos: que se rechace sin miramientos cuanto encierro no reúna los requisitos de reglamento –responsabilidad de la autoridad–; ganaderías de pura fachada, sin casta ni bravura dentro, que no regresen a la México hasta volver a acreditar los atributos del toro auténtico –tarea cargo de la empresa, que debe apoyar la crítica sana. Si estas normas se siguen, podrá comprobarse que aún queda sangre brava en el campo mexicano.
Todo es cuestión de decidirse. Que aflore eso que llaman en otros ámbitos voluntad política.
Suerte para todos
La temporada está aquí, ¿qué podemos esperar de ella? Hay que abrir una ventana a la esperanza. Sabemos que los toreros van a arrimarse, pero habrá que exigirles que lo hagan a toros de verdad. Y esperemos que la empresa recapacite, la autoridad haga respetar el reglamento –consciente de que es su deber velar por la integridad de una tradición noble y ancestral– y que los demás actores y factores de la tauromaquia –crítica y medios incluidos– cumplan dignamente sus respectivos papeles.
Y que los astros entren en favorable conjunción y haya mucha suerte para todos.
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