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El mágico temple de Fermín Rivera (video)

Domingo, 06 Ene 2013    México, D.F.    Juan Antonio de Labra | Foto: Sergio Hidalgo            
El torero potosino cuajó una faena de una gran suavidad
Casi como un susurro en el oído, se escuchaba el nombre de Fermín Rivera en la lejanía de las plazas de provincia, hasta que hoy ha vuelto a dar otro campanazo en La México. Y así, calladito, pero con mucha profesionalidad y consistencia, el nieto de aquel famoso espada del mismo nombre, hoy consiguió un sueño largamente acariciado: cuajar un toro a placer en este coso y salir a hombros por esa puerta grande que sus antepasados atravesaron muchas tardes de gloria.

Lástima de la entrada que había en la plaza –muy pobre, como suele ser ya una costumbre en estas fechas–, porque este es un torero de cartel de tronío, al lado de las figuras ultramarinas, donde seguramente su temple será el mejor deleite para la afición capitalina y no sólo una pequeña muestra que hoy paladeó el toreo del potosino.

La mayor virtud de la faena de Fermín al tercer toro de San Mateo fue su capacidad para obligarlo a embestir, sin ahogarlo, dándole su tiempo, y tirando del ejemplar con una sedosa muleta en un trasteo que fue de menos a más hasta obligar al público a ponerse en pie, ya cuando el regusto por torear había calado muy hondo en el tendido.

Porque era fácil derribar a aquel ejemplar que había acusado debilidad de manos prácticamente desde antes de ser picado. Pudo más la paciencia del espigado diestro, su colocación precisa, y la calidad de su toreo lo que terminó por embelesar al sanmateíno en los vuelos del engaño.

Y así toreó casi en cámara lenta por redondos y naturales, vertical, con el compás ligeramente abierto, y el sentimiento a flor de piel. Las series se sucedieron unas a otras con el torero anclado sobre la arena, sintiendo todo cuanto hacía, en muletazos interminables en los que el toro mostró un magnífico estilo. ¿Qué hubiera sido de esta obra si el de San Mateo hubiese aportado un punto más de transmisión y fuerza?

Al margen de esta pregunta, cabe resaltar que Fermín es un torero de temple mágico al que le viene bien que un torero embista despacio, porque fue de esta manera como se compenetró con el toro y su toreo cobró una importancia mayúscula.

Los adornos de la faena tuvieron el mismo ritmo y lentitud, pues Fermín se llevó al toro serenamente, andándole, toreando con desdenes y armando otra vez la muleta en la derecha para ejecutar pases de la firma a pies juntos, en un precioso epílogo.

Sabedor de que en la punta de la espada tenía el triunfo, se fue derecho detrás de la espada y colocó una magnífica estocada que hizo rodar al toro sin puntilla. Y el público estalló en júbilo al ver que aquella singular faena había sido coronada con una estocada a la altura de las circunstancias.

El sexto ya no aportó nada a la corrida, ya que embestía de manera descompuesta y sin la más mínima entrega, motivo por el que Fermín se concretó a lidiarlo con aseo. Mató de una estocada tendida y traserilla, así com un golpe de descabella, y pocos minutos después fue izado a hombros y se fue en volandas, emocionado al máximo, con la alegría del triunfo en el corazón. No hay que perderlo de vista.

El Capea estuvo digno toda la tarde, y la oreja que cortó al primer toro de su lote no fue obra de la casualidad, sino de la faena poderosa y valiente que le hizo al de San Mateo con más importancia de una corrida que quedó a deber.

A base de confianza, el salmantino apostó y tiró la moneda al aire para jugársela en un trasteo recio en el que se sobrepuso al viento y a las primeras embestidas, poderosas del toro, para terminar sometiéndolo.

Despatarrado y expresivo, Capea ligó redondos en un palmo de terreno, llevando largo al toro y reponiéndose con tino en cada uno muletazos que tuvieron gran mérito porque consiguió desengañar al toro con mucha claridad de ideas. Quizá la faena hubiese tenido más fondo si el viento no hubiera soplado.

La estocada que recetó al sanmateíno fue aceptable, y una minoría pidió la oreja que fue concedida no sin las consiguientes protestas de un sector del público que no estuvo de acuerdo con esta rapidez y manga ancha con la que en esta temporada, en concreto, se han entregado determinados trofeos.

El quinto no dio opciones y Capea se lo quitó de enfrente con decoro, en una actuación marcada por el profesionalismo y la entrega.

Christian Ortega tuvo la mala suerte de llevarse un lote infumable, compuesto por dos toros que pedían el carné. El capitalino estuvo esforzado y hasta se animó a banderillear con  más entusiasmo que lucimiento. Sin embargo, la gente terminó poniéndose de parte del cuarto, un toro grande, de pitones negros, y fuera de tipo, que acabó embistiendo con mucha sosería y peligro sordo, y le pitaron injustamente.

La faena al que abrió plaza, que era uno de los más armoniosos de hechuras, fue breve y centrada, lo que le valió retirarse en medio de algunas palmas tras haber colocado una habilidosa estocada al encuentro que cayó un tanto baja.

Ficha
México, D.F. Plaza México. Decimosegunda corrida de la Temporada Grande. Menos de un cuarto de entrada (unas 5 mil 500 personas) en tarde nublada y fresca, con amenaza de lluvia y algunas ráfagas de viento. Toros de San Mateo, bien presentados, de poco juego en su conjunto, con excepción del 2o. que tuvo transmisión y el 3o., que fue muy noble. Otros, como 1o. y 4o. sacaron genio, mientras que 5o. y 6o. fueron deslucidos. Pesos: 500, 508, 507, 538, 533 y 528 kilos. Christian Ortega (berenjena y oro): Palmas y pitos tras aviso. Pedro Gutiérrez "El Capea" (carmín y oro): Oreja con algunas protestas y silencio. Fermín Rivera (azul pavo y oro): Dos orejas y palmas. Incidencias: Destacaron en varas Juan Miranda y Luis Miguel González; Diego Bricio bregó con arrojo al 2o., mientras que Alejandro Prado estuvo fácil y dispuesto con las banderillas.

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