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Semblanza: Mariano, un virtuoso de la lidia

Viernes, 05 Oct 2012    México, D.F.    Juan Antonio de Labra | Foto: Archivo   
Uno de los toreros más poderosos de la tauromaquia mexicana
Mariano Ramos Narváez nació el 26 de octubre de 1952 en la Ciudad de México, y se crió en el barrio de La Viga, donde se hizo charro antes que torero, de ahí que durante toda su carrera se le conociera como el torero-charro de La Viga, apodo que reflejaba a la perfección esta dualidad de dos aficiones que tanto le apasionaron en su vida: la charrería y el toreo.

Desde su infancia estuvo vincluado al ganado, debido a que su padre, don Rafael Ramos, era un charro consumado. Y sus hermanos mayores, RafaelPepe, que es veterinario, y también porque la charrería era algo consustancial a su existencia. De tal forma que no fue complicado verlo ponerse delante de becerros y becerras, o toros criollos y cebúes, para dar rienda suelta a su afición taurina que, andando el tiempo, tomó forma con su debut vestido de luces.

Mariano se presentó como novillero a finales de los sesentas, y tras sumar algunos pocos festejos formales, pero ya con una sólida experiencia a cuestas, hizo su primer paseíllo como novillero en la Plaza México el domingo 18 de julio de 1971, donde actuó al lado de Arturo Magaña y Mauricio Lavat, en la lidia de ejemplares de la Viuda de Fernández. Tras la muerte del primer novillo, de nombre "Pollito", dio una vuelta al ruedo; y al sexto, llamado "Auditor", le cortó uan oreja.

En el coso de Insurgentes toreó hasta ocho novilladas en aquella Temporada Chica, con el corte de varias orejas, y fue así como, en poco tiempo, se ganó una alternativa de categoría en la plaza "Revolución" de Irapuato, la tarde del 20 de noviembre de 1971. Su padrino fue Manolo Martínez, que ya era una figura consagrada, y el testigo, Francisco Rivera "Paquirri", con toros de Santacilia.

Mariano siempre demostró una gran facilidad para comprender las reacciones de los toros y desarrolló un oficio natural, fundamentado en el poder de la técnica. Su amplia claridad de ideas, el conocimiento de los terrenos y las distancias, así como su sólido valor, fueron los argumentos que caracterizaron a su tauromaquia hasta llevarlo a ser un virtuoso de la lidia.

El 5 de diciembre de 1971 confirmó su doctorado en La México, de manos de su padrino de alternativa: Manolo Martínez, que le cedió la muerte del toro "Antequerano", de Tequisquiapan, en presencia de Antonio Lomelín. Y fue de esta ganadería, precisamente, el formidable "Azucarero", al que el torero charro realizó una de sus faenas más importantes en este escenario, realizada el 9 de febrero de 1975. Aunque tampoco sin dejar de olvidar, por supuesto, al magnífico "Abarrotero", de José Julián Llaguno, al que indultó el 6 de enero de 1974.

En el año de 1974 hizo una extensa temporada española de 27 corridas. Debutó en Castellón, en la Feria de la Magdalena, donde consiguió un valioso apéndice; y pocos días después actuó con éxito en Valencia, donde salió por la puerta grande. Su confirmación de alternativa en la plaza de Las Ventas de Madrid, hecho que tuvo lugar la tarde del 18 de mayo de aquel año en una corrida donde la empresa concitó un cartel muy original, pues fue Curro Romero su padrino, ante el testimonio de Fransico Rivera "Paquirri", con toros de Baltasar Ibán.

A sus triunfos en plazas de España y México se sumaron largas campañas en Suramérica, donde consiguió acreditar su cartel en varias plazas de Venezuela y Colombia, donde cosechó triunfos apoteósicos y se había convertido en un ídolo. Se recuerdan con cariño sus faenas en la plaza de "Cañaveralejo", de Cali.

Prueba de ello, y en el cénit de su carrera, cuajó la inolvidable faena el toro "Timbalero", de Piedras Negras, en la Plaza México, premiada de manera rácana con una oreja. En esa corrida del 21 de marzo de 1982 -hace ya treinta años- Mariano se impuso con autoridad y gallardía a la fiereza del toro de don Raúl González, al que después de domeñar con un gran conocimiento de causa, metió en la muleta para sacarle muletazos largos, templados y mandones, en medio de la conmoción del público, que no daba crédito a lo que estaba viendo.

Y una década después, el 29 de noviembre de 1992, cuajó una de las tardes más importantes de su carrera en La México, delante de una corrida cinqueña de José Julián Llaguno con la que le pegó un repaso al maestro José Mari Manzanares en aquel improvisado mano a mano, cuando Jorge Gutiérrez, que era el tercer espada del cartel, decidió no torear esta corrida porque se sentía fatal.

El indulto del toro "Tocayo", de Garfias, en la Feria de Aguascalientes de 1993 fue otro de los momentos estelares de su vida, y ahora mismo faltaría tiempo y horas de estudio para poder describir tantas y tantas tardes de gloria... y maestría.

Su dilatada carrera vio pasar años de gloria y las mil corridas, siendo uno de los toreros que más paseíllos han hecho en la historia de la Plaza México, escenario donde le hubiese gustado despedirse con dignidad y que, por azares del destino, fue una de sus asignaturas pendientes.

Aunque pensándolo bien, dio la impresión de que no lo buscó con tanto afán, pues Mariano sabía que iba a seguir toreando en esos pueblos de Dios, donde se sentía a gusto con la gente; donde disfrutaba una corrida, un festival vestido de charro y un buen pulque al final de la jornada, en compañía de los lugareños. Torero, al fin y al cabo, murió en activo, ya que el registro de su última corrida data del reciente 19 de marzo, en San José del Rincón, Estado de México.

Su inesperada y triste desaparición deja una estela de torero recio, pundonoroso y con sabor muy mexicano. Un lidiador de pies a cabeza que fue muy poco castigado por los toros, ya que sólo tenía una cornada chica en una axila y algunas fracturas de huesos que no revistieron mayor gravedad.

La afición de Mariano fue desmedida: todos los días se paraba antes de que anunciara el alba y se iba a entrenar de manera incansable, lo mismo ensayando el toreo de salón que con vacas toreadas, en puntas, que pedía a sus ganaderos amigos. Y ayudó a muchos novilleros, sobre todo a los que le aguantaban el tirón entrenando, pues a veces, inclusive antes de una tienta, los ponía a embestir de salón en la placita de cualquier rancho.

Detrás de su trato -a veces huraño-, se escondía un hombre entregado y noble cuando se sentía en confianza. Astuto para desenvolverse por la vida y ágil de mente, Mariano Ramos era un torero de los de antes: de pocas palabras en la calle... y muchas virtudes en la plaza. Adiós, maestro.


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