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Breve semblanza de Pablo Labastida (fotos)

Viernes, 16 Dic 2011    México, D.F.    Redacción | Foto: De Labra     
Un hombre sencillo, prudente y simpático, que amaba al toro de lidia
Pablo Labastida Aguirre nació en el seno de una familia muy taurina, el 19 de octubre de 1964, en la ciudad de San Luis Potosí, siendo el menor de los hijos del doctor Manuel Labastida Ygueravide, continuador de una importante dinastía de ganaderos que comenzó en el último tercio del siglo XIX.

El abuelo de Pablo, don Manuel Labastida y Peña, fue el fundador del asolerado hierro de Santo Domingo, ganadería con la que los Labastida comenzaron su vinculación a la crianza del toro en esas áridas tierras, y de la que, con el paso de los años, surgieron otras divisas que han mantenido este histórico apellido dentro de la fiesta mexicana un siglo más tarde.

Desde muy pequeño, Pablo disfrutó de las labores del campo y fue el más fiel continuador de la obra de su padre, que había hecho de aquellos terrenos del municipio de Santa María del Río, un auténtico vergel, con sus hectáreas de riego y sus vacas lecheras.

Y como no podía ser de otra manera, Pablo se involucró con el trabajo de su padre, y fue anando el tiempo que se hizo cargo de la ganadería de Milpillas y más tarde lidió con el nombre de Espíritu Santo, en una época en la que se hizo de varios sementales importantes de Garfias. Y precisamente por don Javier sentía una gran admiración y respeto, aunque también cabe decir que a don Paco Madrazo lo vio siempre como a  un segundo padre.

Con ganaderos de este nivel, pertenecientes a la vieja guardia, fue con los que Pablo Labastida aprendió muchos conceptos que más tarde aplicaría. Y el cariño inmenso que le profesaron fue sincero, en recuerdo de su padre, que también gozaba de un gran prestigio como persona de bien.

En Venezuela también supo cosechar amistades, y sus reiterados viajes al país suramericano le sirvieron para adentrarse en su fiesta, que conocía muy bien. Varios ganaderos como Andrés Manuel Velutini, Ramírez Avendaño o Manuel Zafrané, lo tenían en alta estima entre otros muchos amigos.

La labor de Pablo como apoderado comenzó de manera fortuita y por echarle la mano a Jerónimo, con el que le unía una gran amistad. Posteriormente, fue el mentor de Ignacio Garibay durante cuatro años, y a últimas fechas tenía una relación de trabajo con Alejandro Amaya, misma que tomó forma un par de meses antes de la encerrona de éste en la Monumental de "Las Playas" de Tijuana, que tuvo lugar el 3 de octubre del año pasado.

Pablo Labastida era un hombre sencillo, prudente y simpático. Fumador empedernido de cigarrillos sin filtro, y buen conversador, le gustaba mucho hablar de toros en tertulias camperas o citadinas que podían alargarse hasta altas horas de la madrugada. Su formación campera era ejemplar, y disfrutaba a tope su vida en el rancho, con toda su problemática a cuestas, pero con el único afán de convivir a diario con el toro, que fue la mayor pasión y el motor de su corta existencia.

Ahora que se ha marchado, echaremos de menos su presencia y el trato amable y educado de que hacía gala. Ahí deja un importante legado a sus hijos, Pablo y Álvaro, de apellidos ganderos: Labastida y Gordoa, que ojalá den seguimiento a la obra de su padre, un taurino de pura cepa.


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