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Desde el barrio: Silveti, en el nombre del padre

Martes, 13 Dic 2011    Madrid, España    Paco Aguado | Opinión   
La columna de este martes

Aunque vista por Internet, basta con escuchar los olés lentos y guturales que resonaron en la México para saber que la faena que hizo el domingo Diego Silveti llegó a lo más hondo, a las vísceras, a la madre del público del D.F.

Sólo ese trueno acompasado, ese coro de sentimientos profundos que provocó su muleta, es suficiente referencia para entender desde este barrio de Madrid que el Príncipe Silveti hizo ese toreo que se identifica con la forma de ser y de entender la vida de los mexicanos. Ese mismo toreo que su padre, el Rey David, hizo con el alma para convertirse en referencia y leyenda más allá de la historia.

Vistos los muletazos en la lejanía del video, se palpa y hasta duele ese ritmo pausado de la tela que, como la de Silverio, "jala y jala" a un pulso bajo, como de corazón helado, de un toro criado y pensado para embestir al paso de todo un pueblo. Toreo mexicano y toro mexicano ese "Charro Cantor", de Los Encinos, que interpretó con voz dulce su genética de corrido triste.

Tiene en la sangre este aspirante al trono taurino de México ese mismo compás mestizo, esa suavidad innata de una dinastía que, desde que El Tigre se gastó lo bravo en broncas, hace del toreo un despliegue de sutileza y un ejercicio deslumbrante de muñecas lacias.

Y, desde el pasado domingo, de pronto se reconoce en su figura, en ese semblante de predestinado, esa misma entrega dolorida e impávida del David torero, ese espíritu como de mártir que busca, muy despacito, pasarse los pitones a milímetros de la delgada línea roja de las femorales. Desdeñoso de verdad en los desdenes, apurado en el riesgo, dormido en el temple, puro en los embroques, sincero en el trazo, preciso en los remates que ansían más emoción…

Una faena de Diego de las de un antes y un después. Una obra que honra a su sangre y que le adentra en esos mismos laberintos paternos que removieron los cimientos de la México no hace tanto. Como si el temblor sísmico de las horas previas a la faena sólo hubiera sido el aviso de esta fuerte sacudida que hizo a la plaza perder la noción de un tiempo que parece no haber pasado. De nuevo un Silveti, Diego o David es lo mismo, encendiendo el volcán.

Le habíamos visto en Quito, dando grandeza al rito antes de la forzada hora de la simulación que no quisieron de la verdad. El nuevo Silveti caminó despacio por la mitad del mundo, sintiéndose torero por sí mismo, reposado como el buen tequila con un toro que no iba a morir en la arena pero que se dejaba llevar a la muerte tras la cadencia de una muleta que ya barruntaba el porvenir.

Una muleta a la que sólo le faltaba un "Charro Cantor" que supiera seguir el ritmo de su música para llegar también al corazón de La México. Éste príncipe es ya candidato al trono.


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