El viento y la falta de casta de los toros echó por tierra la corrida, pero paralelamente a los hechos ocurrido sobre la arena se sumaron varios detalles muy interesantes, que dieron a la tarde un toque especial que nos deja una reflexión: la fiesta de los toros mutilada no es lo que quiere la gente que estuvo en la plaza, y quizá por ello hubo diversos gritos y gestos que reivindican la lucha por la libertad de un espectáculo íntegro.

El más elocuente fue el que salió de la garganta de David Mora, instantes después de que había sufrido una espeluznante voltereta, cuando el toro que abrió plaza lo enganchó por la chequetilla, lo levantó en vilo y se lo pasó de un pitón a otro.

Y la consigna fue sonora: "¡Los toros pueden matar y nosotros no!" La ovación para aquella idea fue rotunda, y Mora, que volvió maltrecho y dolorido a la cara del toro, se entregó sin reserva en una actitud que le honra, pues el ejemplar de Triana resultó ser un galimatías que arreó en distintos terrenos del ruedo.

Casi sin aire y visiblemente mermado de facultades, el madrileño despreció la banderilla corta plateada que ahora se utiliza para simular la muerte del toro, y la arrojó con furia, en un arrebato que la gente comprendió de inmediato. Finalmente, cogió la espada y antes de perfilarse la arrojo al piso para dar con la palma de la mano en la cruz del toro.

Pero eso no fue todo, pues cuando recogía una cariñosa ovación en los medios, hizo un gesto gráfico con la mano izquierda, dejando saber su clara postura, que reflejaba la opinión de que los toros deben ser muertos a espada, respetando así la dignidad de su estirpe.

La otra faena de Mora tampoco pudo tener la continuidad deseada debido a los embates del viento, y se la volvió a jugar delante de un toro colorado de bonitas hechuras que acudía a las telas sin fijeza.

Otro hecho significativo a lo largo del festejo fue la aparición de un espontáneo, el matador El Lojano, que saltó al ruedo cuando el cuarto toro, segundo del lote de Miguel Abellán, ofrecía sus primeras embestidas. La muleta de este torero de la legua tenía un par de inscripciones por ambos lados: "Libertad" y "Necesito una oportunidad". La primera fue otro toque de atención a lo que está ocurriendo, y a la inconformidad de la nueva ordenanza.

Después de que los banderilleros y la policía lo retiraron del ruedo, Abellán se afanó en estar a la altura de las circunstancias, y toreó con valor a un toro incierto, que miraba mucho y sabía bien lo que dejaba atrás.

El otro madrileño del cartel se lo pasó una y otra vez por la faja con mucho arrojo, el mismo que había desplegado durante la lidia del segundo, un toro de Peñas Blancas que sacó peligro sordo.

Y si David Mora y Miguel Abellán se habían esforzado sin demasiada recompensa con sus respectivos lotes, el torero nacional  Álvaro Samper también sacó la casta y buscó, por todos los medios posibles, imponerse a las ráfagas de viento y a la falta de bravura de sus toros. De su digna actuación cabe resaltar la variedad de suertes que ejecutó con el capote en el sexto, con el que estuvo centrado en una faena más de actitud que de resultados.

Otros gritos se escucharon en la tarde, varios en contra del gobierno, salidos de aquel foro democrático que es la plaza, un lugar donde conviven hombres de distintos estratos sociales y económicos, unidos por la pasión del toreo, esa que llevamos en las venas los ciudadanos de distintos pueblos de Iberoamérica.