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Liber taurus: Un curioso episodio en Cuenca

Viernes, 05 Jul 2013    Quito, Ecuador    Santiago Aguilar | Opinión   
La columna de este viernes
Avanzando en nuestra permanente inquietud por explorar los profundos y sorprendentes antecedentes taurinos de diferentes ciudades del Ecuador, vale la pena centrarse ahora en un curioso episodio vivido siglos atrás en la ciudad de Cuenca, urbe que contó con funciones taurinas desde épocas coloniales  en plazas improvisadas primero y construidas para ese fin más tarde.

El caso es que el pasado taurino de Cuenca se remonta a 1739 e involucra,  nada más y nada menos, a un miembro de la misión geodésica, en aquel año se archivó un proceso legal "que se siguió por la muerte del francés Juan Seniergues, luego de que había sido asesinado por un tumulto en una improvisada plaza de toros en el parque de San Sebastián por mantener amoríos con la cuencana Manuela Quezada". (Centro de Documentación Regional Juan Bautista Vázquez). 

De hecho, apuntes históricos confirman durante décadas la realización de festejos en el citado sector de San Sebastián; allí armaban pequeñas placitas de madera las que daban cabida a unas 300 personas, el ganado que se lidiaba pertenecía a haciendas de Azuay y Cañar. Las corridas de toros en ruedos improvisados se repetían en la ciudad y comunidades cercanas.

En el libro "Cuenca Santa Ana de las Aguas", editado por Libri Mundi en 2004, se dedica un pintoresco capítulo al violento suceso ocurrido al interior de una plaza de toros hace 294 años, el que por su valor histórico y documental, merece citarse: 

Los alborotos de la Misión Geodésica o a dónde conduce la pasión prohibida

Los tristes caballos de los indios de Tarqui se engalanan por la fiesta del patrón del pueblo, los adustos rostros de los hombres se cubren de máscaras de alambre y de pelucas con ridículos rizos. Las largas levitas de colores chillones se colocan en vez de los ponchos mientras desde el borde de la plaza los asombrados franceses se reconocen en la ironía y la burla, marcada también por palabras gangosas, en las que se muestra irreconocible la lengua de Rabelais. Molestos critican más adelante lo que consideran una falta de respeto a su alcurnia y a su alta misión.

Carlos María de la Condamine dirige la Misión Geodésica Francesa enviada a las posesiones del Rey de España para medir un arco del meridiano terrestre, le acompañan algunos científicos, como Jussieu, los marinos españoles Jorge Juan y Antonio de Ulloa y el cirujano Jean Seniergues entre otros; todos ellos encuentran en la ciudad un recibimiento que mezcla el recelo con la admiración; nunca su recorrido por las calles pasó desapercibido y hay puertas que se abren y puestas que se cierran ante estos extraños que trastocan la tranquila inercia de la ciudad colonial.

Las doctas tareas de la misión dejan algo de tiempo para los escarceos amorosos y es así que poco tarda Seniergues en apasionarse por una muchacha de atractivo exótico, Manuela Quezada; quiso el destino que el médico acudiera a la casa de la familia Quezada ante la enfermedad del padre, seguramente los modales refinados y el aire de mundo de Seniergues capturaron la atención de Manuela que, poco antes, había visto como su prometido, don Diego de León, se casaba con otra.

No se conocen en Cuenca las costumbres románticas parisinas y Seniergues actúa como si estuviera en su casa, rodeado de hoscas miradas y críticas de las beatas que veían en el franchute la encarnación del demonio.

Para la tarde del 29 de agosto de 1739 se ha preparado la improvisada plaza de San Sebastián, los toros no tardan en aparecer y se suceden los sainetes sin cesar. Seniergues se muestra junto a su amada provocando la ira del populacho. Seguro de sí mismo, con actitud superior, no dejaría el cirujano de hacer comentarios mordaces, sin duda escuchados por la concurrencia, sobre la fiesta.

Los acontecimientos se suceden rápidamente cuando don Juan baja a la plaza a batirse con la espada con los supuestos ofensores del padre de Manuelita y retorna junto a la joven después de soltar varias estocadas; todos son uno y al grito de "Viva el Rey, abajo los franceses" la turba se abalanza  contra el enamorado; con su estoque y una pistola intenta ofrecer resistencia pero Naguizapa, ajeno a las sutilizas de la esgrima le atraviesa de parte a parte con una reja mientras Alcucuru le descalabra con un leño dejándolo medio muerto.

El herido es conducido a la casa de La Condamine, no lejos de la plaza, en donde el 2 de septiembre, luego de dolorosa agonía, muere no sin antes hacer magnánimo testamento en el que dona sus bienes a los pobres, a los franciscanos y a sus padres distantes. El escribano público de don Vicente Antonio de Arízaga dará fe de su muerte "Doy fe y veo un cuerpo al parecer muerto, tendido sobre un estrado con alfombra, amortajado con el hábito de nuestro padre San Francisco, y su lado con cuatro velas de cera de castilla, de a libra, encendidas en sus candeleros de plata y cuatro cirios de cera de la tierra asimismo encendidos y puestos en archeros de palo. Y preguntándoles a los presentes si aquel era el cuerpo de don Juan me respondieron que sí, a quien en vida conocí y traté y comuniqué.

La distante Cuenca de las Aguas, olvidada del Rey y del Consejo de Indias, aparece trágicamente en el mapamundi. Poco tardarán en iniciarse las investigaciones sobre este terrible hecho de sangre y durante largos años se hablará de esta región como de una zona de muerte y atraso que el barón Alejandro de Humboldt evitará cuando recorra la sierra ecuatoriana acompañado de su bienamado Aimèe Bonpland. Si aquello es lo que aconteció con Siniergues y su amor leal ¿Qué pudo haber pasado con Humboldt….?"

En la actualidad, penosamente la actividad taurina está suspendida en Cuenca luego de una lamentable decisión municipal de hace varios años y claro está, la consulta popular de mayo de 2011 en la que la mayoría de cuencanos votaron a favor de la prohibición, tal vez influenciados por el fantasma del desafortunado Siniergues, muerto a estoque en una plaza de toros. 


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