La historia de esta corrida de Gijón escondía algunos secretos, y en el entramado de la misma subyacían tres antecedentes puntuales: la concesión de una alternativa a un torero de dinastía, como Diego Silveti; que la de José Tomás era la única actuación de este año en una plaza del norte de España, y la esperada confrontación entre éste y Alejandro Talavante, del que alguna vez se dijo que el de Galapagar era su alter ego.
Y como siempre pasa en estos casos, cuando a un empresario se le ocurre montar un cartel original y diferente, el que gana es el aficionado que, como hoy, salió reconfortado de la plaza al encontrarse con aquellos aspectos que hicieron de la corrida un magnífico espectáculo.
Si a ello añadimos que el encierro de Salvador Domecq embistió, salvo el segundo toro de la tarde, que fue complicado, el platillo estaba servido para saborear las emociones que se fueron desgranando conforme transcurrió el festejo.
La comparecencia de Alejando Talavante en esta fecha despertaba el morbo lógico de verlo enfrentado a José Tomás, y ahora, más que nunca, se pudo constatar que, efectivamente, el extremeño bebe en las mismas fuentes del valor que el madrileño; el en mismo concepto de quietud y temple, pero enriquecido por su sello personal, ese que ha ido descubriendo poco a poco; el que ya encontró en el fondo más escondido de sus sentimientos y brota, con espontaneidad, a la hora que está delante del toro.
Porque si José Tomás ejecutó los naturales más puros de la tarde, en los que hizo de esta suerte el uno de los símbolos más maravillosos del eterno arte del toreo, hasta evocar con ello a las más grandes figuras de todas las épocas –no vi torear al maestro Antonio Ordóñez en directo, pero me imagino que así debían sentirse sus naturales–, Alejandro Talavante no le fue a la saga en cuanto a colocación y aguante, en una faena de gran contenido, la que cuajó al quinto ejemplar.
En medio de estos dos toreros, el maestro mítico y la figura más ilusionante, brilló con luz propia el carisma de Diego Silveti, cuya única mácula fue su deficiente manejo de la espada. Y si el mexicano dejó escapar el triunfo con el acero, no importó demasiado, porque manifestó sus intenciones con capote y muleta y se le vio una importante proyección.
De tal suerte que la gente se metió en la corrida de inmediato, y no perdió de vista la buena condición del toro del doctorado, un toro de pelo burraco, bajo y reunido, que tenía hechuras para embestir y embistió. Diego tardó un poquito en acoplarse, quizá presa de los nervios lógicos del momento que estaba viviendo, pero con todo y eso firmó pasajes de buen toreo, como el quitazo por gaoneras, abriendo el compás y cargando la suerte.
En segundo turno, José Tomás tuvo que apechugar con un toro nada fácil al que hizo una faena honrada donde las haya. El madrileño aguantó frenazos y miradas sin inmutarse, hasta que impuso su ley. Y mató de una excelente estocada que le valió una cariñosa ovación en el tercio.
Al igual que Silveti, Alejandro Talavante estropeó con el acero una faena entonada con el tercero. Pero más tarde se sublimó, y más allá de las dos orejas que obtuvo del quinto, lo que más valió fue su capacidad de entrega; pensando y sintiendo el toreo, palmo a palmo, en un trasteo que terminó en las cercanías, toreando sin agobios y llevando largo al de Salvador Domecq, un toro que se movió, aunque sin la clase necesaria.
Y es que apenas unos minutos antes, Jose Tomás tuvo la suerte de que el juez de plaza devolviera al cuarto por su flojedad, lo que dio paso a un sobrero de excelente tranco que se deslizaba en el capote. Los delantales del madrileño fueron premonitorios de una gran faena, que reventó por naturales de una profunda expresión y una asombrosa pureza, en los que acarició cada embestida con mucho ritmo.
Roto de cintura y encajado sobre la arena, José Tomás deletreó el toreo al natural y preñó el ambiente de torería. Y ese fue el detonante de una segunda parte de la corrida en que se basó el éxito de la misma, después de que Talavante dio la pelea como un gallo y le tumbó las orejas al quinto, en una réplica más que retadora.
Si ya casi no quedaba opción de sobresalir, porque se habían ido por delante los consagrados, Diego Silveti serenó los ánimos y volvió a ser noticia cuando realizó un ajustado quite por saltilleras al que siguió una faena enjundiosa, ligada en los medios, donde los redondos tuvieron ese empaque tan característico de su dinastía.
El público alentó al toricantano a lo largo de una faena bien estructurada en la que disfrutó como un chiquillo. Y así, sin complejos, hizo lo propio: toreo con sentimiento y calidad. Otra vez la espada hizo mella de su encomiable labor, ya cuando la gente se había contagiado con su carisma, en una tarde donde el romanticismo vibró a la par de tantos buenos recuerdos.
Viernes 12 de agosto de 2011. Gijón, España.- Plaza de toros "El Bibio". Lleno de "Aagotado el boletaje", en tarde soleada y agradable, con algunas ráfagas de viento. Toros de Salvador Domecq (el 4o., como sobrero sustituto), correctos de presentación, buenos en su conjunto, salvo el 2o., de los que sobresalieron 1o., 4o. y 6o. Pesos: 465, 525, 506, 501, 490 y 497 kilos. José Tomás (verde esmeralda y oro): Ovación y oreja con petición. Alejandro Talavante (lila y oro): Ovación y dos orejas. Diego Silveti (blanco y oro): Ovación tras aviso y vuelta tras aviso. Silveti tomó la alternativa con el toro "Lisonjero", número 54, negro burraco, con 465 kilos.