La espontánea rivalidad entre Miguel Ángel Perera y Arturo Macías hizo recordar aquellos tiempos en que ambos eran novilleros y toreaban bajo el apoderamiento de Tauromex, y lo cierto es que la tarde de hoy en Aguascalientes, ambos se pegaron un interesante arrimón, cada uno a su manera, y con sus recursos, en una corrida que tuvo muchos matices interesantes.
En medio de esta raza indómita del extremeño y el hidrocálido, brilló el fresco valor de Gerardo Adame, que se doctoró con todos los honores y se quedó a un tris de igualar en el resultado a los dos toreos consagrados debido a su deficiente manejo de la espada que, dicho sea de paso, tampoco manejaron sus mayores con la pericia necesaria para haber aumentado el resultado numérico del festejo.
Al margen de ello, lo más relevante fue la manera en que el valor se manifestó en uno y otro. Por una parte, Perera desplegó, ante el quinto toro de la corrida, su concepto ojedista hasta llevarlo al extremo máximo de la colocación, el temple y el ritmo; por otra, Macías no se quiso quedar atrás e hizo lo propio, con ese arrebato natural que le ha granjeado tanta simpatía entre el público y le ha abierto puertas grandes tantas veces.
Esas dos faenas marcaron la historia de esta corrida, aunque con toros distintos en su comportamiento, siendo el de Perera un ejemplar que terminó embelesado en los vuelos de la muleta del extremeño, que en un palmo le plantó cara hasta dejarse olisquear el bordado de la taleguilla.
Y lo más inverosímil fue que, en un terreno tan corto, Miguel Ángel sacara muletazos tan largos, llevando al toro sometido, con un pulso de oro y una muñeca privilegiada que le permite preparar de manera sosegada el siguiente pase.
Así encadenó muletazos de gran temple y largo trazo que fueron coreados por el público, que se metió aún más en la faena cuando el toro desafió al torero frenándose. Pero como Perera ni pestañea, y a veces da a su expresión un toque de indiferencia, el toro acabó de entregarse y el torero le sacó una de las virtudes más importantes que tenía: la fijeza. Y obedeció los toques de distinto calibre e intensidad para seguir embistiendo cuando hubiera preferido no hacerlo.
Redondos circulares, con el compás abierto, y otro más de espaldas, fueron la gama de recursos de una faena en la que la seguridad y el aplomo se erigieron en la principal fortaleza de este torero tan poderoso. Una media estocada en lo alto que hizo doblar al toro con prontitud, puso en sus manos una oreja de peso de esas que se saborean, sobre todo después de una faena de alto rendimiento como la que cuajó Perera.
La réplica no se hizo esperar, aunque con un toro de una excelente clase, el quinto, que me recordó –por su tipo y comportamiento– a aquel magnífico "Guadalupano" que indultó Sebastián Castella en la plaza México el pasado 12 d diciembre.
Pues éste, que se llamó "Agua Nueva", fue un ejemplar boyante, que mantuvo una humillación extraordinaria desde el capote y le permitió a Macías edificar una obra variada y vibrante que entusiasmó a sus paisanos.
Se lo pasó muy cerca desde el quite, y siguió en la línea de fuego en una faena valiente, riesgosa y espectacular que la gente disfrutó mucho. Los redondos, cambios de mano y remates de pecho rodilla en tierra, aderezaron una labor de menos a más en la cual Arturo disfrutó el toreo y también que la buena suerte le haya favorecido al sortear este toro.
A la hora de matar se fue como un rayo detrás de la espadas y colocó una estocada en lo alto, pero con una travesía hacia el costillar izquierdo del toro que hizo asomar la punta de la espada. Esta mácula le hizo perder las dos orejas que ya tenía en la espuerta. No obstante, el cariño de su gente lo premió con un apéndice que fue protestado por un sector del público que consideró, y con cierta razón, que una estocada así, en una plaza de esta importancia, no debería de premiarse.
A Perera no le tomaron en cuanta nada de lo que hizo delante del segundo toro de la corrida, pues el público protestó la falta de trapío del toro, que debió haber sido devuelto, y aunque el extremeño estuvo aseado y dispuesto, aquello no le valió de nada y le pitaron durante todo el trasteo.
En cambio, con el de regalo, de la ganadería de El Junco, un toro fuera de tipo, estuvo otra vez muy bien. Y es que de salida, el toro de la divisa michoacana hizo cosas extrañas y parecía que estaba reparado de la vista. El remedio para el mal fue dejarle la muleta delante de los ojos todo el tiempo, en una faena donde aparentemente no la había. La gente comprendió el mérito del toreo y atendió con alegría cada una de las evoluciones del trasteo que fue dinámico y ligado. Una vez más, la espada le privó de la puerta grande que tenía en la mano, pues mató de pinchazo y media estocada.
Macías estuvo centrado con el tercero, y lo más templado lo hizo con el capote al torear suavemente a la verónica. El toro llegó sin transmisión a la muleta y su labor no caló en el tendido.
Gerardo Adame debió cortar la oreja del toro de la ceremonia, que le echó mano con el capote al rematar un valeroso quite por tafalleras. La faena tuvo estructura y muletazos muy templados, con raza y fijeza en las zapatillas, ante un ejemplar que llegó al tercio de muerte con transmisión pero duró poco.
El sexto también se desfondó en las primeras series de la faena, y el joven espada de dinastía se afanó por agradar y le robó algunos muletazos de mérito, pero volvió a estar errático con el acero en una tarde donde ya pudo calibrar que, para seguir adelante en la profesión y ser figura del toreo, hay que salir todas las tardes como esos dos perros de presa que fueron Perera y Macías.