Un durísima corrida de José Julián Llaguno puso emotividad y dramatismo a la tarde en que la determinación de la tercia sacó adelante un festejo que pudo ser aún más contrastante si la suerte, buena o mala, se hubiese manifestado.

Aldo Orozco demostró carácter, actitud, hambre de ser torero, ante un lote complicado en extremo, sobre todo el segundo astado, que además de impresionar por su catadura, puso el mismo grado de emoción a los tendidos, que el tapatío.

Ese quinto se apoderó del ruedo en el primer tercio, Aldo conservó la calma y ante un toro sin ninguna opción de lucimiento se echó el capote a la espalda para instrumentar dos saltilleras con más empeño que vistosidad, hecho que la gente agradeció.

Con la muleta, aprovechó las escasas embestidas del de José Julián Llaguno y logró dos tandas por el derecho de gran mérito, sin embargo, el astado desarrolló sentido y fue harto difícil poder hacer más. La gente inexplicablemente se puso del lado del toro, protestando cuanto hacía, amén de estar pesado con la espada.

Con su primero, también logró momentos de gran lucimiento, no por lo estético, sino porque supo darle la lidia adecuada a un toro que también tuvo las complicaciones de un astado con edad.

Israel Téllez tuvo una tarde por demás aseada, se le notó con gusto por ponerse delante de dos toros, quizá los más complicados del encierro y plantarles cara, resolviendo un dificilísimo crucigrama, en dos trasteos de iguales facturas. Ambos toros tuvieron un peligro latente, pero fue el cuarto que al revolverse pronto le alcanzó por el pitón derecho.

Fue trasladado a la enfermería, pero en un afán desmedido por demostrar el porqué de su inclusión en esta tarde, salió para intentar pasaportar al astado, visiblemente dolorido apenas pudo dejar varios pinchazos y dos bocinazos, cediendo a Orozco la muerte del toro, sin embargo, tampoco estuvo atinado y al final el astado fue devuelto a los corrales.

El colombiano Ricardo Rivera tuvo una tarde que, aunque aseada, no llegó a trascender en los tendidos, amén que el primero de su lote fue protestado, aún teniendo presencia, desentonaba con el tenor del encierro y lo aseado de su labor fue intranscendente para el grueso del público.

Con el cierraplaza, el toro más pesado del encierro, se mostró un tanto errático, por las complicaciones de un astado con edad y sentido. Regaló un sobrero de Los Encinos. Un dije de toro, serio por delante, armónico de hechuras, tuvo calidad en la embestida, quizá un tanto pegajoso, pero sin malas ideas, aunque carente de emotividad. Rivera no logró acomodarse el todo, hubo momentos interesantes por ambos lados, pero carecieron de ligazón. Al final tras un aviso, fue despedido de la plaza entre palmas.