Visto el derrotero por el que transcurría la noche en Provincia Juriquilla, la enclasada embestida del tercer toro en el lote de Sebastián Castella, quinto del festejo -para más inri y que hizo bueno el adagio-, se convirtió para el público que casi llenó la plaza en una especie de oasis en medio del desierto, por el juego deslucido del encierro de Fernando de la Mora.
Quizás por ello, por la clase que tuvo en sus embestidas, el recorrido -sobre todo por el pitón derecho- y la inevitable comparación con el resto del encierro, al final de la lidia el toro fue premiado con la vuelta al ruedo, aunque quedó la impresión que fue gracias al oficio de Sebastián Castella que pudo lucir más de lo que en realidad fue.
Tras medirle el castigo en varas y quitar por ceñidas chicuelinas, el mérito de Sebastián fue consentir la embestida, forzarla un poco más allá e incluso atemperarla cuando pareció sacar un puntito de brusquedad. Aprovechó a cabalidad el mayor recorrido que tuvo en comparación al resto del encierro, y por supuesto aderezó los muletazos con esa clase privilegiada que posee y detalles de regusto como las trincherillas o los pases del desdén.
A pesar de estar pesados con el acero tanto él como Macías durante el festejo, su estocada a éste toro, entera y algo trasera, fue la excepción y permitió que le fueran concedidas las dos orejas en medio de la algarabía en el tendido, que tuvo en esta faena el mejor premio a su paciencia.
En su primero, que tuvo clase aunque también resultó débil, fue ovacionado tras escuchar un aviso, mientras que en su segundo, mirón y con una embestida incómoda estuvo empeñoso para escuchar palmas tras fallar nuevamente con la espada.
Arturo Macías hubo de regalar un séptimo -que lamentablemente siguió el guión de comportamiento de los titulares en su lote-, buscando obtener el triunfo tras haberse estrellado con tres toros que no le permitieron el lucimiento, y donde solamente pudo mostrar su voluntad que fue la constante de sus trasteos.
Por ello, por sus deseos de triunfar y no dejarse ganar la pelea, la gente le ovacionó en sus cuatro faenas, donde solo pudo lucir en muletazos aislados dadas las condiciones ya fuera rajadas, de embestidas sin transmisión o incluso descastadas como las del penúltimo del festejo, que en un momento determinado optó por echarse antes de que se le entrara a matar.
La gente agradeció el gesto del toro de regalo y estuvo a la expectativa para ver triunfar a Arturo, como se notó en el murmullo previo al inicio de hinojos de su faena de muleta en los medios, aunque dadas las condiciones en general del encierro, el regalo resultó para el torero hidrocálido como echar una moneda al aire, que en este caso ya más o menos se presentía cómo iba a caer.